"No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo." Don Francisco de Quevedo.

BARRA DE BUSQUEDA

sábado, 28 de julio de 2012

DON AGUSTÍN DE ITURBIDE. EL TRÁGICO DESTINO DEL LIBERTADOR DE MÉXICO: Por Alfonso Trueba Olivares (revisión, comentarios y actualización por el doctor Juan Bosco Abascal Carranza).

El Imperio Mejicano
HONOR A QUIEN HONOR. CUARTA ENTREGA. 

Yucatán y Guatemala Independientes. 

La entrada del ejército Trigarante en México y la disolución del gobierno virreinal provocó la rendición fortalezas de Acapulco y Perote (15 y 19 de octubre). No quedaba al imperio español más que la ciudad de Veracruz. En vista de las representaciones del consulado, que temía ser dañado en sus bienes por un ataque a la plaza, el gobernador Dávila trasladó al castillo de San Juan de Ulúa la artillería, municiones, almacenes, enfermos y dinero. El 26 de octubre, él mismo se pasó al castillo con la tropa que tenía autorizó al ayuntamiento para que tratase con los jefes independientes. El ayuntamiento se adhirió a la Independencia y Santa Anna ocupó la plaza, publicando una proclama que chorrea fatuidad y cursilería.

En la península de Yucatán se proclamó la Independencia y la unión al imperio mexicano el 15 de septiembre. Antes los campechanos habían tomado la misma resolución.

No eran sólo las provincias que habían formado la Nueva España las que se declaraban independientes, sino también las de la Capitanía General de Guatemala, que al mismo tiempo manifestaron su voluntad de unirse al imperio mexicano.

Chiapas, que era la más inmediata de todas, había seguido con interés el innovamiento de Iturbide, y alentada por su cabildo eclesiástico, la independencia se proclamo en Tuxtla el 5 septiembre. Hicieron lo mismo Comitán y otros pueblos del territorio de Guatemala, adhiriéndose a México. Recibidas en la capital las aptas de estos pronunciamientos, la regencia dio cuenta a la junta e informo que aquellos pueblos pedían ayuda armada para sostener su determinación, ayuda que el generalísimo había ya dispuesto, haciendo marchar a Guatemala una división de 5,000 hombres al mando del conde de la Cadena. La junta declaró incorporada al imperio la provincia de Chiapas, que desde entonces forma parte de México.

En una carta dirigida al ayuntamiento, de Ciudad Real (19 de octubre, 1821) el generalísimo declara:

"Los ejércitos imperiales, verdaderos protectores de la libertad de los pueblos, jamás turbarán la quietud (de Guatemala), ni harán un solo movimiento que pueda alterar la forma de su gobierno; mas si los guatemaltecos o algunas de sus provincias declararen al contrarío, que el centro de unidad ha de fijarse en México, adonde parece que los llama la naturaleza y el bien de la conservación política, entonces hallaran en mí la mejor acogida, y nada me será más satisfactorio que desplegar todo el poder que la nación ha puesto en mí manos para contener la violencia y redimir a los oprimidos”. 

Intuición genial. 

El Plan de Iguala había conmovido las provincias de Centro América. Una carta dirigida a Iturbide desde Guatemala en noviembre de 1821 por los partidarios de la independencia revela el influjo que tuvo el movimiento mexicano en las provincias del sur. La carta dice:

“La proclamación de la independencia. Hecha por V. E. en Iguala no desalentó a las, personas descontentas. El gobierno trato de aumentar la confianza en sí mismo expidiendo una proclama en la que trata a la persona de V. E. con desdén y mediante la difusión de informes contrarios a las noticias que nos habían llegado acerca de vuestras gloriosas hazañas. Estos progresos regocijaban los corazones de los que favorecían la independencia. Nuestros periódicos divulgaron las nuevas en América Central con tan felices resultados que hasta el 13 de septiembre ni una gota de sangre se había derramado en apoyo de nuestra independencia. El 15 de septiembre los patriotas triunfaron".

Una junta convocada por él Capitán General se reunió ese día en el palacio de gobierno de la ciudad de Guatemala, se declaro en favor de la independencia y por la convocatoria a un congreso de América Central, quedando Gabino Gainza, recién llegado de España y que había recibido el mando militar y político del mariscal Carlos de Urrutia, al frente del gobierno.

El generalísimo Agustín de Iturbide escribió a Gabino Gainza una carta el 19 de octubre de 1821, carta que es un precioso documento en el que constan las ideas políticas de Libertador y su modo de pensar acerca del destino de los pueblos hispanoamericanos. Dice en parte:

“... el interés actual de México y Guatemala es tan idéntico e indivisible que no pueden erigirse en naciones separadas e independientes sin aventurar su existencia y seguridad, expuestas ya a las convulsiones intestinas, que frecuentemente agitan los estados en las mismas circunstancias, ya a las agresiones de las potencias marítimas que acechan la coyuntura favorable de dividirse nuestros despojos. Nuestra unión cimentada en los principios del Plan abrazado universalmente en México, asegura a los pueblos el goce imperturbable de su libertad, y los pone a cubierto de las tentativas de los extranjeros que sabrán respetar la estabilidad de nuestras instituciones, cuando las vean consolidadas por el concurso de todas las voluntades. Este concurso es muy difícil que se logre a favor de establecimientos precisamente democráticos cuyo carácter esencial es la inestabilidad y vacilación que impiden la formación de la opinión, y tienen en perpetuo movimiento todas las pasiones destructoras del orden. Los pueblos no pueden querer que sus gobernantes, de cuya sabiduría y experiencia se prometen los bienes que por sí no les es dado alcanzar, arrojen en su seno las simientes de la anarquía en los momentos de restituirlos a la posesión de su libertad. El poder absoluto que se ejerce desde lejos con toda la impunidad a que autoriza la distancia, no es el solo mal que debemos temer; es preciso que al destruirlo en su raíz, evitemos las resultas mismas de la actividad del remedio, que en la demasía de su dosis hará pasar al cuerpo político de la excesiva rigidez, a la absoluta relajación de todas sus partes. Ambas enfermedades producen la muerte aquélla, porque falta el movimiento, y ésta porque se hace convulsivo.

Bien convencido me hallaba de estas verdades que el tiempo no ha hecho sino confirmar, cuando tracé en Iguala el plan de Independencia que combina prácticamente los varios intereses del Estado, aunque en teoría no faltaran defectos que objetarle en un tiempo sobre todo en que la manía de las innovaciones republicanas que con tanto furor han desolado los más hermosos y opulentos reinos de Europa, ha atravesado los mares y empieza a propagar sus estragos en América. No tiene la política otro medio de contener los progresos de este contagio que el de adoptar los principios de la monarquía moderada, erigiendo a la Libertad un trono, en que el respeto reverencial y de costumbre, los prestigios de la antigüedad y la posesión inmemorial de la corona, acudan a sostener la dignidad del soberano al paso que la representación nacional, ejerciendo libremente su destino, oponga un dique incontrastable a los embates del poder, y lo reduzca a la feliz impotencia de degenerar en aristocrático. Por esto México, no contento con llamar a su solio al monarca reinante en España, ha jurado solemnemente admitir en su lugar a cualquiera otro de aquella augusta dinastía, hasta estipular en el tratado de Córdoba, que contiene la legítima expresión de la voluntad general, poner el cetro en manos del príncipe de Luca, a falta de los demás que se llaman preferentemente. [...] si aspiramos al establecimiento de una monarquía es porque la naturaleza y la política, de acuerdo en el particular, nos indican esta forma de gobierno en la extensión inmensa de nuestro territorio, en la desigualdad enorme de fortunas, en el atraso de las costumbres, en las varias clases de población, y en los vicios de la depravación identificada con el carácter de nuestro siglo...".

Estas son, en pocas palabras, las convicciones políticas de Agustín de Iturbide. Reflejan, es verdad, la tendencia liberal de su época, pero al mismo tiempo encierran un profundo sentido de la realidad social en América.

Lo que Iturbide escribió acerca del resultado que tendría la adopción de las instituciones republicanas fue confirmado por la adopción de las instituciones republicanas fue confirmado por la experiencia, ya que, en efecto, a establecerse un sistema político diverso del que exigía la tradición, las instituciones fueron inestables y vacilantes y ese, "perpetuo movimiento de todas las pasiones destructoras del orden", que Iturbide anunciaba, causo la ruina del país, que al cabo de unos cuantos años de ensayos democráticos perdió más de la mitad de su territorio y se vio reducido a la triste condición de una pobre y degradada colonia.

Con intuición que debemos calificar de genial, Iturbide contemplada necesidad de que México y los países de Centro América viviesen unidos, "porque el interés es único e indivisible", porque viendo como naciones separadas, "estaban expuestas a convulsiones intestinas y a las agresiones de las potencias que acechan la coyuntura de dividirse nuestros despojos". Iturbide propone la unión para "asegurar el goce imperturbable de la libertad y poner a los pueblos a cubierto de las tentativas de los extranjeros". ¡Ese era el camino para los pueblos hispanos de América! Iturbide supo trazarlo, con aguda, clarísima visión política.

Esta idea de la unión de los pueblos hispanoamericanos se expresa también en una carta dirigida al arzobispo de Guatemala (10 de octubre de 1821), en los siguientes términos:

"La isla de Cuba, en virtud de su interesante posición para el comercio europeo y por el carácter de su población, está en grande peligro de convertirse en presa de las ambiciones marítimas de los ingleses de uno y otro continente, o de ser desgarrada por luchas intestinas que en ninguna parte como en América serían más desastrosas y fatales... México no puede ser indiferente a ninguna de estas contingencias... Cree que está obligado a ofrecer a los cubanos una íntima unión y alianza para la común defensa".

A propósito de este documento, dice William Spencer Robertson, el biógrafo del Libertador:

“Al comprender de este modo la importancia de Cuba para los Estados americanos, Iturbide se anticipó a las opiniones de los principales publicistas tanto del nuevo como del viejo mundo”.

¡Y no obstante estas pruebas del superior talento político de Iturbide, de su visión genial, hay quien le niegue el derecho a ocupar un sitio igual al de los más grandes libertadores de América! Los historiadores oficiales, tan ocupados en inflar monigotes grotescos que sólo daño hicieron a la patria, ¡cuánto empeño han puesto en empequeñecer esta grande figura de nuestra historia, escamoteando los hechos que demuestran su grandeza para solo acordarse de que mataba forajidos en el Bajío y de que engañó al conde del Venadito!

¡Pobre Iturbide! Sus enemigos no sólo le quitaron la vida física, sino que le han muerto para la posteridad, y esta nación la que libertó y engrandeció no tiene dedicada a su memoria ni una estatua, pero en cambio la ofende con calumnias!

Aun escritores independientes, que justamente elogian a Alemán por su patriotismo y su política hispanoamericana, sólo tienen insultos para Iturbide, repitiendo los tópicos difamatorios que sobre él circulan desde hace 140 años, sin asomarse siquiera al pensamiento político del Libertador y sin sospechar que si ha habido alguien en México capaz de concebir y realizar una política de acuerdo con la corriente histórica y los legítimos intereses de los pueblos españoles de América, ese hombre fue Iturbide.

Los mexicanos no lo hemos reconocido; pero un escritor extranjero, el ya citado William Spencer Robertson, que muestra en su libro la natural antipatía que un escritor angloamericano debe sentir por un campeón del catolicismo y de los ideales hispanoamericanos, dice, nada menos, que Iturbide tiene títulos para ocupar un lugar entre los hombres públicos de su época que más profundamente se interesaron en las relaciones entre el viejo y el nuevo mundo, o sea un lugar en la galaxia de sus contemporáneos John Quincy Adams, James Monroe, el príncipe Metternich, Simón, Bolívar, José Bonifacio, el vizconde de Chateaubriand Jorge Canning y el zar Alejandro I.

Agrega ese escritor que principalmente a causa del fracaso de ensayo de gobierno imperial, Iturbide ocupa un nicho en el templo panamericano de la faina histórica inferior al ocupado por Bolívar y San Martín.

Nosotros pensamos que el fracaso del primer imperio, decretado en juntas tenebrosas movidas por los que representaban un interés contrario al de México, no mengua la gloria de Iturbide, tan alta cómo la de Bolívar y San Martín.

CAPÍTULO7. 

Pródromos. 

México independiente desbordó las fronteras del antiguo virreinato de la Nueva España y las águilas del imperio extendieron sus alas sobre las provincias de Centro América, hasta el Istmo de Panamá, y desde la Alta California.

"En verdad, y parcialmente a causa de la amplia aceptación del Plan de Iguala, pareció como si los directores del Nuevo Imperio estuviesen tentados a una carrera de expansión más allá de los límites del virreinato", dice Robertson.

