"No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo." Don Francisco de Quevedo.

BARRA DE BUSQUEDA

martes, 24 de julio de 2012

DON AGUSTÍN DE ITURBIDE. EL TRÁGICO DESTINO DEL LIBERTADOR DE MÉXICO: Por Alfonso Trueba Olivares (revisión, comentarios y actualización por el doctor Juan Bosco Abascal Carranza).

Bandera Trigarante
HONOR A QUIEN HONOR MERECE. SEGUNDA ENTREGA. 

Batalla de las Lomas de Santa María. 

Morelos inició el ataque de Valladolid el día 23 de diciembre. Galeana y Bravo se apoderaron del fortín de la garita del Zapote. El primero se quedó guardando el punto y el segundo se adelantó al camino por donde debían llegar Llano e Iturbide. Landázurri cargo toda su fuerza sobre el Zapote, cuyo fortín recobro, para perderlo nuevamente. 

En la mañana del 24 entraron en Valladolid las divisiones de Llano e Iturbide. Los insurgentes se mantuvieron tranquilos en su campo hasta la tarde, en la que Matamoros hizo pasar lista y revistó las tropas desplegadas en la llanura que media entre la ciudad y las lomas de Santa María. 

Llano, dudando si Morelos, se proponía atacar la plaza en la lo noche o retirarse durante ella, dispuso que el coronel Iturbide saliese a practicar un reconocimiento con 170 infantes de la Corona y 190 caballos de Fieles de Potosí, dragones de San Luis y San Carlos y lanceros de Orrantia. 

Iturbide se adelantó hacía el enemigo, llevando los infantes a la grupa de los caballos, y en vez de practicar un reconocimiento, empeñó la acción, rompiendo fácilmente la débil línea de infantería de los insurgentes, y aunque bajo en apoyo de esta un cuerpo numeroso de caballería, Iturbide emprendió el asalto del propio campamento de Morelos, defendido por 27 cañones, teniendo que trepar por una subida estrecha y difícil, dominada por el fuego enemigo. Entonces sobrevino la oscuridad de la noche, lo que aumento la confusión causada por el imprevisto ataque de Iturbide, El mismo Morelos corrió el riesgo de ser cogido, pues se hallo entre algunos Fieles de Potosí que no lo reconocieron porque casualmente montaba en silla militar, lo que no acostumbraba. El desorden cundió y los insurgentes, sin conocerse, creyendo que los realistas estaban entre ellos, se hacían fuego unos a otros. Iturbide volvió a la ciudad a las 8 llevando por trofeo de su victoria 4 cañones y 2 banderas. 

“La de las lomas de Santa María -dice Alamán- más que una función de guerra, se asemeja a las ficciones de los libros de caballería, en que un paladín embestía y desbarataba a una numerosa hueste: en ésta, Iturbide con 360 valientes, acomete en su propio campo a un ejército de 20,000 hombres acostumbrado a vencer, con gran número de cañones, y vuelve triunfante entre los suyos, dejando al enemigo en tal confusión…que los insurgentes combaten unos con otros”.

El ejército de Morelos se dispersó. En vano Matamoros, Galeana y Bravo trataban de contener a los que huían; casi todos los abandonaron, no pudiendo reunir 200 hombres de tan gran multitud. 

Morelos se retiró con su escolta, llamada de los 50 pares, y abandonó artillería, municiones y todo el acopio de pertrechos hecho a tanta costa y en tanto tiempo. 

A excepción de Aguirre, Guiral y algunos oficiales, todos los hombres que mandaba Iturbide eran mexicanos. Entre ellos iba don Miguel Barragán, que llegaría a ser, presidente de la república. 

Realmente la acción de Iturbide raya en lo fabuloso. 

En su parte dice que el resultado más importante de la acción había sido la prueba indisputable de que Morelos no era invencible. 

Morelos se retiró con su escolta por Coyuca y Ajuchalán a Tlacotepec. En su camino se le unieron hasta 1,000 hombres de los dispersos en Valladolid. Su gloria militar se eclipsó para no volver a brillar más. 

Por el contrario, la fama de Iturbide empezó a resplandecer. 

Era un invicto jefe militar, el mejor de todos los que militaban bajo las banderas del rey. 

Ya desde entonces Agustín de Iturbide piensa en hacer la Independencia. Esto lo demuestra la carta que el obispo Abad y Queypo dirigió al Virrey después de lo ocurrido en las Lomas de Santa María. Abad y Queypo hombre observador y sagaz, atribuía en su carta, como era justo, todo el mérito a Iturbide; pero le decía que aquel joven estaba lleno de ambición y que no sería extraño que andando el tiempo él mismo efectuase la independencia de su patria. Esta carta, con un parte de Llano, la conducía oculta un religioso dieguino, que fue detenido por las partidas de Rayón, y aunque Rayón estuvo inclinado a remitirla a Iturbide, para que supiese cómo pensaban de él los de su mismo partido, no lo hizo. 

Vuelta al Bajío. 

Siendo innecesario que siguieran unidas las tropas que habían concurrido a combatir contra todo el poder de Morelos, las que mandaba Llano se emplearon en cubrir parte de la provincia de Michoacán, e Iturbide volvió con las suyas al Bajío, después de un viaje a la capital, donde concertó con el virrey el plan de sus operaciones. 

Iturbide estableció su cuartel general en Irapuato. En poco tiempo organizó la defensa de varios pueblos de la provincia, como San Miguel, Chamacuero y San Juan de la Vega. Construyó fortificaciones, levantó patriotas e impuso contribuciones para pagarlos. Puso en fuga y dispersó las partidas de Rafael Rayón, Tovar y el Padre Torres; incansable, condujo convoyes e hizo perseguir al Pachón y otros jefes hasta los límites de San Luis Potosí. 

La misión de Iturbide era pacificar el Bajío y quiso cumplirla en el menor tiempo posible. Su conducta revela que consideraba que sólo exterminando a sangre fuego las gavillas y podía restablecer completamente la tranquilidad. Era, por lo mismo, inexorable. Ejecutaba a los prisioneros invariablemente. Pudo haber sido más blando, menos riguroso. Pero tal vez juzgó que siendo de otro modo no era erradicaría los gérmenes de la revuelta. Su tarea era poner en paz la provincia de Guanajuato y quiso realizarla pronto y sin titubeos. 