Y ese era el plan de Agustín de Iturbide: construir una sola nación con las de Centro América, porque los "intereses eran idénticos e invisibles” y porque con ello se aseguraba la existencia y la libertad de todas las provincias del imperio, poniéndolas a cubierto de las tentativas de los extranjeros. Este era el curso natural de los acontecimientos, al que Iturbide abrió cauce con firme mano. Sí las cosas se desarrollaron de otro modo fue porque un imperialismo extranjero, al que sirvieron de instrumento criollos encandilados, tenía interés en que, en lugar de una fuerte y sólida nación hispanoamericana, hubiese varias pequeñas, débiles y anárquicas republicas cuyo dominio fuera fácil.

Guiadas por un mero instinto de conservación política, las provincias de América Central se habían inclinado espontáneamente hacia la unión con México.

El 2 de enero de 1822, una junta provisional reunida en Guatemala decidió que esta Capitanía General se agregara al nuevo imperio. Tres días después el Capitán General expedía un manifiesto en el que daba a conocer la anexión. El 9 de junio se publicó un decreto en el que se prevenía que cualquiera que criticase oralmente o por escrito la determinación tomada en favor de la unión de Centro América con México sería castigado por sedición. Las fiestas con las que se celebró este hecho duraron 3 días. Un mes más tarde la junta gubernativa determinó que Guatemala enviase sus representantes al congreso cuya instalación estaba próxima.

Al unirse a México la Capitanía General de Guatemala quedaron incorporadas al imperio las provincias de Nicaragua, Honduras, Costa Rica y El Salvador, juntamente con la misma Guatemala. Todas ellas se separaron cuando cayó Iturbide. Sólo Chiapas permaneció firmemente unida a México.

Un busto de Iturbide fue llevado desde la ciudad de México hasta la provincia de Honduras, donde fue recibido con repique de campanas, salvas de artillería y otras demostraciones de regocijo.

En las tierras que eran entonces nuestras y que pronto dejarían de serlo, también se declaró la independencia y la unión al imperio. En Santa Fe, Nuevo México, el gobernador y el pueblo celebraron el 6 de enero de 1822 el establecimiento de la independencia, y en Monterrey (California), una asamblea, reunida por, el gobernador Pablo Sola el 9 de abril declaró que reconocía la autoridad de la junta que mandaba e México y que la alta California dependía del imperio mexicano y era independiente de cualquier otro Estado.

En Monterrey, Nuevo León, el 6 de agosto de 1821 el general Gaspar López, comandante de las Provincias Internas de Oriente, celebró un tratado con el jefe comanche por el cual este reconoció la independencia de México y además prometió que no prestaría ayuda a ningún individuo, corporación o potencia extranjera que abrigara proyectos respecto a él. El 3 de noviembre, López publicó una proclama informando a los indios de la frontera que Iturbide había hecho libre un vasto imperio y exhortándoles a que cesaran las guerras contra sus habitantes. 

Muerte de O’Donojú. 

Apenas instalada la regencia, uno de sus principales miembros, don Juan O'Donojú, cayó enfermo de pleuresía. Iturbide, que había hecho con el una excelente amistad, ordenó que fuese atendido en su enfermedad por el proto-medicato, a cuyo presidente envió un oficio encomendándole el caso. Todas las atenciones fueron inútiles y el último Capitán General de la Nueva España falleció el 8 de octubre, 13 días después de haber llegado a la capital.

Fue enterrado en la capilla de los Reyes de la Iglesia Catedral, con todos los honores correspondientes a los virreyes. A su viuda se le asignó una pensión de veinte mil pesos anuales, que habría de disfrutar mientras no mudase de estado y permaneciese en México. Como O'Donojú fue proscrito por el gobierno de Madrid, su viuda se quedó en México, donde años más tarde murió olvidada y en la pobreza.

La figura del hombre que canceló el dominio de España sobre México tiene reflejos dramáticos. Llega este hombre a las playas de México justo en el momento que la nación había abrazado la causa de la independencia, y cuando España ya sólo tenía bajo su poder la ciudad de México y los puertos de Acapulco y Veracruz. Enterado de la situación, resuelve adoptar el Plan de Iturbide y firma con él los tratados de Córdoba. Es reconocida su autoridad por los que de hecho mandaban en la ciudad de México y este reconocimiento no tiene otro efecto que el que la capital caiga sin sangre en poder del ejército Trigarante, cuya triunfal entrada contempla desde un balcón del palacio de los virreyes. Asiste a las ceremonias con que México celebra su emancipación, firma el Acta de Independencia, y apenas transcurren unos días de estos hechos, muere en la capital de una nación que durante 3 siglos había sido parte del imperio español y había dejado de serlo apenas unas semanas antes.

No falto bellaco que imputara a Iturbide la causa de la muerte de O'Donojú, "pero, esas imputaciones odiosas -dice Alemán son absolutamente infundadas. La enfermedad de que falleció fue bien conocida, y además de haberle asistido en ella el medico que con él vino de España (don Manuel Codorniú), Iturbide comisionó a todo el protomedicato para que lo visitara".

Organización del nuevo Estado. 

Iturbide había empuñado con decisión el timón de la nave del nuevo Estado, y la dirigía con pericia. No varió radicalmente el sistema administrativo que existía, pues no era necesario hacerlo. Pero introdujo algunos cambios. Distribuyó la administración militar del imperio en 5 capitanías generales que encomendó, la de las provincias internas de Oriente y Occidente, Bustamante, la nueva Galicia, a Negrete, la de México, a Sotarriva, la de Veracruz, a Luaces, y la del Sur, a Guerrero.

El 4 de octubre se crearon 4 secretarías de estado, a saber: la de relaciones exteriores e interiores, la de justicia y negocios eclesiásticos, la de guerra y marina y la de hacienda, que se confiaron respectivamente a don Manuel de Herrera, don José Domínguez, don Antonio de Medina y don Rafael Pérez Maldonado.

El generalísimo, para premiar los servicios hechos a la Independencia, nombró teniente general a don Pedro Celestino Negrete; mariscales de campo a don Anastasio Bustamante, don Luis Quintanar y don Vicente Guerrero, brigadieres con letras de servicio, a don Melchor Álvarez, don José Antonio Andrade y marqués de Vivanco; brigadieres sin letras, José Joaquín Herrera, Nicolás Bravo, José Antonio Echávarri, Miguel Barragán, Joaquín Pares y Juan Horbegoso; coroneles, Luis Cortazar y Agustín Bustillos.

Muchos españoles, previendo la que se iba a armar, resolvieron volver a España. Entre ellos estaba el regente de la audiencia, Bataller, quien no quiso quedarse a pesar del empeño de Iturbide. Cuéntase que Iturbide le dijo que respondía con su cabeza de la seguridad de él y de todos los españoles, a lo que Bataller replicó: ¿La cabeza de Ud.? ¡Triste seguridad! Es la primera que tiene que caer en este país".

Relaciones con Estados Unidos. 

Iturbide no creía en el destino manifiesto de los Estados Unidos. Por lo mismo, en cuanto se dio el primer caso de invasión de territorio mexicano por ciudadanos de ese país, mostró que estaba dispuesto a arrojar a los invasores.

Así consta del oficio dirigido el 23 de octubre de 1821 a don Pedro Celestino Negrete, documento que por su importancia vamos a copiar íntegro. Dice así:

"Excelentísimo señor:
El comandante general interino de las Provincias de Oriente, D. Gaspar López, en carta no. 52 de 15 de este mes escrita del Saltillo, me participa con documentos estar invadida la provincia de Texas y sorprendido el Presidio de la Bahía del Espíritu Santo por los angloamericanos, sin expresar por falta de datos el número de que se compone la división enemiga, ni detallar las demás necesarias circunstancias para formar una idea exacta de la calidad y miras de los invasores.

Como puede ser una partida corta de aventureros, puede ser una fuerza respetable y disciplinada con intenciones de apoderarse del territorio. De cualquier manera, el caso exige toda la actividad de V. E., sus acertadas disposiciones y su socorro, tanto de numerario como de tropa para que emprenda DESALOJAR ESOS ENEMIGOS Y FIJARSE ALLÍ PARA IMPEDIR NUEVAS TENTATIVAS.

A la fecha supongo que V. E. ha adelantado sus providencias en virtud del aviso que me indica López haberle dado el mismo día, y también supongo a V. E., instruido por él mismo de la escasez de tropa, dinero, armas y caballería en que se hallaba el gobernador de Texas por el abandono con que el anterior gobierno miró ESE PUNTO TAN INTERESANTE DEL IMPERIO. Espero que V. E. tome sobre sí el completo desempeño de este asunto pues aunque por aliviarlo he conferido el mando de las Provincias de Oriente y Occidente al señor general don Anastasio Bustamante, éste se halla aquí con ocupación y carece de conocimientos. Dios guarde a V. E. muchos años. Iturbide".

Poco tiempo después, el 8 de enero de 1822, Iturbide dirigió una carta al Presidente de los Estados Unidos en la que le notificaba que había tenido a bien nombrar al capitán de navío Eugenio Cortés para que fuera a ese país a comprar buques para empezar a formar la marina del imperio, "y lo manifiesto a V. E. -decía Iturbide- con aquella franqueza propia de la libertad del mismo gobierno, así como para que V. E. tenga el debido conocimiento, como para que use de la bondad de auxiliar su comisión”.

Cortés escribió a Iturbide de Baltimore informándole que se había reunido con Henry Clay, quien lo había tratado con cortesía. En esa misma carta le hacía mención del reciente mensaje de Monroe al Congreso. El secretario de Estado John Quincy Adams escribió al secretario de relaciones José Manuel Herrera el 23 de abril haciéndole saber que el presidente Monroe estaba dispuesto a recibir un agente diplomático de México y enviar un agente de aquel gobierno a la ciudad de México.

Por este tiempo, el aventurero internacional James Wilkinson escribió una carta al presidente Monroe en la que decía de Iturbide que "podría pasar en cualquier parte por ciudadano de los Estados Unidos. Su varonil, fornida figura esta adornada de una dulce expresión de semblante, y sus modales son a la vez fáciles, inafectados y cautivadores.

Hay otros muchos testimonios acerca de la noble fisonomía del Libertador. Un diputado centroamericano, Pedro José Lanuza, “ponderaba lo festivo, magnético y majestuoso de su semblante”. Tenía un cuerpo atlético y – un inconfundible aire militar. Poinsett hizo de él un poco más tarde esta descripción: "Su estatura de unos 5 pies y 10 u 11 pulgadas, es de complexión robusta y bien proporcionado; su cara es ovalada y sus facciones son muy buenas, excepto los ojos que siempre miran hacia otro lado. Su pelo es castaño, con patillas rojizas, y su tez es rubicunda, más de alemán que de español”.

El Cónsul Wilcox informa. 

Los primeros informes que recibió el gobierno de los Estados Unidos acerca del movimiento de independencia y de su autor, fueron tan exactos y fieles. Los trasmitió el cónsul James Smith Wilcox. Reflejan la verdad de la situación, observada por un extranjero honesto.

En su relación al Secretario de Estado, firmada el 25 de octubre de 1821, decía Wilcox:

"Señor, el amor de mi país, la explosión de un sentimiento noble y de toda acción generosa, me inducen a comunicarme con usted, para información del Presidente, y tomando en cuenta el beneficio que puede resultar al gobierno y a los ciudadanos de los Estados Unidos, de las siguientes noticias circunstanciales y exactas de la feliz rebelión que últimamente se ha desarrollado en este reino de la Nueva España; la cual, con la bendición de Dios, ha terminado en la más completa y absoluta emancipación debido a la intrepidez, valentía y esfuerzo de su patriótico jefe, el general don Agustín de Iturbide, a la discreta política de la madre patria, y a las ideas liberales y filantrópicas de su último capitán general, don Juan O´Donojú.

Refiere en seguida puntualmente el origen y desarrollo de la revolución de Iguala, elogia el plan publicado por Iturbide y cierra su verdadera información con estos juicios:

"Estoy muy lejos de creerme en la posesión de las cualidades necesarias para tratar con la precisión que el reclama, un asunto tan importante como este, y ciertamente no habría tenido la temeridad de tocarlo si no fuera por la peculiar situación en que me he encontrado, como testigo presencial de cuanto ha ocurrido, y por la convicción que abrigo de que todo individuo está obligado a contribuir al bienestar de su país, según su habilidad, sea grande o pequeña”. 