El gobierno empleaba a Iturbide siempre que se ofrecía alguna empresa para cuya ejecución era necesario un hombre decidido, sereno y vivo de ingenio. En octubre de 1814 estaba detenido en San Luis Potosí un convoy por falta de tropa que lo hiciera pasar a Querétaro. El encargo se le dio al coronel Iturbide, el que en dos viajes rapidísimos trasladó de San Luis a Querétaro el gran número de fardos y ganados que estaban reunidos. En esta ciudad se unieron al convoy las cargas de barras de plata de Guanajuato, las semillas del Bajío y muchos tercios de efectos de China, llegados en la nao que desembarcó su cargamento en San Blas porque entonces Acapulco se hallaba en poder de Morelos. 

Los insurgentes, que habían estado esperando hacía tiempo el paso del convoy entre San Luis y Querétaro, no se atrevieron a atacar a Iturbide. 

Reunido todo en esta última ciudad, marchó el convoy para México. Conducía 2,300 barras de plata, 70,000 carneros, 9,000 mulas y enorme cantidad de semillas, sebo y otros efectos. Entró en la capital el 11 de octubre, sin pérdida alguna, no obstante que fue casi dispersado entre Huehuetoca y Cuautitlán por un aguacero torrencial. Durante la noche, muchas mulas cargadas de plata estuvieron abandonadas, atascadas en el fango, y nada se extravió, lo que prueba el estado de disciplina en que Iturbide mantenía su tropa. 

Sitio de Cóporo. 

Era sistema adoptado por el gobierno no permitir que los insurgentes hiciesen fuertes en ningún lugar, por lo que tomó empeño en apoderarse del cerro de Cóporo, en la provincia de Michoacán, donde se habían fortificado los hermanos Rayón. 

No siendo bastantes las fuerzas del brigadier Llano, se dispuso que se unieran ellas las de Guanajuato, con el coronel Iturbide a la cabeza, quien fue nombrado segundo del ejército destinado a formar el sitio. 

Reunidas todas las divisiones, el 28 de enero de 1815 quedó establecido el sitio. El ejército sitiador estaba compuesto de 3,000 hombres. Los defensores eran 700, de los que 400, tenían fusiles. Los demás eran artilleros e indios destinados a rodar peñas sobre los asaltantes. 

El cerro de Cóporo presentaba en la única parte accesible un frente defendido por 4 baluartes, 3 baterías, un foso y una estacada. Desde el arroyo subía al lado izquierdo del frente, una vereda poco usada y de cuesta muy áspera. Este era el único acceso a la posición.
El 5 de febrero celebróse un consejo de guerra en el que Iturbide expuso por escrito con muy buen juicio los obstáculos que presentaba un asalto a la posición, derivados de lo inaccesible del cerro, de las dificultades con que el ejército se proveía de víveres y de la escasez de numerario. Pero haciéndose cargo de que estaba comprometida la reputación de las armas reales en aquella empresa, propuso que se atacara a viva fuerza por el frente con 2 ó 3 columnas, ofreciendo ponerse él mismo a la cabeza. 

El asalto se intentó en la madrugada del día 4 de marzo. Iturbide manifestó antes de emprenderlo que sólo podía tener éxito si lograban coger desprevenidos a los sitiados. Pero esto no fue posible y los asaltantes fueron rechazados con mucha pérdida. El sitio se levantó el día 6. Fue éste el único revés sufrido por Iturbide en su carrera militar. 

Iturbide se manifiesta partidario de la Independencia. 

"Aunque Iturbide hacía con tanto encarnizamiento la guerra a los insurgentes, no por esto era menos inclinado a la independencia, como casi todos los americanos”, dice Alamán, según lo demuestra el siguiente hecho: 

El día del ataque de Cóporo, sentado al abrigo de una peña con el capitán Filisola, mientras se reunía la tropa que había asaltado los parapetos enemigos, Iturbide ponderaba el inútil derramamiento de sangre. 

-Qué fácil sería -dijo a Filisola- hacer la independencia si las tropas mexicanas que militamos bajo las banderas reales nos pusiéramos con los insurgentes. 

Filisola se mostró conforme con las opiniones de Iturbide, y éste agregó: 

-Quizá llegará el día en que le recuerde esta conversación. ¿Contaré con usted para lo que se ofrezca? 

-Contará- respondió Filisola. 

En el mismo sentido habló repetidas veces en México con el licenciado Manuel Bermúdez Zozaya, a quien trataba con intimidad por ser su abogado en algunos de sus negocios personales, según refiere Alamán. 

No hay duda, pues, de que Iturbide, en los mismos momentos en que peleaba contra los insurgentes, pensaba en realizar lo que ellos no podían lograr. La idea fue madurando en su mente a través de varios años, hasta que la puso en práctica con la perfección que tienen las cosas cuando se han considerado larga y detenidamente. 

Un intento frustrado. 

Deseoso siempre Iturbide de grandes empresas, intentó apoderarse por un golpe de mano del congreso y gobierno insurgentes. Perseguidos éstos por el Jefe realista Andrade, habían huido de Ario a Uruapan y Apatzingán, y vuelto al primero de estos lugares.

Iturbide creyó que, como no temían un ataque de su parte, pues se hallaba muy lejos, podía tomarlos de sorpresa, mediante una marcha fulgurante, de las que él acostumbraba. Propuso su plan al virrey, quien lo aprobó. 

Sin que nadie penetrase su objeto, hizo salir de Irapuato, el 1 de mayo, infantería y bagajes para Yuriria. Aquí eligió 420 dragones bien montados, a los que dio un caballo de remuda. Distribuyó sus tropas en varias partidas, a cuyos Jefes dio por escrito las instrucciones más precisas y se puso en marcha el día 2 para estar sobre Ario el 5, entre 5 y 6 de la mañana. Instruyó a Orrantia que lo siguiera y se reuniera con él en Puruándiro. 