“Con esta idea, ahora que he terminado mi relación me tomaré la libertad de hacer algunas observaciones, y diré, en primer lugar, que la revolución que he intentado describir -esto es, el movimiento emprendido por Iturbide-, no es de aquéllos realizados por medio de la crueldad de las pasiones desatadas, ni por el rencor o la venganza, sino al contrario, desde que comenzó ha sido acompañada por el amor fraternal, el patriotismo, el desinterés, la verdad y la buena fe, de manera que a medida que más pienso en su origen y progreso, más crece mi admiración y más me siento tentado a exclamar que América ha producido dos de los más grandes héroes que han existido: Washington e Iturbide. Segundo, el nuevo gobierno se ha establecido sobre bases sólidas y seguras PORQUE EL PUEBLO ESTÁ ALTAMENTE SATISFECHO CON ÉL, los jefes oficiales y soldados han seguido uniformemente el ejemplo de moderación, que les ha puesto su magnánimo guía, quien para evitar luchas, guerras y emulaciones, ha rehusado absolutamente la corona...”. 

Carta de Simón Bolívar. 

Simón Bolívar escribió de Colombia a Iturbide el 10 de octubre de 1821 la siguiente carta:

"Excmo. Señor: El gobierno y el pueblo de Colombia a han oído con placer inexplicable los triunfos de las armas que V. E. conduce conquistar la independencia del pueblo mexicano. V. E. por una reacción portentosa ha encendido la llama sagrada de la libertad que yacía bajo las cenizas del antiguo incendio que devoró ese opulento imperio. El pueblo mexicano, siempre con los primeros movimientos de la naturaleza, con la razón con la política, ha querido ser propio. Los destinos estaban señalados a su fortuna y a su gloria: V. E. los, ha cumplido. Si sus sacrificios fueron grandes, más grande es ahora la recompensa que reciben en dicha y honor.

“Sírvase acoger con la franqueza con que yo la dirijo, esta misión, que sólo lleva por objeto expresar el gozo de Colombia a V. E. y a sus hermanos de México por su exaltación a su dignidad. El señor Santa María, miembro del Congreso General, Plenipotenciario cerca del Gobierno de México, tendrá la hora de presentar a V. E., juntamente con esta carta, la expresión sincera de mi admiración de cuantos sentimientos puedan inspirar el heroísmo benéfico de un hombre grande.

"Yo me lisonjeo que V. E., animado de sus elevados principios y llenado el voto de su corazón generoso, hará de modo que México y Colombia se presenten al mundo asidas de la mano y aún más en el corazón. En el mal, la suerte nos unió; el nos ha unido en los designios y la naturaleza desde la eternidad nos dio un mismo para que fuésemos hermanos y no extranjeros.

"Sírvase V. E. aceptar los testimonios más sinceros de los sentimientos con que soy de V. E., con la mayor consideración y respeto su obediente servidor. SIMÓN BOLÍVAR”.

Asoma la discordia. 

En la junta provisional gubernativa se acusaron las tendencias hostiles al primer jefe que serían el origen de los sucesos posteriores.

La junta, como dice Alamán, equivocó sus funciones. Estas se limitaban a nombrar la regencia y convocar a congreso; pero las excedió. Por principio de cuentas no se conformó con el modesto nombre de "junta provisional", sino que tomó el titulo de soberana exigió el tratamiento de majestad, hechos que indican ya su pretensión de que la hechos que indican ya su pretensión de que la soberanía radicaba en ella.

Sus individuos representaban las opiniones políticas en boga. Los principios de la constitución española eran para ellos, o para algunos de ellos, dogmas, y por lo mismo inobjetables. Uno de estos dogmas era el del sistema representativo. “No se creía posible”, dice Alamán, "establecer una sociedad política sin una junta congreso constituyente”. Pero no era eso lo malo, sino que se pensaba que un congreso cualquiera, una asamblea de declamadores ignorantes, estaba revestido de una soberanía absoluta, esto es, aquellas gentes habían pasado del extremo del absolutismo real al extremo del absolutismo democrático. Conforme a esta idea, pues, el soberano absoluto ya no era un rey, sino un congreso. Y por lo absoluto, el congreso podía hacer lo que le diese la gana. Podía constituir un país sin tomar en cuenta sus antecedentes históricos, su peculiaridad física y social. De acuerdo con su concepción política, el fundamento de la autoridad era la voluntad general, representada en un congreso, y no el bien común. Por lo mismo, los representantes ejercían un Poder irrestricto, superior a todos.

La junta creada por Iturbide se reputó congreso en embrión, germen de representación nacional, y sobre esa base, empezó a reclamar para sí la supremacía del Poder.

Iturbide mismo nos refiere el proceso de enajenación de su autoridad, que luego, muy a su pesar, según demostraremos, tuvo que recuperar, en las siguientes, reveladoras palabras:

"Hasta aquí -dice, refiriéndose a la fecha en que la junta quedó instalada- todas las determinaciones fueron mías, y todas merecieron la aprobación general, y jamás me engañe en mis esperanzas: los resultados siempre correspondieron a mis deseos. Empezó la junta a ejercer sus funciones, me faltaron las facultades que le había cedido; a los pocos días de su instalación ya vi cuál había de ser el término de mis sacrificios: desde entonces me compadeció la suerte de mis conciudadanos; estaba en mi arbitrio volver a reasumir los mandos, debí hacerlo porque así lo exigía la salvación de la patria; pero, ¿podría, podría resolverme sin temeridad a tamaña empresa fiado sólo en mi juicio? ¿Ni cómo consultarlo sin que el proyecto trascendiese, y lo que era sólo amor a la patria y deseos de su bien, se atribuyese a quebrantamiento de lo prometido?”.

Eso, precisamente eso que Iturbide pensó en hacer y no hizo fue lo que debió haber hecho: reasumir los mandos porque así lo exigía la salvación de México.

Claro que, como dice Justo Sierra, “es sumamente fácil el papel de Profetas retrospectivos” y fácil por tanto demostrar que “más habría convenido a él y al país que, rompiendo compromiso de Iguala, hubiese inaugurado una dictadura eminentemente ilustrada y organizadora, forma natural de los gobiernos de transición”.

En el mismo sentido opina Alamán cuando dice: “hubiera sido mejor que Iturbide hubiese conservado la autoridad que había ejercido desde el principio de la revolución hasta la entrada en México, con el título de primer jefe del ejército de las tres garantías, y no tiene duda que, si bien el mismo Iturbide no dio muestra de gran capacidad administrativa… la marcha de las cosas hubiera sido más expedita”.

Iturbide no se decidió, desde un principio, a dirigir el Estado por sí mismo hacia su verdadero fin, por las siguientes razones, que él expone con su franqueza acostumbrada:

1°-Porque no se podía fiar sólo en su juicio.
2°-Porque no quería parecer ambicioso.
3°-Porque el Plan de Iguala se debilitaba.
4°-Porque "hubiese chocado con la opinión favorita del mundo culto” y se hubiera hecho “objeto de la execración de una porción de hombres por una quimera”.
5°-Porque quería ser consecuente con sus principios: había ofrecido formar la junta, cumplió su palabra, y no gustaba de destruir sus hechuras.


A estas razones, expuestas por él, debemos añadir estas otras: Iturbide creía que la primera necesidad del imperio era constituirse y que no había otro medio de hacerlo que la reunión de un congreso. Su robusto sentido común, que claramente le revelaba lo que el bien de México exigía, se veía contradicho por una teoría entonces universal que él mismo había adoptado.

Por otra parte, no quería echar a perder su obra maestra: la Independencia, ni opacar el brillo de su título de Libertador. Y tenía razón. Nosotros estamos plenamente convencidos de que Iturbide hubiese preferido, una vez consumada su empresa, volver al campo, que lo atraía poderosamente. Muchas veces expresó este deseo, y biógrafos tan serios como Robertson admiten que no hay motivo para sospechar de la sinceridad de estas expresiones. Los que se dejan guiar por la apariencia de los hechos, replican: No. Iturbide era un ambicioso, quería el poder para él solo. Nosotros estamos de acuerdo en que Iturbide era ambicioso, y justamente porque lo era tenía que renunciar a un poder que no le proporcionaba mas de lo que ya tenía, sino que menoscababa su gloria. La ambición suya estaba colmada desde el momento en que liberto a México.

Pero, no podía escapar a su perspicacia el resultado que produciría dejar el país entregado a las luchas de los partidos, de las facciones que empezaban a pulular. Vendría el caos, como vino. La suerte de su patria no podía serle indiferente. Por salvarla, cuando ya iba en el camino de la anarquía y el desorden, hizo lo que por mucho tiempo se resistió a ejecutar. Pero entonces no se forjó ninguna ilusión acerca de su poder para cambiar el curso fatal de la historia. Supo que iba a la derrota y a la muerte. Y aceptó su destino. Lo acepto valiente, noblemente. Lo veremos marchar hacia él con aquellos firmes, seguros, ágiles ochenta pasos que camino en el cadalso de Padilla.

CAPÍTULO 8. 

La desición inevitable. 

Con motivo del debate acerca de, la reposición de la Compañía de Jesús y las órdenes hospitalarias se manifestó el partido liberal, a cuya cabeza estaba don José María Fagoaga, "hombre muy considerado por su nacimiento, instrucción y riqueza... muy tenaz en sus opiniones, decidido por la forma de gobierno monárquico con príncipe de la familia real, pero con todas las limitaciones establecidas por la constitución española, y muy adicto a las reformas introducidas por las Cortes en materia religiosa". El Padre Cuevas, con su peculiar acrimonia, dice que era "mal español y mal mexicano, tipo del autodidacto presuntuoso”. Al mismo partido pertenecían Sánchez de Tagle, "mal poeta y peor político” Jáuregui, el Conde de Heras y -agrega Cuevas- “otros abogados ejusdem furfuris” (de la misma calaña). Las personas adheridas a la tendencia liberal habían leído obras de política, conocían bien los fundamentos del sistema representativo, del que eran ardientes partidarios, y aunque nunca lo habían visto funcionar ni tenían la menor experiencia en la práctica del gobierno, sus opiniones imponían respeto.

La tendencia liberal moderada también se acuso en la junta y la representaba el doctor Alcocer, que era contrario a las reformas religiosas. Por otro lado estaban los títulos y mayorazgos, que dependían de Iturbide y votaban según las disposiciones de este.

"El terreno -dice Alamán- era muy desventajoso para los liberales, supuesto lo que había precedido y el objeto que había tenido la revolución: así no entraron a la contienda a descubierto".

En el debate sobre la reinstalación de los jesuitas y hospitalarios, el grupo liberal radical evitó, en forma muy hábil, encarar el asunto, su pretexto de que la junta no podía ocuparse sino de temas urgentes. Así pues, la discusión de este punto fue soslayada, cuando la nación quería realmente el restablecimiento de esas órdenes, como que éste había sido uno de los grandes motivos de la revolución de independencia. Y por una mayoría ficticia de una junta llamada soberana se tomó una determinación opuesta a la opinión general.

Convocatoria al Congreso. 

El principal deber de la junta era convocar a un congreso para que constituyera la nación. Las discusiones sobre la forma y el método de las elecciones fueron acaloradas. El generalísimo ocurrió a presentar un proyecto de convocatoria y algunos miembros de la junta pretendieron negarle este derecho, pero Iturbide supo hacerse respetar.

El proyecto de Iturbide proponía que la elección de los diputados se hiciese por clases o gremios y que el número de diputados fuese el de 120, distribuidos entré las distintas clases; esto es, proponía una representación orgánica, de acuerdo con el sistema representativo tradicional, según el cual el elector no transmite ninguna soberanía política, sino que se limita a conferir un mandato concreto al elegido, quien debe obrar sujetándose a las instrucciones de sus electores. Implícitamente sostenía Iturbide en su proyecto que la representación es el ejercicio de un derecho colectivo, el de clase, y no de la, soberanía política, sino social.

La Junta resolvió estudiar la proposición del generalísimo, que, al final adoptó en parte, mezclándola con el sistema de la constitución, española inspirada en una filosofía política diversa a la tradicional en la que Iturbide fundaba su proyecto, de modo que la convocatoria fue un producto híbrido y contradictorio.

Dicha convocatoria se publicó por bando solemne, y según lo dispuesto en ella, en las elecciones populares que debían efectuarse el 21 de diciembre los ciudadanos nombrarían electores; estos elegirían el 24 los alcaldes, regidores y síndicos de los ayuntamientos; el 27 los ayuntamientos elegirían elector partido, reunidos los electores de partido en la capital de éste, procederían a nombrar elector de provincia, y reunidos los electores de provincia en la capital de ésta, harían el 28 de enero la elección de diputados, quienes deberían ser-nombrados por clases (un eclesiástico, un militar, un magistrado, etc). Los diputados debían estar en México el 13 de febrero para instalar el congreso el 24, aniversario del Plan de Iguala. El número de los diputados sería el de 162 con 29 suplentes.