El éxito de la empresa dependía de que andando día y noche las 34 leguas que hay de Puruándiro a Ario por el camino poco usado que Iturbide siguió, ningún aviso se recibiese en Ario; pero este intento se frustró porque, perdidas en un monte algunas de las secciones en las que Iturbide dividió su tropa, no pudieron reunirse con él sino hasta las 2 de la mañana del 5 en Cínciro, a donde llegó él a las 9 de la noche del día anterior. No era posible recorrer en 4 horas las 18 leguas que faltaban. El congreso y el gobierno insurgentes, avisados de su llegada a la hacienda de San Isidro, distante 23 leguas de Ario, se pusieron en fuga. El aviso lo recibieron en Ario a las 7 de la mañana, o sea una hora después de la que Iturbide había señalado para llegar, y en la que hubiera llegado si sus tropas no se extravían. 

En esta expedición anduvo Iturbide 61 leguas, y anotó en su diario que agregadas éstas a las 4,388 que tenía recorridas desde el tercer año de la guerra en que comenzó a llevar cuenta de sus marchas, hacían el total de 4,449. 

En la provincia de Guanajuato ocurrieron varios sucesos importantes desde el regreso a ella del comandante general Iturbide. Las Partidas del padre Torres y Lucas Flores, por el rumbo de Pénjamo y Valle de Santiago; Rosales, Moreno, Ortiz y Fernando Rosas, por el norte, y otros varios en todas direcciones, tuvieron ocupado a Iturbide. Reunido éste, con Orrantia, atacó el 24 de julio el Rincón de Ortega, y bajó de los Altos de Ibarra a todas las fuerzas reunidas de Moreno, Rosales, el Pachón y Rosas, cuya derrota fue completa. Rosas, que era uno de los sargentos del batallón de Guanajuato comprometidos con Hidalgo para comenzar la revolución, fue fusilado en San Luis. 

Mientras Iturbide traía ocupadas sus fuerzas, las Partidas de Miguel Borja, Santos Aguirre y otras, reunidas en el rancho de la Tlachiquera, asaltaron- Guanajuato la madrugada del 25 de agosto por 3 puntos: Marfil, Valenciana y Mellado. 

En estas circunstancias confirió el virrey, el primero de septiembre, el mando de las provincias de Michoacán y Guanajuato y el del ejército del norte, al coronel Agustín de Iturbide, en sustitución de Llano, que fue nombrado intendente de Puebla. 

Denuncia contra Iturbide. 

Refiere Alamán que Iturbide, que había adquirido tanta gloria en la campaña, la empañó dedicándose a un género de tráfico poco honroso. Dice que "cuando regresó a Guanajuato, después de concertar con el virrey, los planes para la pacificación de aquella provincia, llevó consigo un cargamento de azogue y otros artículos de consumo de las minas, dejando establecidas sus relaciones en la capital, para continuar el giro lucrosísimo de llevar estos y otros efectos que vendía muy caros, recibiendo su importe en plata pasta al precio ínfimo de cuatro y medio pesos el marco, a que los mineros se veían obligados a realizarla, pudiendo Iturbide como comandante, retardar la llegada de los convoyes según le convenía, donde resultó la ruina de aquella minería y gravísimos perjuicios al comercio".

 "Sus manejos fueron tan adelante", según dicho historiador, que algunas casas de Querétaro y las principales de Guanajuato, dirigieron una representación pidiendo su remoción al virrey, quien le envió una carta confidencial, la que fue recibida por Iturbide el 10 de abril 1816, carta en la que le ordenaba que se presentase en la capital para responder de los cargos que varios individuo habían formulado en su contra. Asimismo le ordenaba el virrey que entregase el mando del Ejército del norte al coronel José de Castro. 

Iturbide, a quien no sorprendió la orden del virrey, pues ya tenía noticias de las quejas que se habían presentado, se trasladó a la capital el 21 de abril. El virrey, decidido a sostenerlo, y queriendo demostrar que era el hombre indispensable para la ejecución de empresas arriesgadas, lo hizo salir el 24 a la cabeza de 500 hombres que se mandaron en auxilio de Concha, atacado en estos mismos días por Osorno en Venta de Cruz. 

El 24 de junio el virrey pidió informes a las principales corporaciones y personas notables de la provincia de Guanajuato sobre la conducta civil, política y militar de Iturbide. 

La única persona que se atrevió a acusar al comandante fue el cura de Guanajuato, Antonio Labarrieta, quien después de recomendar su conducta privada en su juventud y de elogiar su valor, refirió los excesos que había cometido desde que se le nombró comandante general de la provincia de Guanajuato. Labarrieta describe los medios empleados por Iturbide para hacerse de dinero, siendo éstos el ejercicio del monopolio sobre diversos artículos, la venta de semillas de las haciendas a vil precio, a pretexto de evitar que cayeran en manos de los insurgentes, semillas que compraba él mismo por tercera mano para revenderlas luego a precios altísimos. Lo acusaba también de haber tenido por largo tiempo en prisión a varios individuos, por ligeros motivos o agravios particulares. En cuanto a lo militar, decía que sus partes eran exagerados y que acciones perdidas se daban en ellos por ganadas. Concluía Labarrieta su requisitoria afirmando que Iturbide había hecho más insurgentes con sus manejos de los que había destruido con sus tropas. 

Hay testimonios de varios contemporáneos absolutamente contrarios a los de Labarrieta, los cuales cita el biógrafo norteamericano Robertson. Entre otros, José Solano, de Silao quien envió una carta al virrey el 3 de julio, en la que decía que la investigación mandada practicar por él sería una prueba de la que el honor de Iturbide saldría purificado. Basilio Peralta le escribió de Valladolid expresando su indignación ante el hecho de que un soldado que había arriesgado su vida por la causa real fuese atacado por personas malignas e inconsideradas. Antonio de Soto le envió una carta desde la ciudad de León. "¿Quién puede oscurecer el hecho, más claro que la luz del sol a mediodía", preguntaba Soto, "de que usted no ha aspirado a otra cosa que a la exterminación de nuestros enemigos, sin mezclarse en otros negocios?”. 

El coronel, Manuel Iruela, comandante de Salamanca, escribió al virrey el 7 de julio, diciendo: “Durante todo el tiempo que he estado bajo las órdenes de Iturbide no he visto nada indigno del honor correspondiente a los importantes puestos que ha ocupado. Sólo miré en él desinterés e integridad. Era firme en sus decisiones; su conducta fue generalmente humana. Fue tan benigno con las personas de bien como inexorable con los malhechores... Afirmo que nunca recibí una orden de proteger un solo artículo de su comercio, y no sé que tal orden haya sido dada a alguna otra persona". 