La voluntad popular llegaba a los diputados, a través de tantas elecciones indirectas, bastante diluida. En realidad, los electores de los diputados constituyentes representaban, si caso, a un eco lejanísimo de la opinión del pueblo.

Crítica de la convocatoria. 

Iturbide dice de la convocatoria que "era defectuosísima, pero con todos sus defectos fue aprobada, y yo no podía mas que conocer el mal y sentirlo. No se tuvo presente el censo de las provincias; de aquí que se concedió un diputado, por ejemplo, a la que tenía 100,000 habitantes y 4 a la que tenía la mitad. Tampoco entró en el cálculo que los representantes debían estar en proporción de la ilustración de los representados; de entre 100 ciudadanos instruidos bien pueden sacarse 3 ó 4 que tengan las cualidades de un buen diputado, y entre 1,000 que carecen de ilustración y de principios con dificultad se encontrará tal vez uno a quien la naturaleza haya dotado de penetración para conocer lo conveniente, de imaginación para ver los negocios por los aspectos precisos, firmeza de carácter para votar por lo que le parezca mejor, y variar de opinión una vez convencido de la verdad, y de la experiencia necesaria para saber cuales son los males que afligen a su soberanía".

Iturbide demuestra en seguida cómo, a través del funcionamiento del complicado artilugio electoral, la elección vino a quedar en manos de los ayuntamientos de las capitales de provincia, “o más bien de los directores de maquina que luego quedaron en el congreso después de la cesación de la junta para continuar sus maniobras". Y el pueblo -decimos nosotros- ¡encantado con su soberanía!

Los monopolios. 

La máquina de que habla Iturbide era, en realidad, la francmasonería, máquina muy bien montada, puesta en marcha y en plena producción de conspiraciones.

Digamos con Menéndez y Pelayo que "tiene algo de pueril exagerar su influencia, mayor en otros días que ahora cuando la n destronado y dejado a la sombra, como institución atrasada, pedantesca y añeja, otras sociedades más radicales, menos ceremoniosas y más paladinamente agitadoras; pero rayaría en lo ridículo el negar, no ya su existencia, comprobada por mil documentos y testimonios personales, sino su insólito y misterioso poder y sus honda ramificaciones”.

Tenemos que estar también de acuerdo con el genial polígrafo español cuando dice que, en una materia tan ocasionada a fábulas consejas como lo es la francmasonería, "es preciso ir con tiento y no afirmar sino lo que está documentalmente probado mi la mínima severidad que la historia exige", porque "si de lo que pasa a nuestros ojos y en actos oficiales consta, no tenemos a veces la seguridad apetecible, ¿como hemos de saber con seguridad lo que medrosamente se oculta en las tinieblas? Las sociedades secretas son muy viejas en el mundo. Todo el que obra mal y con dañados fines se esconde: desde el bandido y el monedero falso y el revolvedor de pueblos, hasta el hierofante y el sacerdote de falsas divinidades que quiere, por el prestigio del terror, y de los ritos nefandos y de las iniciaciones arcanas, iludir a la muchedumbre y fanatizar a los adeptos. De aquí que lo que llamamos LOGIAS y llamaban nuestros mayores COFRADÍAS Y MONIPODIOS, exista en el Mundo desde que hay malvados y charlatanes; es decir, desde los tiempos prehistóricos. La credulidad humana y el desordenado afán de lo maravilloso es tal, que nunca faltará quien lo explote y convierta a la mitad de nuestro linaje en mísero rebaño, privándola del propio querer y del propio entender”.

Conforme al criterio expuesto, no debemos afirmar, respecto a la influencia de las sociedades secretas en los sucesos que vamos, narrando, sino lo que esté documentalmente probado.

"La venida de O'Donojú a México -dice Alamán, con quien están de acuerdo todos los autores- había dado grande impulso a la francmasonería, pues aunque el mismo hubiese vivido pocos días, las personas que lo acompañaron se incorporaron en las logias ya existentes formaron otras nuevas, bajo el rito escocés. De estas últimas fue la que se llamó EL SOL, de la que dependía el periódico al que se dio el mismo nombre, redactado, por don Manuel Codorniú, médico que vino con O´Donojú, cuyo objeto era sostener el plan de Iguala, y propagar los principios liberales establecidos en España. [...] Desde entonces los francmasones vinieron a ser un resorte poderoso, que veremos en acción en todos los sucesos posteriores".

El testimonio de Zavala sobre este punto es muy valioso. Dice que los individuos de la oposición formaron un partido que adquirió mayor fuerza con el establecimiento de las logias masónicas fundadas bajo el título de rito escocés; que a esta secta secreta se afiliaron los que aspiraban a diputaciones empleos de cualquier genero, así como todos los que tenían interés en conservar sus puestos en el gobierno; que los republicanos se aliaron con los borbonistas, y que unos y otros se identificaban en el odio común al libertador. Todos los peninsulares -gachupines- se afiliaron al partido escocés. "Increíble era el furor -dice Zavala- con que estos restos de los conquistadores de América se expresaban contra el hombre que estaba al frente de los destinos de la nación. Parecía que su primer deber era sacrificar esta víctima a los manes de Cortés, y, de consiguiente, no omitían ningún medio para arruinar a Iturbide".

"La Masonería debe considerarse -dicen los autores de MÉXICO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS- como el positivo núcleo de un partido fuerte que, a favor, a favor de la inmunidad de el hecho gozaban las reuniones secretas, hicieron de cada logia un poco de conspiradores políticos, los cuales aumentaban en numero en proporción al disgusto que las medidas del gobierno causaban y de las aspiraciones o intereses que cada uno se proponía fomentar, fundiéndose, por lo mismo, en una sola masa los antiguos insurgentes, los europeos adheridos al Plan de Iguala que querían que un Príncipe Borbón ocuparse el trono del imperio; los republicanos que, persuadidos de que tal príncipe no vendría, optaban llegar al establecimiento de la republica; los aspirantes a puestos públicos, y por ultimo, los empleados que atribuyendo decidida influencia y poder irresistible a la masonería, deseaban conservar los destinos y mejorar los destinos y mejorar de posición.

Podríamos ofrecer otros muchos testimonios de la existencia, proliferación y dinamismo de los monipodios, pero es innecesaria la demostración de lo evidente, y con lo dicho basta y sobra.

miércoles, 25 de julio de 2012

APUNTES EN EL CUADERNO DE BITÁCORA: El Hijo del Trueno...

El Hijo del Trueno
25 de julio, Solemnidad de Santiago el Mayor, Apóstol, hijo de Zebedeo, hermano de San Juan, llamados Boanerges ("los hijos del trueno") por NSJC. 

Batalla de Clavijo. 

Cercanías de Clavijo (La Rioja), 23 de mayo del año 844: «A este tiempo se apareció Santiago sobre un fuerte y hermoso caballo blanco. A su vista se animaron briosos los cristianos y se amedrentaron tanto los infieles que, cobardes, volvieron las espaldas, huyendo desordenados, dejando el campo lleno de cadáveres moros y corriendo arroyos de su sangre que llegaron hasta el río Ebro, que dista de aquel sitio dos leguas». Relatos como este, atribuido al historiador de principios del siglo XIX José González de Tejada, o heroicas escenas como la que ilustra este reportaje, pintada por José Casado del Alisal en 1885, han tenido a lo largo de los siglos una influencia enorme en la formación de la identidad nacional española.

Muchos han sido los historiadores, de toda tendencia y condición, que han venido rastreando los orígenes y repercusiones de la leyenda de esta batalla de Clavijo, en la que, según se ha contado desde la Edad Media y hasta no hace mucho (cuando con el V2 se vino abajo la fe, imponiéndose el cancer del racionalismo), se apareció el apóstol de España a lomos de un gran caballo blanco, espada en ristre y, a gritos de «¡Dios ayuda a Santiago!», se puso a cercenar cabezas de moros en auxilio de los cristianos.

Los hechos se han narrado siempre de forma gloriosa, al estilo de la prosa densa y piadosa de la Edad Media. El «caballero andante de Dios», lo llamó Cervantes. Y con ellos se impregnaron el espíritu de toda la Reconquista, inspirándose además el nacimiento de varias órdenes militares, algunas de la cuales han llegado hasta nuestros días a grito del famoso «Santiago y cierra España». 

El «Tributo de las Cien Doncellas». 

Cuentan que el Rey Ramiro I de Asturias, hijo de Alfonso II «el Casto», se negó en el 844 a seguir acatando el bochornoso tributo establecido por los sarracenos a sus antecesores, bajo la condición de que no les atacaran. Según este impuesto, conocido como el «Tributo de las Cien Doncellas», los reyes de Asturias debían enviar anualmente a Córdoba 100 doncellas cristianas, 50 nobles y otras tantas plebeyas. Avergonzado por semejante deshonor, Ramiro decidió ponerle fin.

El Rey reunió entonces a toda la región y formó un poderoso ejército, con el que se lanzó contra los musulmanes en Albelda (Logroño). La derrota fue tan dura que se vio obligado a correr a esconderse en Clavijo, a 17 kilómetros de Logroño, con los pocos hombres que habían quedado vivos. Pero allí acorralado, sumido en la desesperanza, se le apareció el Apóstol Santiago en sueños para anunciarle su presencia en la batalla que tendría que librarse al día siguiente.

El encuentro tuvo lugar en las laderas del monte sobre el que se alzó después el castillo de Clavijo. Los cristianos, agotados y diezmados, se lanzaron sin temor contra el infiel convencidos previamente de su victoria, gracias a que su Rey les había dicho que Santiago el Mayor aparecería para batallar a su lado. Alfonso X el Sabio incluso reproduce en su «Primera Crónica General» (1270) las palabras del Apóstol a Ramiro I en sueños: «Sepas que Nuestro Señor Jesucristo repartió entre todos los apóstoles todas las provincias de la tierra. Y a mí sólo me dio España para que la guardase. Rey Ramiro, esfuérzate en tu oración y se bien firme y fuerte en tus hechos, que yo soy Santiago. Y ten por verdad que tú vencerás mañana con la ayuda de Dios a todos esos moros…». 

Santiago, el «Matamoros». 

Al rato de comenzar la contienda, cuando parecía ya perdida para los cristianos, surgió de repente un jinete desconocido sobre un gran caballo blanco, despidiendo resplandores y blandiendo una espada de plata con la que, en un abrir y cerrar de ojos, decapitó a 70.000 enemigos. El valeroso ataque le valió para los restos el sobrenombre de Santiago el «Matamoros».

Algunos relatos hablaron de esta batalla como «la primera en la que se hizo una invocación a España» y se convirtió en una de las claves para que actualmente entendamos el movimiento jacobeo en el país, convirtiendo particularmente a Santiago de Compostela en uno de los lugares de peregrinación por excelencia de los cristianos, al mismo nivel que Jerusalén y Roma.

La influencia que tuvo el relato de lo ocurrido en Clavijo en la historia patria fue tan grande que, en pocos años, se multiplicaron las intervenciones de Santiago Apóstol en batallas y escaramuzas contra la morisma por toda la Península, con algunas réplicas locales surgidas en determinados ambientes “eruditos” del Siglo de Oro. 

Como la Batalla de Coímbra en 1064, descrita en el Códice Calixtino recientemente aparecido, donde el patrón de España vuelve a intervenir en favor de las tropas de Fernando I. Su intercesión conseguirá que, a partir de aquella fecha, la Reconquista fuera considerada Guerra Santa.

Santiago "el Mayor". 

Hijo de Zebedeo y hermano de Juan, fue uno de los doce apóstoles de Jesucristo. Era hijo de Cleofás o Alfeo, (el hermano de San José), y de Santa María de Cleofás, y hermano de San Judas Tadeo (Marcos 15:40).

San Mateo nos dice que hay dos apóstoles llamados Santiago (Mateo 10:2-4): 

"Los nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano; Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano; Felipe, Bartolomé, Tomás, Mateo el publicano, Jacobo hijo de Alfeo, Lebeo, por sobrenombre Tadeo, Simón el cananista, y Judas Iscariote, el que también le entregó." 

San Marcos (6:3) nos hace ver que fue reconocido por las personas donde había crecido:

"¿No es éste (NSJC) el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo…".

DON AGUSTÍN DE ITURBIDE. EL TRÁGICO DESTINO DEL LIBERTADOR DE MÉXICO: Por Alfonso Trueba Olivares (revisión, comentarios y actualización por el doctor Juan Bosco Abascal Carranza).

Entrada del Ejercito Trigarante a la Ciudad de México
HONOR A QUIEN HONOR MERECE. TERCERA ENTREGA.
 
Exámen del Plan de Iguala.
 
El Plan de Iguala es, sin duda, la obra maestra de nuestra Historia política, puesto que de él arranca la vida de México como nación independiente.
 
De su oportunidad, trascendencia y eficacia podremos formamos una idea con examinar las siguientes razones:
 
Primera. Cambió radicalmente el sentido de la lucha por la Independencia, transformando una guerra civil (criollos contra gachupines) en una guerra nacional (México contra España). Los planes anteriores (si planes hubo) estaban realmente "mal concebidos", como dijo Iturbide, y retardaron una Independencia querida por todos. El Plan de Iguala removió los obstáculos que habían impedido su desarrollo.
 
Segunda. Al sentar como primera base del plan la religión católica, sin tolerancia de otra, se atendió a la necesidad más urgente del momento. Esa religión era la profesada por todos los mexicanos, y los decretos de las cortes españolas representaban un ataque contra ella. "Era por esto -dice Alamán- la primera necesidad del momento, calmar esta inquietud, al mismo tiempo que, dando un motivo religioso al cambio político que se intentaba, se hacían otros tantos partidarios de éste, cuantos veían con horror las innovaciones que habían comenzado a plantearse".
 
Tercera. La elección de la forma de gobierno indica el respeto a las tradiciones políticas del país y a su constitución real. Ya en esta época atraía el hechizo de la forma republicana, al que el autor del Plan supo resistir. "La naturaleza -decía- nada produce por saltos, sino por grados intermedios: el mundo moral sigue las reglas del mundo físico: querer pasar repentinamente de un estado de abatimiento, cual es de la servidumbre... querer de repente y como por encanto adquirir ilustración, tener virtudes, olvidar preocupaciones... es un imposible que solo cabe en la cabeza de un visionario. ¡Cuántas razones se podrían exponer contra la soñada república de los mexicanos, y que poco alcanzan los que comparan lo que se llamó la Nueva España con los Estados Unidos de América! Las desgracias y el tiempo dirán a mis paisanos lo que les falta: ¡ojalá me equivoque!". Por desgracia, no se equivocó. El cambio de la forma de gobierno propuesta en el Plan de Iguala arrastró al país a la anarquía, lo hundió en un mar de sangre y lo dejó a merced de su poderoso vecino, lo cual, a pesar del destino manifiesto, hubiera sido difícil que ocurriera si un gobierno vigoroso, respetado, capaz de sobreponerse a todos, rige la nación. En el aniquilamiento de esta base del Plan de Iguala está, sin duda, el origen de los desastres padecidos por México en los primeros 25 años de su vida independiente, de la incesante guerra civil, de la miseria pública y del peligro de la extinción de la nacionalidad.
 
Por otra parte, independizar un país y al mismo tiempo mudar radicalmente su orden político, sus costumbres y sus tradiciones, era arrostrar un riesgo cierto. Los Estados Unidos, al emanciparse, no variaron su sistema político. "Iturbide creyó con razón que la fiel imitación de la conducta de aquellos estados consistía, no en copiar su constitución política, para lo cual había en México menos elementos que en Rusia o en Turquía, sino en seguir el prudente principio de hacer la independencia, dejando la forma de gobierno a la que la nación estaba acostumbrada”.
 
Cuarta. Al ofrecer el trono de México a un príncipe de la casa reinante se aseguraba la necesaria firmeza de la autoridad, y, como decía el propio Plan, hallándonos con "un monarca ya hecho", se precavían los atentados de la ambición. Iturbide y Bolívar coincidieron en la misma idea, "sólo que la convicción que en Bolívar procedía de una funesta experiencia, era en Iturbide el efecto de una prudencia previsora", dice Alamán.
 
Quinta. Al sentar como base de la Independencia la unión entre europeos y americanos no sólo se adoptó el único medio por el que la empresa podía realizarse, sino que se fijó la condición necesaria para que México pudiera subsistir y prosperar. Zumárraga había escrito 3 siglos antes, hablando de las razas nativa y europea: “se requiere grande atadura y vínculo de amor entre éstas, y bienaventurado será el que amasase estas dos naciones en este vínculo de amor". Si se toma en cuenta que, fomentada la persecución racial con la venida de Poinsett y trabados en lucha a muerte los diversos elementos de la población mexicana, fue posible a un enemigo extranjero llegar con facilidad hasta el corazón mismo del país, podrá calcularse cuán importante era la unión proclamada en Iguala.
 
En resumen: Agustín de Iturbide, al formular su Plan de Independencia, acusó una clara y larga visión política que le permitió establecer los fundamentos de una nacionalidad fuerte y permanente.
 
Ciertamente, como apunta Robertson, la declaración de Independencia mexicana "no refleja la filosofía política de la inmortal acta de 4 de julio de 1776”, pues, todavía no hay influencia extranjera; el Plan de Iguala es, dice el Padre Bravo Ugarte, “de filiación hispana; de la secular herencia política española entresaca poco, aunque sustancial: la Monarquía y la Religión Católica, oficial e irreformable; y de las tendencias innovadoras que prevalecían entonces en la Península, el liberalismo constitucional y representativo.
 
En busca de más adhesiones.
 
Proclamado su Plan, Iturbide trata afanosamente de que lo adopten las personas que mayor influencia tienen en la vida de la Nueva España. El 27 de febrero escribe al obispo Cabañas de Guadalajara, y al arzobispo de México, don Pedro Fonte; más tarde (17 de marzo) al diputado a las Cortes de España Gómez Navarrete, a quien le informa de lo que ocurre y le manifiesta su esperanza de que el Congreso y el monarca escuchen con interés "los generales lamentos y justa solicitud" de los mexicanos.
 
También escribe al rey Fernando VII. (16 de marzo) protestando fidelidad, y a las cortes de Madrid, a las que expone sus pretensiones en estos términos: “Deseamos un rey constitucional y de la dinastía de los Borbones, que se coloque a la cabeza, ceñido a las deliberaciones de un congreso arreglado; mas todo en el centro de este imperio, porque de otro modo las rivalidades no se extinguirán, la guerra será infinita y desoladora, dando lugar al fin, a la codicia de una potencia extranjera”, palabras éstas que revelan que Iturbide leía el porvenir.
 
El promovedor de la Independencia a través de todos estos actos que son el testimonio de una superior, abre un camino de paz a su patria independiente; un camino del que, por desgracia, será violentamente apartada por los poderosos agentes de la disolución nacional.
 
CAPÍTULO 4.
 
La campaña por la libertad. 
 
“SEIS MESES BASTARON Para desatar el apretado nudo que ligaba los dos mundos. Sin sangre, sin incendios, sin robos, ni depredaciones, sin desgracias y de una vez, sin lloros y sin duelos, mi patria fue libre y transformada de colonia en grande imperio", dice Agustín de Iturbide”.
 
Y así fue.
 
Pero al principio las cosas no tomaron el favorable curso que Iturbide esperaba.
 
El virrey no sólo no aceptó, las proposiciones de Iturbide, sino que el 14 de marzo lo declaró fuera de la protección de la ley y sin los derechos del ciudadano español. Esto causó desilusión a Iturbide, que había confiado siempre en que Apodaca marcharía de acuerdo con él. El Ayuntamiento de México, en el que había varias personas con cuya cooperación esperaba contar el coronel criollo, publicó una proclama reprobando la revolución.
 
Todas las autoridades del reino manifestaron su adhesión al gobierno y protestaron fidelidad, lo que parecía indicar que no era tan general la opinión en favor de la Independencia.
 
Ni aun las mismas tropas que Iturbide mandaba mostraron estar decididas a seguirlo en su empresa. Desertaron las compañías de realistas y no quedó en el ejército Trigarante más cuerpo europeo que las dos compañías de Murcia. La deserción redujo las fuerzas a la mitad y, por otra parte, nadie se movía en apoyo de su plan. 
 
El Bajío responde.
 
Entonces toma Iturbide una decisión oportunísima: trasladarse al Bajío de Guanajuato, el escenario de sus mejores hechos de armas, brava de los hombres frugales y valerosos, el fértil campo donde germinan el maíz, el trigo y la libertad.
 
La provincia estaba deshecha por la guerra civil; destruida su riqueza, cansados los hombres de pelear. Pero eso no obstante, se alzaría sin vacilación, para defender la causa promovida por aquel jefe criollo que había cabalgado por las llanuras ubérrimas enseñando la lección del denuedo y la bizarría.
 
Se puso, pues, en marcha con todas sus tropas por el camino de Tlalchapa, Cutzamala, el rancho de las Animas, la hacienda de los Laureles, con dirección a Zitácuaro, para de aquí salir al Bajío, por Acámbaro y Salvatierra.
 
Antes celebró una entrevista con Guerrero, en Teloloapan, el 10 de marzo.
 
Ya en Cutzamala, Iturbide empieza a recibir noticias que calman su inquietud. Sabe allí que en Jalapa los granaderos y dragones España se habían adherido al Plan de Iguala, y también allí se le presenta don Ramón Rayón, que se había fugado de Zitácuaro, temeroso de ser aprehendido al conocerse su intento de declararse en favor de Iturbide.
 
En Tuzantla supo que el Plan de Iguala había sido proclamado en aquel lugar por los capitanes Filisola y Codallos, y que toda la línea que custodiaba el Batallón Fijo de México, mandado por esos capitanes, estaba por la Independencia. 
 
Bustamante y Cortazar.
 
Habían ocurrido en el Bajío sucesos que anunciaban el éxito revolución.
 
Los capitanes Quintanilla y La Madrid, enviados por Iturbide para atraer prosélitos, habían cumplido bien su misión.
 
El coronel Anastasio Bustamante, hombre de gran corazón que llegaría a ser "el segundo del señor Iturbide", fue atraído desde luego a las filas de los trigarantes.
 
Otro valeroso jefe criollo, el coronel Luis Cortazar, proclamó la Independencia en el pueblo de Amoles (que hoy lleva su nombre) 16 de marzo. Al día siguiente hizo lo mismo la guarnición de Salvatierra, y el 18 la de Valle de Santiago, en unión de la de Pénjamo y otros destacamentos, declararon su adhesión al Plan de Iguala.
 
Bustamante marchó de la hacienda de Pantoja a Celaya y de aquí a la ciudad de Guanajuato, donde antes de su llegada la guarnición había destituido al comandante español Yandiola y manifestado su adhesión al movimiento de Iturbide.
 
Bustamante fue recibido con aplausos por los guanajuatenses y para borrar recuerdos poco gratos, hizo tarde la alhóndiga de Granaditas las cabezas de Hidalgo y sus compañeros, que se exhibían en jaulas de hierro, y las mandó enterrar en la iglesia, San Sebastián.
 
Permaneció Bustamante en Guanajuato hasta el 2 de abril, tiempo que empleó en mandar destacamentos a todas las ciudad del Bajío para que proclamaran la Independencia, lo cual hicieron.
 
Así, la provincia de Guanajuato, en donde resonó el primer grito de rebeldía, fue también la primera en adherirse al Plan de Iguala lo que determino el triunfo de la revolución.
 
Las fuerzas independientes subieron entonces a 6,000 hombres y contaban para sostenerse con los recursos de una provincia que a pesar de los estragos de la guerra, era una de las más ricas del reino.
 
El virrey dirigió una proclama a los soldados del Bajío y ofreció a Bustamante empleos y condecoraciones, que fueron rechazados.
 
En Michoacán se decidieron por la revolución el sargento Juan Domínguez, con el batallón de Guadalajara y otras fuerzas que ocupaban Apatzingán, así como la división de Ario, compuesta de Fieles de Potosí, y que mandaba el futuro presidente de la república Miguel Barragán.
 
Iturbide llegó a Acámbaro a mediados de abril. Para captarse, la simpatía de los pueblos licenció realistas, suprimió contribuciones y redujo alcabalas, completó los cuerpos que estaban desintegrados, y formó el batallón Fernando VII y admitió a sus filas a los jefes insurgentes que habían dado pruebas de valor, como Epitacio Sánchez, a quien dio el mando de su escolta.
 
La reunión de Iturbide con Bustamante en Acámbaro y la presencia en Zacapu de Barragán y Domínguez hizo temer al gobierno virreinal un ataque a Valladolid; pero los planes de Iturbide eran otros, y consistían en celebrar una entrevista con el general José de la Cruz, cuya adhesión, o por lo menos su neutralidad, le interesaba asegurar.
 