La refutación. 

Iturbide refutó los cargos hechos por Labarrieta enérgica y brillantemente. El documento en el que consta la refutación es una muestra del estilo vibrante, fluido y bravío del jefe criollo. 

"Como en la provincia de Guanajuato y Querétaro -dice Iturbide en su comunicación al virrey fechada el 14 de agosto de 1816- se ha tenido por mis contrarios el misino empeño que en esta capital para propagar el libelo infamatorio que con título de informe dirigió a V. E. el Sr. D. Antonio Labarrieta, Cura de Guanajuato, con fecha 8 de julio pasado, han llegado a mis manos por diversos ejemplares, y aunque estoy muy distante de creer que V. E. ni el Sr. Auditor de Guerra, D. Miguel de Bataller, darán el menor asenso a tal papel, así porque no merece aprecio alguno su autor, como por la corrupción que es muy conocida de sus costumbres, por la mordacidad que le caracteriza, por su genio inquieto y perturbador, no menos que por su sabido extravío en cuestiones políticas, con todo, quiero tomarme voluntariamente por a suma delicadeza de mi honor el trabajo de rebatir el papel uno por uno de sus puntos, aunque con la precisión y carácter conveniente al sujeto que lo escribió, a la falsedad notoria de sus imputaciones, y a las investiduras con que me hallo". 

En efecto, Iturbide examina y rechaza cada uno de los cargos expuestos por Labarrieta en su informe. Los argumentos en los que funda su defensa son lógicos y dejan en el lector sin prejuicio, si no la convicción de la inocencia del acusado, sí una duda bastante seria acerca de la verdad de la acusación. 

Uno de esos argumentos éste: la opinión de un testigo singular (Labarrieta) no puede tener más valor que el testimonio de muchos. El caso es que hay una abrumadora mayoría de testigos de descargo, los que invoca Iturbide en su defensa. Ellos fueron, entre otros, los ayuntamientos de Valladolid, Salvatierra, Villa de San Miguel, Salamanca, -Irapuato, y Silao; los señores Solano, Conde Camacho, Uraga, Bravo, Rodríguez y otros personajes del Bajío; y jefes y oficiales como Orrantia, Larragoitia, Iruela, Esquivel, Castañón, Soto, Elorza, Reguera, Corrales, Lopez, etc. "¡Como podría Labarrieta persuadir -exclama Iturbide- que tales corporaciones e individuos acreditadísimos por su honor y sus virtudes no menos que su firmeza, y a quienes su inmaculada conducta les pone a cubierto de toda mala resulta, hubieran temido por decir la verdad principalmente cuando se interesa el bien general del Estado, el de un Ejercito y dos Provincias, y cuando por tan sagrados objetos tanto han hecho y padecido!". 

Alamán, cuya enemistad personal a Iturbide influye su criterio de historiador, dice, a propósito de los informes que pidió el virrey, que "recelosos todos de la venganza que Iturbide podría ejercer, los unos informaron falsamente en su favor, otros omitieron todo lo que podía ofenderle y algunos lo hicieron con ambigüedad", y sobre esto tenemos que decir que nos parece difícil de creer que Iturbide, ya sin mando, haya intimidado a tan gran número de personas y corporaciones, algunas de las cuales habían dado muestras de valor en la guerra civil. No es verosímil, pues, que por temor hayan dejado de decir la verdad. Por otra parte, los que informaron en favor del comandante se expresan en términos que acusan su sinceridad. Hay vehemencia en la defensa hecha por Solano, Peralta, Soto e Iruela, de la que hemos trascrito párrafos, vehemencia difícil de fingir solo por miedo a represalias. Además, Labarrieta no es un testigo intachable, pues fue partidario de Hidalgo, aunque después cambio de partido. En cuanto a Alamán, consta que su casa fue una de las que promovieron la investigación contra Iturbide. Por lo mismo, el historiador viene a ser de alguna manera parte en el juicio, más que juez imparcial. 

Lo cierto es que la representación de Labarrieta es la base de todas las acusaciones formuladas contra Iturbide respecto a este período de su vida. Su informe lo reprodujo un acérrimo enemigo suyo, el ecuatoriano Vicente de Rocafuerte, en el opúsculo que publicó en Filadelfia en 1822, con el titulo de Bosquejo Ligerísimo de la Revolución de Méjico, obra en la que han bebido todos los escritores anti-iturbidistas, entre los que se cuenta el también centro americano Rafael Heliodoro Valle, quien publicó en 1944 un librito en el que resume toda la basura histórica acumulada sobre el nombre de Agustín de Iturbide. 

Las bases en que esas acusaciones se apoyan son; por lo mismo, falsas. Con esto no queremos decir que en nuestra opinión Iturbide es un hombre inmaculado. Siempre hemos pensado que la historia no es una función de lucha libre cuyos contendientes se clasifican en limpios y rudos, héroes y villanos, y que no hay hombres químicamente puros. Estamos dispuestos, pues, a admitir faltas, errores y aun delitos en hombres como Iturbide; pero no podemos admitir que se deforme una figura histórica, tal cual se ha deformado la de Iturbide, abultando sus faltas, amplificando los errores, exagerando los rasgos desfavorables, porque todo eso oculta la verdad acerca del personaje. 