De Acámbaro se dirigió a Salvatierra y más tarde a León, donde el 1 de mayo publicó una proclama en la que llama a los leoneses "conciudadanos y hermanos míos" y los tranquiliza respecto a los rumores que habían circulado, anunciando que después del triunfo de la revolución se haría con los europeos unas vísperas sicilianas. A su paso por Silao se le unió el licenciado José Domínguez Manso, quien desde luego se encargó de la secretaría del Primer Jefe, al que prestó útiles servicios.
 
Desde León, y sin más compañía que la del coronel Bustamante y un dragón, se dirigió Iturbide, con la celeridad que solía, a la hacienda de San Antonio, ubicada entre La Barca y Yurécuaro, donde le esperaban los generales, celebró una conferencia. Cruz propuso una suspensión de armas para entrar en negociaciones con el virrey, que no fue admitida por Iturbide, el que solicitó de Cruz que mediara con Apodaca que oyese sus propuestas, y convinieron en que Iturbide escribiera una carta a Cruz invitando a que tomasen parte en la mediación el obispo de Guadalajara, Cabañas, y el marqués del Jaral. Comieron juntos, brindando el primero por la paz y unión y el segundo por la salud del general.
 
Iturbide consiguió lo que le interesaba, o sea asegurar la inacción de Cruz y, por lo mismo, que no le amenazara ningún peligro desde la Nueva Galicia.
 
Se propaga la revolución.
 
Don Nicolás Bravo, que en un principio rehusó seguir a Iturbide, adoptó por fin su plan y propagó la revolución en la provincia de Puebla.
 
El Dr. Magos proclamó la independencia en Ixmiquilpan y pueblos de la sierra hasta Huichapan.
 
Los oficiales de la columna de granaderos, con asiento en Ja1apa, sedujeron la tropa y salieron con ella hacia Perote, con intento de apoderarse del castillo. En Banderilla les informó el capitán Iruela de lo que se trataba. El plan se frustró y la falta jefe iba a ocasionar la dispersión de la fuerza, pues Iruela no era sino capitán. Entonces recurrieron a una persona que tenía grado de teniente coronel y que había hecho una valiente campaña en el Sur, a las órdenes de Armijo. Era esa persona el que llegaría a ser el presidente sin mancha don José Joaquín Herrera, quien aceptó el mando. En San Juan de los Llanos, la columna de granaderos tomó el nombre Granaderos Imperiales y Herrera, quien aceptó a Iturbide haciéndole saber que no pasaba un solo día, sin que los soldados desertaran de las filas realistas y sé le unieran. "La provincia entera", agregaba, “muestra el más grande interés en nuestra empresa. Todo el pueblo os aclama. Todas las personas desean ser armadas para la defensa de sus derechos". El jefe del ejército acordó a Herrera y a Iruela los grados de tenientes coroneles.
 
Por los mismos días (marzo de 1821), don José Martínez, cura de Actopan, proclamó la independencia en Jalapa.
 
Amenazadas Córdoba y Orizaba por los independientes, el gobernador Dávila mando reforzar las guarniciones de estas villas con tropas al mando del capitán Antonio López de Santa Anna. El 23 de marzo, un antiguo insurgente, Francisco Miranda, y don José Martínez intimaron a Santa Anna y al ayuntamiento que se adhiriesen al plan de Iturbide. Santa Anna rehusó y después de un tiroteo se retiro al convento del Carmen. A las 4 de la mañana del 29, atacó a los independientes en la garita de Angostura, haciéndoles algunos muertos. En premio el virrey dio a Santa Anna el grado de teniente coronel.
 
Herrera llego con su división a Orizaba el mismo día 29. Entonces convidó a Santa Anna a que se uniera al ejercito Trigarante, y el que antes había rechazado la proposición de Miranda, se unió a Herrera.
 
Este ocupó Córdoba, el primero de abril. Santa Anna se dirigió a la costa, donde tenía muchos amigos, y se apodero de Alvarado, sin resistencia.
 
En Tepeaca se libró el 24 de abril una de las muy pocas acciones de guerra de esta revolución entre fuerzas de Herrera y del realista Hevia el que derrotó a los independientes. Hevia persiguió a los derrotados hasta Córdoba, villa que ataco y en donde fue muerto. Los realistas tuvieron que retirarse.
 
Don Guadalupe Victoria se unió a los Trigarantes en Santa Fe, y don Carlos María Bustamante a Santa Anna, en Jalapa. Este don Carlos, historiador mendaz, chocarrero y enredador, redactó una proclama para animar a las tropas al ataque de Veracruz, en la que desvirtuando la esencia del Plan de Iguala, habla del “águila mexicana hollada 3 siglos antes en las llanuras de Otumba” e invoca los manes de Cuauhpopoca y de las victimas de la matanza de Cholula. Don Carlos no podía entender que se trataba de libertar, no a las desaparecidas naciones precortesianas, sino a una nación completamente distinta: la Nueva España.
 
Santa Anna intentó el asalto de Veracruz y fue rechazado, aunque se portó valientemente. De ahí en adelante se acostumbraría a perder, pues su vida militar es una larga serie de derrotas.
 
Antes de continuar este relato queremos llamar la atención del lector sobre muchos nombres de jefes que, bajo el mando de Iturbide, hicieron la Independencia de México. Son nombres de futuros presidentes de la republica los siguientes: Antonio Lopez de Santa Anna, Anastasio Bustamante, José Joaquín Herrera, Manuel Gómez Pedraza, Mariano Arista, Valentín Canalizo, Miguel Barragán, Manuel María Lombardini y Mariano Paredes Arrillaga. Todos estos habían sido realistas, como Iturbide. Sin embargo, sólo a Iturbide se le reprocha haber sido realista primero y luego partidario y autor de la Independencia, sin considerar que tenía tanta razón como los demás para haber servido primero al rey, combatido una descabezada insurrección, y para declararse por la independencia cuando las circunstancias lo exigieron.
 
Operaciones del General en Jefe.
 
Desde León se dirigió el primer jefe del ejército de las 3 Garantías, a la cabeza de 8,000 hombres, contra Valladolid. Al llegar Huaniqueo envió comunicaciones al ayuntamiento y al comandante Quintanar invitándoles a adherirse a su plan. Quintanar rehusó la invitación, Iturbide, "confiando en el influjo de su persona y en su arte de insinuarse y persuadir", insistió en solicitar una conferencia. Quintanar accedió a oír proposiciones, enviando para eso a la hacienda de la Soledad, donde Iturbide había establecido su cuartel general, a los tenientes Cela y Marrón. Las propuestas de Iturbide se redujeron a que se dejase la tropa en libertad de tomar el partido que quisiese.
 
Desde que Iturbide se presentó ante la ciudad, la deserción de las tropas de la guarnición fue en aumento. Quintanar abandonó la plaza y dejó el mando a Cela, quien capituló el 20 de mayo. El ejército Trigarante hizo su entrada triunfal en Valladolid el 22 de mayo, después de 10 días de sitio en el que no se derramó ni una gota de sangre. Iturbide fue aclamado con delirio por su ciudad natal.
 
A este suceso siguió otro de mayor importancia. El brigadier Negrete se pronunció en Guadalajara por la Independencia el 13 de junio. El 23 se solemnizó en catedral el juramento con función en que predicó el Dr. San Martín, el que tomo por lema estas palabras de San Pedro: "amad la fraternidad, temed a Dios y honrad al rey". Entre otras cosas, dijo: "La guerra por nuestra independencia es una guerra de religión; todos debemos ser soldados".
 
Después de la capitulación de Valladolid, Iturbide se dirigió con todas sus fuerzas a San Juan del Río, que también capituló (7 de junio).
 
En San Juan del Río se presentó a Iturbide don Guadalupe Victoria, con esta peregrina ocurrencia: que se variase el plan de la revolución, llamándose al trono de México, en lugar de Fernando VII, a un antiguo insurgente que no se hubiese indultado y que fuese soltero para que pudiera casarse con una india de Guatemala y formar de ambos países una sola nación. Y como el único insurgente no indultado y soltero era el propio don Guadalupe, era claro que el rey tenía que ser él. Al oír esta proposición, Iturbide debió dudar de si el que la hacía estaba bien de la cabeza.
 
Por medio de Echavarri, se obtiene la capitulación de San Luis de la Paz (22 de junio). Iturbide pone sitio a Querétaro, defendido por el gobernador Luaces, quien capitula el 28 de junio.
 
“Puede decirse -apunta Alamán- que el dominio español en Nueva España feneció en el mes de junio de 1821, no sólo por los decisivos que dieron Iturbide y Negrete, sino también por la revolución de las provincias internas de Oriente, que se verificó en los mismos días”.
 
Mandaba en las provincias internas, con autoridad casi absoluta, el brigadier Arredondo, sin otras perturbaciones que las causadas por aventureros norteamericanos, fácilmente rechazados por las tropas mexicanas. Residía Arredondo en Monterrey, donde también el Plan de Iguala había conmovido los ánimos. Arredondo trató de evitar cualquier movimiento en favor de la Independencia, pero sus intentos fueron vanos. El teniente Nicolás del Moral proclamó en el Saltillo el primero de julio. Arredondo, instruido en este suceso, convocó en Monterrey una junta de autoridades y vecinos, la que acordó el 3 de julio proclamar la independencia al Plan de Iguala, lo que se hizo al día siguiente en Monterrey. Arredondo ordenó que también se proclamase en las 4 provincias que estaban bajo su mando. No fue reconocida su autoridad por los trigarantes, y entrego el mando a Gaspar López.
 
Las tropas que habían tomado Valladolid y Querétaro marcaron por disposición de Iturbide a sitiar la ciudad de México, bajo el mando de Quintanar y Bustamante; pero antes quiso el jefe del ejército concluir el sitio de Puebla, a donde se dirigió, desde Arroyo Zarco. Entro a Cuernavaca el 23 de junio, y sin detenerse aquí más de lo necesario, siguió su marcha y llego a Cholula, donde se enteró de que Puebla, sitiada por Bravo y Herrera, punto de capitular, lo que al fin ocurrió el 28 de julio. Iturbide entró en la ciudad el 2 de agosto, en medio de las aclamaciones populares.
 
Oaxaca se rindió el 30 de julio al capitán Antonio de León. El comandante general de las Provincias Internas de Occidente Alejo García Conde proclamó la independencia en Chihuahua el 26 de agosto; en Tuxpan, Ver., la proclamó el capitán Llorent (29 de agosto) y en Villahermosa, Tab., el capitán Juan N. Fernández (31 de agosto).
 
Seis meses habían sido bastantes para que la nación abrazara el Plan de Iguala y se desmoronara el imperio de España sobre México. Los muertos en campaña no pasaron de 150.
 
La obra maestra de Iturbide estaba, pues, casi realizada. Iba a caer el telón después del primer acto de la tragedia, acto en el que sólo se oyen voces de júbilo y el brillo de las espadas invictas, deslumbra los ojos del público. La gloria iluminará el rostro del Libertador. Mientras tanto, en la sombra, detrás del escenario, fastuoso en el que todo un pueblo celebra su Independencia, una legión de oscuros personajes espera la hora de tomar parte en el drama. Y ellos sabían que "el destino puede tardar, pero no olvida nunca".
 
CAPITULO 5. 
 
México libre.
 
El 30 de julio de 1821 desembarca en Veracruz, con su familia y criados, don Juan O'Donojú, el que venía a ejercer las funciones de virrey con el nombramiento de jefe Superior Político de la Nueva España.
 
Apodaca, entre tanto, obligado por algunos jefes de las tropas expedicionarias, había renunciado, y en su lugar mandaba el mariscal de campo Francisco Novella.
 
Don Juan O'Donoju, de sangre irlandesa y nacido en Sevilla, había sido ministro de guerra durante la invasión francesa de España. "Era Persona de grande importancia en la masonería, y aun se le atribuyó haber tratado de formar en ella una nueva secta, para rivalizar con Riego, cuyas glorias veía con celo y envidia".
 
Se dice que influyeron en su nombramiento los diputados suplentes a las Cortes, de los que el más activo era Ramos Arizpe.
 
O'Donojú fue recibido solemnemente en el puerto de Veracruz el 3 de agosto y no esperó a prestar el juramento en la ciudad de México-, sino que lo hizo ahí mismo, ante el general Dávila, y tomo posesión de su cargo. El mismo día publicó una proclama en la que hablaba con gusto del "plan de los diputados americanos, que debía elevar al reino al alto grado de dignidad de que era susceptible”. Declaraba que el nuevo régimen de España había arrancado el despotismo, que su mente estaba llena de ideas filantrópicas y que si su gobierno no convenía a los mexicanos, los dejaría en libertad de elegir el que mejor les pareciera. Al día siguiente publicó otra proclama, dirigida a los "dignos militares y heroicos habitantes de Veracruz", plaza que Santa Anna había atacado y que temía nuevo ataque. El espíritu de esta proclama es muy distinto del de la anterior. Les manifiesta su reconocimiento en el nombre del rey y de la nación por la bizarría con la que habían defendido la ciudad y "compadecía a los que siendo nuestros hermanos, por un extravío de su acalorada imaginación, habían querido convertirse en nuestros enemigos, hostilizando a su Patria, alterando la tranquilidad pública, ocasionando graves males a aquellos a quienes los unió la religión". Terminaba diciendo que tenía esperanzas de que "reducidos y desengañados los agresores, volverían a- ser todos amigos".
 
Pronto se informó O'Donojú del verdadero estado de la Nueva España, y viéndola pronunciada por la independencia -como se dice en el preámbulo del Tratado de Córdoba- "teniendo un ejército que sostuviese su pronunciamiento, decididas por él las provincias del reino, sitiada la capital, en la que se había depuesto a la autoridad legítima, cuando sólo quedaban por el gobierno europeo las plazas de Veracruz y Acapulco, desguarnecidas y sin medio de resistir un sitio bien dirigido y que durase algún tiempo", se halló ante la alternativa de volverse a España o de sacar el mejor partido posible a la situación, optando por lo último. Influyeron sin duda en su resolución las desgracias que cayeron sobre su familia y acompañantes, pues dos sobrinos suyos, siete oficiales y 100 hombres de tropa murieron de fiebre amarilla en Veracruz.
 
Escribió O'Donojú dos cartas a Iturbide, una oficial y otra particular. En la primera le da el tratamiento de excelencia y le reconoce su título de primer jefe del ejército imperial de las 3 Garantías. En la segunda le llama amigo, y en ambas reitera las ideas expuestas en su primera proclama y expresa su conformidad con las proposiciones que Iturbide había sometido al virrey. Pedíale pasó seguro a la capital para negociar con el propio Iturbide sobre las bases que convinieran a la tranquilidad de México.
 
El general en jefe, que se hallaba en Puebla, contestó aceptar la amistad ofrecida y la propuesta hecha. Señaló para la conferencia la Villa de Córdoba.
 
Mientras Iturbide establecía su cuartel general en Zoquiapan, cerca de Texcoco, desde donde comunicaba a Novella la llegada de O'Donojú, éste salió de Veracruz el 19 de agosto. A la puerta de la Merced lo esperaba Santa Anna, con una lucida escolta, lo condujo a Jalapa y después a Córdoba, a donde llego de ese mismo día llego también Iturbide, quien fue recibido con enorme júbilo. El pueblo desenganchó las mulas, del coche en que viajaba y tiró de él. Fue luego a cumplimentar a O'Donojú y a su esposa.
 
Al día siguiente juntáronse de nuevo los dos personajes. Después de saludarse, Iturbide dijo: "Supuesta la buena le y armonía con que nos conducimos en este negocio, creo que será muy fácil cosa que desatemos el nudo sin romperlo".

Los Tratados de Córdoba.
 
Puestos de acuerdo sobre los puntos esenciales del tratado que debería firmarse, se redactó una minuta que el licenciado Domínguez, secretario del generalísimo, sometió a O'Donojú, el que no que varió más que dos expresiones, que eran en su elogio. "Las juntas de Córdoba -dice don Mariano Cuevas- fueron manejadas por Iturbide con tal destreza, fina diplomacia y regia entereza, que habrían enorgullecido a los mejores hombres de Estado de su época.
 
El resultado de la conferencia fueron los Tratados de Córdoba, firmados el 24 de agosto de 1821, y en los cuales se convino:
 
1.- Se reconoce esta parte de América por nación soberana e independiente y se llamará en lo sucesivo Imperio Mexicano.
2.- El gobierno del imperio será monárquico, constitucional, moderado.
3.-Será llamado a reinar en primer lugar Fernando VII, y por su renuncia o no admisión, el infante Francisco de Paula, don Carlos, heredero de Luca, y por renuncia o no admisión de éstos, el que las Cortes designaren.
4.-Se nombrarán dos comisionados por el señor O'Donojú, los que pasarán a poner en manos del rey copia de este tratado.
5.-Se nombrará inmediatamente una junta compuesta de los principales hombres del imperio, la que se llamará Provisional Gubernativa.
6.-Será individuo de la junta Provisional el teniente general don Juan O'Donojú.
7.-La junta tendrá un presidente nombrado por ella.
8.- El primer paso de la junta será expedir un manifiesto haciendo saber al pueblo su instalación y motivos que la reunieron.
9.- La junta nombrará una Regencia compuesta de 3 personas de su seno, en quien residirá el poder ejecutivo y la que gobernará a nombre del monarca.
10.- Instalada la junta, gobernará interinamente conforme a las leyes vigentes en lo que no se opongan al Plan de Iguala.
11.- La Regencia convocará a Cortes, según el método que determine la junta.
12.- El poder ejecutivo reside en la Regencia, el legislativo en las Cortes, pero mientras éstas se reúnan ejercerá la Junta el poder legislativo.
13.-Toda persona que pertenece a una sociedad, alterado el sistema de gobierno, queda en estado de libertad natural para trasladarse a donde le convenga; por consiguiente, los europeos pueden adoptar la patria que escojan.
14.-No reza lo anterior con los empleados públicos o militares notoriamente desafectos a la independencia, los que necesariamente saldrán del Imperio.
15.- Siendo un obstáculo a la realización de este tratado la ocupación de la capital por tropas de la Península, Don Juan. O'Donojú ofrece emplear su autoridad para que dichas tropas salgan sin efusión de sangre y por una capitulación honrosa.
 
Principio y fin de una dominación.
 
Un hombre sin representación del rey -Hernán Cortés- había conquistado México y creado la Nueva España.
 
Y un hombre sin poder del rey -Juan O'Donojú- había reconocido su derecho a la Independencia.
 
Este fue el origen y éste el fin de una dominación.
 
Por falta de poder bastante para celebrarlo, el tratado era nulo, ciertamente. Iturbide tenía la representación necesaria para en nombre de la nación que lo respaldaba, firmar el Tratado, sin discusión. Pero O’Donojú no tenía las facultades precisas para reconocer la Independencia de México. Esto lo sabía Iturbide y sabía que, por mismo, el tratado no tendría valor mientras no fuese aprobado por el rey y las cortes. Pero no iba a detenerse ante esas dificultades. El tratado ocasionaría la división completa de los que todavía sostenían la causa del gobierno, y además, le abriría las puertas de capital.
 
Sobre este particular escribió lo siguiente el propio Iturbide: “En mí estaba depositada la voluntad de los mexicanos (indudable)...Con respecto a O'Donojú él era la primera autoridad, con credenciales de su gobierno; aun cuando para aquel caso no tuviera instrucciones especiales, las circunstancias le facultaban para hacer en favor de su nación todo lo que estaban en su arbitrio. Si este general hubiera tenido un ejército de que disponer, superior al mío, y recursos para hacerme la guerra, hubiera hecho bien en no firmar el tratado de Córdoba sin dar antes parte a su corte y esperar la resolución; empero, acompañado apenas de una docena de oficiales, ocupando todo el país por mí, siendo contraria su misión a la voluntad de los pueblos, sin poder ni aun proporcionarse noticia del estado de las cosas, sin conocimiento del terreno, encerrado en una plaza débil e infectada, con un ejército al frente y las pocas tropas del rey que habían quedado en México, mandadas por un intruso: digan los que desaprueban la conducta de O´Donojú prefirió firmar el tratado de Córdoba, ser mi prisionero o volverse a España: no había más arbitrio”.
 
Verdaderamente, no había más soluciones que ésas. O'Donojú prefirió firmar el tratado de Córdoba, que, aseguraba un imperio a la casa reinante de España. Fue lo mejor que pudo hacer. 
 
Recalcitrancia hispana.
 
El tratado de Córdoba no puso fin a la guerra. Los jefes españoles de la ciudad de México y del puerto de Veracruz no se mostraron dispuestos a cumplirlo porque no reconocían la autoridad del que por parte de España lo había celebrado. Recalcitraron, pues, en su actitud opuesta a la Independencia.
 
Mandaba en México, como hemos dicho, con autoridad espuria, el mariscal Novella, el que ante el avance del ejército Trigarante, dictó enérgicas providencias encaminadas a obligar a todos los vecinos a que se alistaran para la defensa de la capital. Los miembros de la Audiencia preguntaron si ellos también estaban obligados a alistarse y se les contestó que sí. Los cómicos y los toreros fueron incorporados a un batallón. Todos los que divulgaban noticias favorables a los independientes eran perseguidos. Se hacían frecuentes revistas en la plaza, donde Novella se presentaba a caballo y arengaba a las tropas. Ante el peligro de un ataque, la ciudad empezó a ser evacuada por los civiles, y unas de las personas que salieron de México fueron la esposa y el padre de Iturbide. La primera se evadió del convento de Regina, ayudada por los amigos de su marido, y se dirigió a Valladolid, donde se le dispuso un magnífico recibimiento.
 
A medida que se acercaban los trigarantes, se había ido estrechando la línea de los realistas, que se extendía desde la Villa de Guadalupe por Tacuba, Tacubaya, Mixcoac, Coyoacán, y cerraba en el Peñón. Los trigarantes ocupaban las haciendas del valle México que circundan la capital.
 
En Azcapotzalco tuvieron un encuentro realistas e independiente en el que perdió la vida Encarnación Ortiz, o sea el famoso Pachón cabecilla insurgente del Bajío, notable por su arrojo. Era un habilísimo lazador, y cuando, por órdenes de Bustamante, intento lazar un cañón que había quedado en poder de los realistas, fue muerto de un balazo.
 
Después de la acción de Azcapotzalco, los realistas concentraron más sus líneas, abandonando, Tacuba. Los sitiadores ocuparon todos los puntos dejados por aquéllos.
 
En Tepozotlán establecieron los independientes una imprenta donde el Pensador Mexicano empezó a publicar el periódico Diario político militar mexicano, que con El Mosquito de Tulancingo y otras publicaciones, informaba de todo lo que ocurría en las provincias, mientras que la gaceta del gobierno sólo contenía noticias sin interés de España. Periodísticamente los independientes iban ganando también la batalla.
 
Iturbide y O´Donojú salieron de Córdoba para acercarse a la Capital, luego que concluyeron el tratado, del que enviaron una a Novella, por conducto de sus respectivos sobrinos José Ramón Malo y Antonio Ruiz de Arco. Estos llegaron a la capital el 30 de agosto. Novella cito a una junta para que determinara lo debía hacer. Se acordó que dos representantes de Novella fue hablar con O'Donojú, y fueron electos para ese fin Lorenzo García Noriega y Joaquín Vial. El primero era un gachupín recalcitrante, de los que habían firmado la representación del consulado a las Cortes, representación injuriosa a los criollos, quienes lo mismo detestaban al dicho García Noriega.
 
Los comisionados encontraron a Iturbide en San Martín el 3 de septiembre, y recibieron permiso de él para continuar su viaje hasta encontrar a O´Donojú, a quien vieron en Amozoc, donde no quiso oírlos, sino en Puebla. Iturbide estableció su cuartel en Azcapotzalco el día 5.
 
Las deserciones del ejército realista aumentaron "y vino a ser moda presentarse en el cuartel de Iturbide". Entonces tomaron partido por la independencia personas tan importantes como el brigadier Lauces, el coronel Arana, el mayor Cela y aun dos ayudantes del mismo Novella.
 
Entre tanto se habían reunido todas las tropas que deberían poner sitio a la capital. Ascendían a 9,000 infantes y 7,000 caballos, y formaban el mayor ejército que se había visto en la Capital.
 
O'Donojú y los comisionados de Novella celebraron varias entrevistas, durante las cuales se llegó a alterar el ánimo del jefe superior político de la Nueva España. En la capital llegó a prevalecer la opinión de que debía cesar toda resistencia. Esta opinión la expuso con energía el síndico Azcárate, el que en nombre del ayuntamiento dijo que la resistencia debía cesar, "porque el partido de la independencia tenia en su favor los 3 apoyos que reconocen los publicistas para que se tenga por justa una causa, que son: la voluntad general de la nación, la prepotencia física y el reconocimiento de la autoridad legítima, sobre cuyos fundamentos demostró que la resistencia era inútil, ilegal y de funestos resultados para la población".
 