Se habla, por ejemplo, de la crueldad de Iturbide. Rocafuerte invento la maligna fábula de que siendo niño se recreaba cortando los pies a las gallinas para verlas caminar sobre los tronconcitos de las canillas, lo que han repetido otros. Y cuando no se invoca esta conseja para demostrar su crueldad, se trae como prueba las ejecuciones de prisioneros en el Bajío. Es verdad que Iturbide era implacable. Pero, en primer lugar, y como dice su biógrafo Robertson, que por cierto no muestra ninguna simpatía por el biografiado, “uno debe considera sus actos en vista del ambiente y de las costumbres de su época". En segundo lugar, que aquella guerra civil en la que participaba era terriblemente feroz, y dice Cuevas, no se podía contener al enemigo con perfumes y ramilletes de flores. Además, el Bajío estaba inundado no propiamente de insurgentes, esto es, de hombres que persiguieran una finalidad Política, si no de forajidos a los que la Independencia les importaba poco, y de los cuales era Iturbide un terrible enemigo. Por otra parte, no hay en la historia de Iturbide actos de crueldad semejantes a las degollinas de Valladolid y Guadalajara, que ordenó Hidalgo. Tomemos en cuenta, por último, que al intentar la Independencia, se propuso por todos los medios evitar la efusión de sangre, lo cual consiguió, y que más tarde dejó el poder, entre otras razones, por su repugnancia a ensangrentar de nuevo el país. Esto basta para acreditar que lo de su crueldad es una leyenda, repetida y divulgada con el deliberado propósito de hacer odiosa su memoria.
En cuanto a los negocios comerciales de Iturbide durante el tiempo que ejerció la comandancia militar de Guanajuato, no dudamos que hiciera algunos, y tenía derecho a hacerlos, pues como opinó el auditor de guerra Bataller, no perteneciendo aquel jefe a las tropas de línea, sino a los cuerpos provinciales, podía, según las leyes, ejercer el comercio. ¿Que se aprovechó de su puesto para lucrar? Tal vez. Pero lo cierto es que Iturbide no se hizo rico, como lo prueba el hecho de que el 21 de noviembre de 1816 tuvo que pedir prestados a Diego Fernández de Cevallos 20,000 pesos, y lo demuestra una carta escrita por él a su suegro Isidro Huarte en marzo de 1818, carta en la que solicita otro préstamo de 500 pesos. Si el comandante hubiera ejercido el monopolio que le atribuyen, y especulado con la compra y venta de semillas, se hubiera hecho riquísimo. 

Fin del proceso. 

La causa que se instruyó al jefe criollo, y que por mucho tiempo atrajo la atención pública, termino con la declaración hecha por el virrey, según decreto de 3 de septiembre de 1816, de conformidad con el dictamen del auditor, en el sentido de no haber habido mérito para la comparecencia del señor Iturbide, ni haberlo tampoco para su detención, por cuya razón estaba expedito para volver a encargarse del mando del ejército del Norte. 

Esta declaración se publicó, a pedimento del interesado, en la Gaceta del 12 de septiembre; pero Iturbide no quiso volver a su puesto. Mas tarde explicó que renuncio el mando militar por delicadeza, y porque su natural inclinación 19 hizo preferir el cultivo de las haciendas pertenecientes a su familia. 

En 1818 estableció su residencia en la hacienda de Chalco, llamada "de la Compañía" porque perteneció a los jesuitas, y jesuitas, sirvió después para favorecer a los que el gobierno quería mantener contentos. 

El citado Rocafuerte, que odiaba a Iturbide, dice que este se, enamoró por entonces de María Ignacia Rodríguez de Velasco, la famosa Guerra Rodríguez. De este hecho no tenemos prueba. 

Alamán dice que “ Iturbide, en la flor de la edad, de aventajada presencia, modales cultos y agradables, hablar grato e insinuante, bien recibido en la sociedad, se entregó sin templanza a las disipaciones de la capital ". 

Lo que es evidente es que en ese tiempo -años de 1819 y 1820 maduró su plan de, Independencia, profundamente convencido de que la separación era necesaria. Entonces acaricia el sueño de "convertirse en el Libertador de su patria, pero con un programa radicalmente diferente del que habían formulado más o menos vagamente Hidalgo y Morelos. Quizás es algo mas que una tradición la que registra un autor mexicano al consignar que cuando Calleja salió de México hizo notar que la única persona capaz de separar este país de España era Agustín de Iturbide" 

El hombre iría al encuentro de su destino. 

CAPÍTULO 3. 

La obra maestra. Cambios en España. 

La Independencia de México está relacionada con la revolución político-religiosa que perturbó la Metrópoli en 1820, cuyo desarrollo referiremos brevemente. 

La Constitución de Cádiz (1812) fue abolida en 1814 y Fernando VII reconocido como rey absoluto. Ofreció entonces que trataría "con los procuradores de España y de las Indias, en Cortes legítimamente. convocadas" de establecer cuanto conviniera al bien de sus reinos; pero faltó a esa promesa, cuyo cumplimiento "hubiera ahorrado muchos desaciertos, y a lo menos, hubiese evitado que se engrosaran las filas de la revolución con tantos que, siendo españoles y realistas en el fondo de su alma, aborrecían y detestaban el despotismo ministerial del Siglo XVIII y la dictadura de odiosas camarilla y creían y afirmaban, como el mismo rey lo afirmaba, que nunca en la antigua España fueron déspotas sus reyes, ni lo autorizaron sus buenas leyes y constituciones. 

Fernando VII persiguió, innecesaria y encarnizadamente, a los diputados y servidores de las antiguas cortes, sin, consideración alguna para los patriotas de la pasada guerra; "de aviesa condición falso, vindicativo y malamente celoso de su autoridad, la cual por medios de bajísima ley aspiraba a conservar incólume", renovó incesantemente sus ministros, y no compensó sus faltas con ninguna obra útil.

Se manifestó entretanto la flaqueza de aquel gobierno "en el no atajar, o atajar de mala manera las perennes conspiraciones de los liberales, que con tener por si escasa fuerza, medraban e iban adelantando camino, gracias al lazo secreto que los unía, y al general desconcierto y desunión de sus contrarios. Alma y centro de todos los manejos revolucionarios era (como han confesado después muchos de los que en ellos tomaron parte) aquella sociedad secreta, de antigua mala fama, condenada por la Iglesia, mirada con horror por la gente piadosa, y aún por la que no lo era mucho, con sospecha; en una palabra, la francmasonería. Introducida en España desde el reinado de Fernando VI, propagada extraordinariamente por los franceses y los afrancesados en la guerra de la Independencia, tuvo menos influjo en las deliberaciones de Cádiz, si bien alguno ejerció... Pero en 1814, el común peligro y el fanatismo sectario congregaron a los liberales en las logias de rito escocés, y bien puede decirse que apenas uno dejó de afiliarse en ellas, y que toda tentativa para derrocar el gobierno fue dirigida o promovida o pagada por ellas". 

El jefe de la reorganizada masonería española vino a ser el capitán general de Granada, conde de Montijo, "revolvedor perenne de las turbas, tránsfuga de todos los partidos y conspirador incansable, no más que por amor a la arte". 

El primero de enero de 1820, el coronel Rafael del Riego, que mandaba el batallón de Asturias, acantonado en el pueblo de Cabezas, de San Juan (Sevilla), proclamó la Constitución de 1812. El citado Menéndez y Pelayo describe así el origen de este movimiento:
"La logia de Cádiz poderosamente, secundada por el oro de los insurrectos americanos, y aun de los ingleses y judíos gibraltareños, relajó la disciplina en el ejército destinado a América, introduciendo una sociedad en cada regimiento; halagó todas las malas pasiones de codicia, ambición y miedo que pueden hervir en muchedumbres militares; prometió en abundancia grados y honores, además de la infame seguridad que les daría el no pasar a combatir al Nuevo Mundo, y de esta suerte, en medio de la apática indiferencia de nuestro pueblo, que vio caminar a Riego desde Algeciras a Córdoba, Sin que un solo hombre se le uniese en el camino, estalló y triunfó el grito revolucionario de Las Cabezas de San Juan, entronizando de nuevo aquel abstracto código (la Constitución de 1812), ni solicitado ni entendido. Memorable ejemplo que muestra cuán fácil es a una facción osada y juramentos tenebrosos, tenebrosos, sobreponerse al común sentir de una nación. 

La Revolución triunfó, en efecto, mediante la activa y oportuna intervención de las sociedades secretas. El rey juró la Constitución, y a partir de ese momento y durante 3 años, "no estuvo el gobierno en manos del rey, ni de las cortes, ni de los ministros, que, con ser elegidos por las logias, o supeditados a ellas, renunciaban voluntaria o forzosamente a toda autoridad moral, sino que estuvo y residió en los capítulos masónicos y en las torres comuneras", según el autor que venimos citando. 

Instaladas las Cortes, y bajo la presión de las sociedades secretas y de las públicas llamadas patrióticas, que se establecieron en los cafés en las fondas, a imitación de los clubes de la revolución, francesa, expidieron una legislación antirreligiosa, que comprendió el decreto de la supresión de la Compañía de Jesús (17 agosto 1820), la cual había sido restablecida en 1815; el de la supresión del fuero eclesiástico en los delitos castigados con pena corporal (26 de septiembre); el de la supresión de las órdenes monásticas, y otros que revelaban el mismo espíritu. 

Recíbense noticias en México. 

A principios de abril llego a México la noticia de la sublevación del ejército. El 29 del mismo mes se supo del triunfo de la revolución, al recibirse las gacetas de Madrid que contenían los decretos del rey anunciando que había jurado la Constitución, la que fue desde luego proclamada en Veracruz por el gobernador Dávila, a instancia de los comerciantes españoles. El virrey y la Audiencia juráronla el 31 de mayo, y más tarde todas las institución públicas. 

El gobernador de Veracruz dijo a los comerciantes peninsulares que lo obligaron a proclamar la constitución: "Señores, la constitución está jurada; esperen ahora la independencia, que será el resultado de todo esto". 

El fiscal de la Audiencia, Odoardo, escribía en octubre de 1820: "No es la Nueva España lo que era en enero o febrero de este año: el espíritu público ha cambiado enteramente; las cabezas antes pacíficas se han volcanizado". 

Un movimiento general en favor de la independencia se originó entonces, y todas las fuerzas que habían sostenido al gobierno español en la pasada insurrección, se pronunciaron en contra de él. 

En primer lugar, el Ejército de la Nueva España, que tan esforzadamente había combatido por los derechos del rey, se sentía, con razón, insuficientemente recompensado. Mientras en España se prodigaban ascensos a los oficiales del ejército, los de aquí no habían obtenido ninguno. Las tropas estaban desnudas y se les pagaba con cigarros. Por otra parte, los últimos sucesos de España ofrecían a los soldados mexicanos el ejemplo de una sedición militar triunfante, cuyos autores habían sido ampliamente remunerados con aumento de presto mas premios y honores. 

Además, las reformas eclesiásticas habían causado en México mayor descontento que en España, porque aquí la adhesión a los institutos religiosos era mayor. "El pueblo de México -dice Alamán- que era muy adicto a los jesuitas, vio con dolor y asombro que les expulsó de las casas colegios que se habían vuelto a poner bajo su dirección... Salieron también de sus conventos los religiosos betlehemitas que tenían a su cargo varias escuelas de primera letras y el hospital de convalecientes; los hipólitos que cuidaban de los dementes, y los juaninos que socorrían a los necesitados en sus hospitales”.

Ante la perspectiva de la Independencia, la burocracia aspiraba a mejores empleos. Esa perspectiva era puesta ante los ojos del público por los folletos que cada día se publicaban, en uso de libertad de imprenta, en los que se excitaba a la revolución y declamaba contra la conquista y los horrores de ella. 

Era, pues, arrollador el torrente de opinión favorable a la independencia; pero para que ésta cristalizara se requería un hombre que supiera unir las diversas fuerzas- que conspiraban a ella dirigirlas al triunfo. Ese hombre era Agustín de Iturbide. 

Uno de sus enemigos -Lorenzo de Zavala- confiesa: “Es indudable que Iturbide tenía un alma superior y que su ambición estaba apoyada en aquella noble resolución que desprecia los peligrosos y que no se detiene por obstáculos de ninguna especie. Se había familiarizado con ellos en los combates; había conocido el poder de las armas españolas; había podido medir la capacidad de los jefes de ambos partidos, y es necesario confesar que no se equivocó en los cálculos cuando se colocó sobre todos ellos. Tenía la conciencia de su superioridad, y con esta seguridad no vaciló en colocarse a la cabeza del partido nacional, si podía conseguir inspirar esta confianza a sus conciudadanos". El momento oportuno de poner en ejecución su idea de separar México de una España había revuelto contra su propio destino histórico, caída en poder de logias y monipodios se había presentado, y él coronel criollo lo sabrá aprovechar poniendo en juego toda su capacidad de caudillo. 