Se acordó que Novella, O'Donojú e Iturbide celebrasen una junta, la cual tuvo lugar en la hacienda de la Patera, a poca distancia de la Villa de Guadalupe, el 13 de septiembre. Terminada la junta, se abrieron las puertas de la sala en la que se había celebrado y aparecieron los 3 jefes ante un numeroso concurso, al que no se enteró del resultado de ella. Como corrió la voz de que los soldados expedicionarios intentaban impedir la conferencia, asaltando de improviso la hacienda de la Patera, Iturbide, al que era muy difícil sorprender, movilizó sin que nadie se diese cuenta 5,000 hombres para frustrar ese intento.
 
El día 15 hizo saber Novella que reconocía en O'Donojú la doble autoridad de que estaba investido y que mientras venía a la Capital, quedaba encargada del mando militar el general Liñán y del político el intendente Ramón Gutiérrez.
 
Reconocido O'Donojú, dispuso Iturbide trasladarse a Tacubaya, lugar al que llegó el 16, y donde lo esperaban la diputación provincial, el ayuntamiento, el cabildo eclesiástico, los jueces de letras, los jefes de rentas y otros empleados. Se alojó en el palacio del arzobispo. Pocos días después llego el obispo de Puebla, que había hecho una gran amistad con Iturbide, "y Tacubaya presentaba el aspecto de la corte de un monarca".
 
El mismo día 16 Iturbide y O'Donojú dirigieron proclamas al pueblo. El segundo anunciaba el fin de la guerra, y decía: "Mexicanos de todas las provincias de este vasto imperio: a uno de vuestros compatriotas, digno hijo de patria tan hermosa, debéis la libertad civil que disfrutáis ya y será el patrimonio de vuestra posteridad; empero un europeo, ambicioso de esta clase de glorias, quiere tener en ellas la parte a que puede aspirar: esta es la idea: ser el primero por quien sepáis que terminó la guerra”.
 
Las tropas reales que formaban la guarnición de la ciudad de México empezaron a salir, por orden de O'Donojú, la mañana del día 21, sin capitulación. Sus puestos fueron ocupados por soldados trigarantes.
 
De este modo cumplió O'Donojú el último artículo del tratado de Córdoba, y la capital de la nación pasó a poder de los independientes sin que se derramara una gota de sangre. En esto, por lo menos, surtió el tratado plenos efectos.

Organización del nuevo Estado.
 
En Tacubaya se ocupó Iturbide en la organización de la Junta Provisional Gubernativa, según los términos del tratado. Personalmente hizo la elección de las personas que debían formarla, de acuerdo con este criterio: "llamar a aquellos hombres de todos los partidos que disfrutaban cada uno en el suyo el mejor concepto del pueblo".
 
Los designados fueron 38, todos hombres notables. Entre ellos estaban el canónigo Monteagudo, el licenciado Espinosa de los Monteros, Bárcena, arcediano de Valladolid, los oidores Ruiz y Martínez Mancilla, Azcárate, Guzmán, Jáuregui, los coroneles Bustamante y Horbegoso, don José María Fagoaga, Tagle, Alcocer, etcétera.
 
La junta celebré dos reuniones preparatorias de su instalación, en Tacubaya, acordándose que se denominase soberana y recibiese el tratamiento de majestad.
 
Don Juan O'Donojú entro en México la tarde del día 26 por la garita de Belén y fue recibido con repiques y salvas de artillería. Las autoridades lo cumplimentaron como solían hacerlo con los virreyes.

Una tropa desnuda.
 
Se dispuso entonces la entrada triunfal del ejército Trigarante en la capital para el día 27 de septiembre.
 
Iturbide, al anunciar en su proclama el día 20 esa entrada triunfal, decía a los mexicanos:
 
"Componen el ejército (trigarante) en la mayor parte los soldados que militaron al servicio del gobierno español, que ni los vistió en tiempo oportuno ni les pagó sus alcances. En los términos que los miráis, consiguieron la empresa sublime que será la admiración de los siglos. La patria eternamente recordará que sus valientes hijos pelearon desnudos por hacerla independiente y feliz; y vosotros, mexicanos, ¿no recibiréis con los brazos abiertos a unos hermanos valientes que en medio de las inclemencias pelearon por vuestro bien? ¿No empeñareis vuestra generosidad en vestir a los defensores de vuestras personas, de vuestros bienes, y que os redimieron de la esclavitud? Es imposible que vuestra magnanimidad permita continúen en el estado deplorable de hallan: manifestadles vuestro amor y gratitud con esta acción la gloria del imperio mexicano”.
 
En otra proclama dirigida a los soldados, les decía: "No os aflija vuestra pobreza y desnudez; la ropa no da virtud ni esfuerzo; antes bien, así sois más apreciables, porque tuvisteis más calamidades que vencer para conseguir la libertad la patria".
 
De México se mando a los soldados el vestuario que había, pertenecido al regimiento de comercio y a otros cuerpos, y los productos de 3 funciones extraordinarias de teatro se destinaron a comprar zapatos.
 
El día más feliz.
 
El 25 de septiembre, Melchor Álvarez, jefe del Estado Mayor, expidió la orden para la entrada del ejército en México. Todos los cuerpos se reunieron en Chapultepec y formaron desde allí una columna, a cuya cabeza marcho Iturbide, sin ningún distintivo militar. Los jefes iban al frente de sus respectivas divisiones.
 
El desfile empezó cerca de las 10 horas. Las tropas marcharon por la calzada de Chapultepec, el Paseo Nuevo (hoy Bucareli), Avenida de Corpus Christi (hoy Juárez) y se detuvo en la esquina del monasterio de San Francisco (hoy Madero y San Juan), bajo un soberbio arco triunfal. Allí esperaba el Ayuntamiento, , cuyo alcalde mas antiguo, don José Ignacio Ormaechea, presento a Iturbide unas llaves de oro, emblemáticas de las de la ciudad Iturbide bajó del caballo para recibirlas, y las devolvió diciendo: "Estas llaves que lo son de las puertas que únicamente deben estar cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo, como abierta a todo lo que puede hacer la felicidad común, las devuelvo a V. E. fiando en su celo, que procurará el bien del público que representa". Volvió a montar, y seguido del Ayuntamiento y de las parcialidades de indios de San Juan y Santiago, continuó la marcha hasta el palacio de los virreyes, donde recibió las felicitaciones de la diputación provincial y demás autoridades. Allí lo esperaba O'Donoju, con quien salió, al balcón principal de palacio para ver el desfile del ejército.
 
"Entre las más vivas y extraordinarias demostraciones de alegría -escribió un cronista anónimo el Primer Jefe fue incesantemente aclamado por el pueblo como su Libertador. Las salvas de artillería, el general repique de las campanas, el inmenso número de cohetes, tanto como las flores y los poemas que llovían de los balcones y de las. Azoteas de las casas, formaron el clímax de la alegría de aquel día feliz".
 
Nunca se había visto en México una columna de 16,000 hombres, que parecía de mayor número por ser la mitad de caballería. Los soldados vestían, algunos, gloriosos I harapos, y otros iban casi desnudos, como los pinitos del Sur; pero estas fuerzas, compre de veteranos, marchaban con un severo aire militar.
 
Miles de gentes se aglomeraron en las calles por donde el ejército pasó y aclamaron con delirio a sus hombres. Las casas estaban adornadas con flores y colgaduras con los colores de la bandera de la nueva patria libre, que las mujeres llevaban en las cintas y moños de sus vestidos y peinados.
 
"La alegría era universal -dice Alamán- y puede decirse que este ha sido en todo el largo curso de una revolución de 40 años, el único día de puro entusiasmo y de gozo sin mezcla de recuerdos tristes o de anuncios de nuevas desgracias que han disfrutado los mexicanos. Los que lo vieron conservan todavía fresca la memoria de aquellos momentos en que la satisfacción de haber obtenido una cosa largo tiempo deseada y la esperanza halagüeña de grandezas y prosperidades sin término, ensanchaban los ánimos y hacían latir de placer los corazones”.
 
Terminado el desfile a las 2 de la tarde, Iturbide, O'Donojú y una comitiva numerosa se dirigieron a la catedral metropolitana, donde se cantó un Te Deum, después del cual pronuncio un discurso el doctor Guridi y Alcocer. Vueltos a palacio, el ayuntamiento dio un banquete en el que brindó Francisco Sánchez de Tagle con una oda que terminaba así: "Vivan por don de celestial clemencia, la religión, la unión, la independencia".
 
Anuncio Iturbide el fin de su empresa con una proclama en la que decía:
 
Mexicanos: ya estáis en el caso de saludar a la patria independiente, ya como os anuncié en Iguala; ya recorrí el inmenso espacio que hay desde la esclavitud a la libertad y toque los diversos resortes para que todo americano manifestase su opinión escondida, porque en unos se disipó el temor que los contenía, en otros se moderó la malicia de sus juicios y en todos se consolidaron las ideas, ya me veis en la capital del imperio mas opulento sin dejar atrás ni arroyos de sangre, ni campos talados, ni viudas desconsoladas, ni desgraciados hijos que llenen de maldiciones al asesino de su padre: por el contrario, recorridas quedan las principales provincias de este reino, y todas uniformadas en la celebridad, han dirigido al ejercito Trigarante vivas expresivas y al cielo, votos de gratitud: estas demostraciones daban a mi alma un placer inefable y compensaban con demasía los afanes, las privaciones y la desnudez de los soldados, siempre alegres, constantes y, valientes. Ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros toca señalar el de ser felices".
 
¡Romántica proclama, voz de un corazón que desborda gozo, por ver hecha realidad espléndida un antiguo y noble sueño!
 
El que la dictaba cumplía justamente 38 años al celebrar el fin victorioso de su hazaña, que le daba derecho a ser llamado Héroe de la Independencia y Libertador. Veíase aclamado por todo un pueblo para el que representaba "la encarnación del orgullo nacional. Tres estrellas -las de la nueva bandera- marcando el ápice de su destino, brillaban en el cielo sin mancha de una patria ya libre que no hallaría el camino de ser feliz porque sobre ella -como sobre su Libertador- estaba escrito el signo de un adverso y trágico destino.

CAPÍTULO 6.
 
Política Imperial.
 
El día 28 de septiembre se reunió la junta provisional gubernativa, con asistencia de O'Donojú, convocada por Iturbide, el que dirigió una alocución en la que expuso estas ideas:
 
El pueblo, americano reintegrado en la plenitud de sus de hechos naturales, sacude hoy el polvo de su abatimiento, ocupa el sublime rango de las naciones independientes y se prepara a establecer las bases primordiales sobre las que ha de levantarse el imperio más grande y respetable.
 
Dignos representantes de éste pueblo: a vosotros se confía tamaña empresa... la opinión pública os señaló con el dedo para opositar en vuestras manos la suerte de vuestros compatriotas: yo no he hecho más que seguirla.
 
Nombrar una regencia que se encargue del poder ejecutivo, acordar el modo con que ha de convocarse el cuerpo de diputados que dicten las leyes constitutivas del Imperio, y ejercer la potestad legislativa mientras se instala el congreso nacional, he aquí (Vuestras) funciones...
 
Acaso el tiempo que permanezcáis al frente de los negocios os permitirá mover todos los resortes de la prosperidad del Estado; pero nada omitiréis para conservar el orden, fomentar el espíritu público, extinguir los abusos de la arbitrariedad, borrar las rutinas tortuosas del despotismo, y demostrar prácticamente las indecibles ventajas de un gobierno que se circunscribe en la actividad a la esfera de lo justo. Estos van a ser los primeros ensayos donde una nación que sale de la tutela en que se ha mantenido durante tres siglos.
 
En seguida la junta se: declaró legítimamente instalada y se trasladó a la catedral, donde presto el juramento de guardar el Plan de Iguala y el tratado de Córdoba. Luego pasaron los miembros de ella a la sala capitular y eligieron por unanimidad de votos a Iturbide presidente de la misma junta. Por la noche volvió a reunirse y expidió la Declaración de Independencia del Imperio Mexicano, documento que contiene expresiones contrarias a las del Plan de Iguala. Luego procedió al nombramiento de la regencia, cuyos miembros, por acuerdo de Iturbide y O'Donojú, debían ser 5, en vez de 3, según el tratado de Córdoba. Resultaron electos Iturbide, como presidente, O'Donojú, Manuel de la Barcena, oidor José Isidro Yánez y Manuel Velázquez de León. Como era incompatible el cargo de presidente de la regencia con el de presidente de la junta, se depositó éste en el obispo de Puebla Antonio Pérez, pero se acordó que Iturbide tuviese el honor de la precedencia siempre que concurriese a las sesiones de la junta.
 
Esta, por aclamación, nombro a Iturbide generalísimo de las armas del imperio, le señaló un sueldo de 120 mil pesos anuales, un millón de capital propio, asignado sobre los bienes de la extinta Inquisición Y un terreno de 20 leguas cuadradas de los baldíos de Tejas.