He aquí como nos pinta el mismo Iturbide la ocasión que se le presentaba, y como decidió tomar la iniciativa: "El nuevo orden de cosas, él estado de fermentación en que se hallaba la península, las maquinaciones de los descontentos, la falta de moderación en los nuevos amantes del sistema, la indecisión de las autoridades y la conducta del gobierno de Madrid y de las Cortes, QUE PARECÍAN EMPEÑADAS EN PERDER AQUELLAS POSESIONES, según los decretos que expedían, según los discursos que por algunos diputados se pronunciaron, avisó en los buenos patricios el deseo de la independencia; en los españoles establecidos en el país, el temor de que se repitiesen las horrorosas escenas de la insurrección; los gobernantes tomaron la actitud del que recela y tiene la fuerza y los que antes habían vivido del desorden se preparan a continuar en él. En tal estado, la más bella y rica parte de la América del Septentrión iba a ser despedazada por facciones: por todas partes se hacían juntas clandestinas en que trataban del sistema de gobierno que debía adoptarse; entre los europeos y sus adictos, unos trabajaban por consolidas la constitución, que mal obedecida y truncada, era el preludio de su poca duración; otros pensaban en reformarla, porque en efecto, tal cual la dictaron las Cortes de Cádiz, era inadaptable en lo que se llamó Nueva España: otros suspiraban por el gobierno absoluto, apoyo de sus empleos y de sus fortunas, que ejercían con despotismo y adquirían con monopolios. Las clases privilegiadas y los poderosos fomentaban estos partidos, diciéndose a uno y a otro, según su ilustración y los proyectos de engrandecimiento que su imaginación les prestaba. 

“Los americanos deseaban la independencia, pero no estaban acordes en el modo de hacerlas, ni el gobierno que debía adoptarse. En cuanto a lo primero, muchos opinaban que ante todas esas cosas debían ser exterminados los europeos, y confiscados sus bienes; los menos sanguinarios se contentaban con arrojarlos del país, dejando así huérfanas un millón de familiar: otros más moderados los excluían de todos los empleos, reduciéndolos al estado en que ellos habían tenido por 3 siglos a los naturales: en cuanto a lo segundo, monarquía absoluta, moderada, con la constitución española, con otra constitución, república, central, etcétera: cada sistema tenía sus partidarios, los que llenos de entusiasmo se afanaban por establecerlo. 

"Yo tenia amigos en las principales poblaciones, que lo eran antiguos de mi casa, o que adquirí en mis viajes y tiempo que mandé: contaba también con el amor de los soldados: todos los que no conocían se apresuraban a darme noticias. Las mejores provincias las había recorrido, tenía ideas exactas del terreno, del carácter de sus habitantes, de los puntos fortificables y de los recursos con que podía contar. Muy Pronto debían estallar mil revoluciones, mi partida iba a anegarse en sangre, me creía capaz de salvarla y corrí por segunda vez a desempeñar deber tan sagrado” .

Maestría política. 

Desde que se recibieron en México las noticias del triunfo de la revolución de Riego y del restablecimiento de la constitución, los absolutistas trataron de ganarse a su causa al coronel Iturbide. 

Esa facción, a la que pertenecían el virrey Apodaca, el regente de la Audiencia Bataller, el ex inquisidor Tirado y el canónigo Monteagudo, formó Plan de la Profesa (mayo' de 1820), cuyo fin era impedir el restablecimiento de la Constitución en México y forma un gobierno con independencia del de España, encabezado por Apodaca, el cual regiría mientras el rey estuviese bajo el poder de los revolucionarios. Pretendían, pues, una independencia sólo transitoria. La idea de Iturbide era otra, y por lo mismo no estaba de acuerdo con los serviles de la Profesa. En consecuencia, es infundado atribuir a ellos la autoría del plan de independencia. 

Tampoco estaba de acuerdo Iturbide con los que deseaban la exterminación de los europeos, ni con los radicales que aspiraban a destruir desde sus bases el orden existente y a implantar un sistema desconocido. Esto quiere decir que la posición de Iturbide equidistaba de los extremos. 

Con superior visión política formó un plan que vino a ser el Punto de unión de todos los partidos y de todos los intereses, y en ello residió el secreto de su exacta y fácil realización. 

Ese Plan era suyo, exclusivamente suyo, y con razón él reclama, enfáticamente la paternidad, cuando dice: “Formé mi plan conocido por el de Iguala, mío porque solo lo concebí, lo extendí, lo publiqué y lo ejecuté". 

Un proyecto en marcha. 

Resuelto Iturbide a promover la Independencia, la elección de los medios ofreció varias alternativas. Primeramente concibió la idea de reunir en la ciudadela de México algunas tropas y mediante ellas obligar al virrey a adoptar su plan. Esto lo haría si el gobernador militar de la capital, como se lo había prometido, lo nombraba su ayudante. 

No fue necesario emplear este medio, que tal vez no hubiese dado buen resultado. El virrey le confirió el mando del distrito del Sur que renunció el coronel Gabriel Armijo, y esta oportunidad de mandar tropas era la que Iturbide estaba deseando para poner en marcha su proyecto. "El virrey -dice justo Sierra- le dio de buen grado (esa comisión militar); no que creyese que de allí iba a surgir una revolución, pero seguro de que un ejercito en manos de Iturbide podría servirle para reducir a los constitucionalistas en caso de que el rey, a quien se consideraba prisionero de los liberales, lo mandase o él mismo se presentase a exigirlo, lo que no parecía muy remoto". 

El mando que recibía Iturbide no era el más adecuado a sus intenciones; pero se propuso sacar el mejor partido de la ocasión. 

El 16 de noviembre (1820) salió hacia el Sur. El día anterior elevó una solicitud a la corte por medio del virrey, pretendiendo el grado de brigadier, y pidió también, y le fue concedido, que se pusiese bajo sus órdenes el regimiento de Celaya, cuerpo formado por un solo batallón de 8 compañías. 

Desde que salió de México, Iturbide procuró reunir el mayor número de recursos a fin de que el éxito de su empresa quedase asegurado. Instó al virrey que le mandase todas las tropas y dinero que pudiese mandarle. En su correspondencia con él emplea un lenguaje equívoco con el que encubre sus verdaderas intenciones. 

Iturbide estableció su cuartel general en Teloloapan, a donde llego, en los primeros días de diciembre, el regimiento de Celaya, que su coronel salio a encontrar a 4 leguas de distancia. Sus soldados lo recibieron con aplausos. 

En Teloloapan, Iturbide convidó a su mesa a la oficialidad del regimiento. Concluido el banquete, citó a Quintanilla, capitán de la 3a. compañía y a quien Iturbide trataba con particular confianza, a una conferencia, la cual se celebró por la tarde. Iturbide expone entonces su plan y pregunta a Quintanilla si podría contar con los oficiales de su cuerpo. Quintanilla se muestra desconfiado. Iturbide lo advierte, y dice: "Usted desconfía, pero documentos intachables harán desaparecer su desconfianza". 

Diciendo esto, abrió una gaveta, saco un papel y lo puso en manos del capitán. Ese papel contenía el plan que mas tarde sería proclamado. También le mostró varias cartas de personajes notables, con quienes estaba de acuerdo.

Entonces le aseguro Quintanilla que el batallón haría lo que su jefe mandase. 

Los oficiales, al saber de la misteriosa conferencia celebrada entre Iturbide y Quintanilla, comenzaron a temer que aquél, conocedor del intento que habían tenido de proclamar la independencia en Acámbaro, descontentos por la orden de marchar a tierra caliente, quisiera castigarles.

Trataron entonces de desertar. Iturbide supo lo que pasaba y se presentó sin más compañías que ayudante en la casa donde todos estaban reunidos cenando.

Los oficiales se sobresaltaron al ver al comandante, pero éste los tranquilizó diciendo que estaba impuesto de la resolución que habían tomado y del motivo de ella; que sus propias opiniones en materia política no eran acaso diversas de las de los mismos exigió la promesa de no abandonar sus banderas, que todos prestaron. 

“Este fue el primer punto de apoyo de la revolución –dice Alamán-. Iturbide al salir de México, no sabía cuál sería la disposición en que estaría el batallón del que era coronel. Tampoco estaba de acuerdo con los militares de otras provincias... Se arrojó pues a la empresa, contando sólo con el influjo que el mando debía darle; con su arte de ganar a la tropa, y sobre todo con el estado de la opinión”.

Campaña en el sur. 

En diciembre tenía Iturbide bajo sus órdenes 2,479 hombres, según al virrey, y el 22 de ese mes salió del cuartel general para poner en ejecución el plan de campaña que se había trazado. Se reducía éste a encerrar al indómito insurgente Vicente Guerrero en la sierra, entre la costa y el río Mezcala, y estrechar a Pedro Asensio al cerro de la Goleta, atacando a ambos en sus posiciones. Con esto, pensaba Iturbide, extinguiría la insurrección en el sur daría principio a su grande empresa. 

Varios reveses sufridos por sus tropas hicieron ver a Iturbide que no era posible, dominar al enemigo tan pronto como se lo había figurado, aunque lo podría conseguir con más tiempo; pero impaciente por realizar su intento, trató entonces de atraer a Guerrero. 

El 10 de enero le escribió una carta, en la que, fundándose en los buenos informes que de su carácter e intenciones le habían dado Juan Davis Bradburn y Francisco Berdejo, le invitaba a terminar la guerra y a ponerse en las órdenes del gobierno. Le manifestaba su esperanza de que los hijos del país entrasen pronto en el goce de los derechos ciudadanos, “pues ya habían marchado nuestros representantes al congreso de la Península, los poseídos de las ideas más grandes de patriotismo y libertad”. Le decía, además, que si no hiciese justicia, sería el primero en contribuir con su espada y su fortuna a la defensa de la causa común, pero agregaba que no temía que se faltara a la justicia, “porque en España reinan derechos”. Le propone que mande un representante suyo a Chilpancingo para que hable con el propio Iturbide, cuyo fin le despachaba pasaporte.

Guerrero no aceptó las proposiciones. El 20 de enero contestó Iturbide rechazándolas, diciendo que jamás pasaría por la ignominia de tenerse por indultado. 

Iturbide no desistió de su intento, y contestó a Guerrero el 14 d e febrero. En la carta le llama “su amigo, no lo dudo de darle este título, porque la firmeza y el valor eran las cualidades que más apreciaba”. Le avisa que se dirige a Chilpancingo y le pide que se acerque a ese punto, “pues más haremos en media hora de conferencia que en muchas cartas”. 

Al mismo tiempo tomaba Iturbide otras medidas para asegurar el éxito de su proyecto. Mandó al capitán de Celaya Manuel Díaz de la Madrid a que se pusiese de acuerdo con el brigadier Negrete, europeo de principios liberales, quien tenía la convicción de que era imposible por más tiempo la dependencia de las Américas. Envió a Valladolid y al Bajío al capitán Francisco Quintanilla, quien debería proponer el proyecto en Valladolid a Quintanar y en Guanajuato a Bustamante y a Cortazar. 

Ofensiva epistolar. 

En los primeros meses de 1821 se desarrolla la que llamaremos ofensiva epistolar o literaria de Iturbide, pues "era llegado el momento de poner en juego su estupenda habilidad para escribir cartas en altas horas de la noche, cuando sólo en el vivaque estaban alertas, Iturbide movía la pluma de epistológrafo que no perdía el hilo de una conversación a leguas de distancia. Una de sus fruiciones era escribir cartas a sus amigos, sus espías, sus compadres. Conocedor, como ninguno de sus contemporáneos, del México que había recorrido a caballo, contaba con la simpatía de muchos”, Dice Heliodoro Valle, agrega: “escribía cartas que le abrían todas las puertas, que inflamaban los corazones o le suministraban las noticias más rápidas".

Esas cartas -colegidas por el Padre Cuevas y publicadas en El Libertador- nos transmiten la febril impaciencia que consumía a su autor por aquellos días. Son, por otra parte, documentos que muestran la facultad persuasiva de Iturbide, su poder de atracción, además, con que dinámica capacidad fue allanado de obstáculos el camino para la realización de su idea. Forman ciertamente esas cartas, como dice Valle, "uno de los volúmenes más interesantes en la literatura política de América" porque son el reflejo más fiel del carácter de un caudillo criollo, impregnado de las ideas de su siglo, poseído de la ambición de ser el Libertador de su patria y resuelto a conseguirla sin sangre, mediante el acuerdo de todas las voluntades. 

Echemos una ojeada a esa rica colección epistolar. 

El 25 de enero le escribe al licenciado Juan José Espinosa de los Monteros y le envía una copia del plan y de la proclama, autorizándole para que los corrija. "Los adjuntos papeles -le dice- instruirán a Ud. del suceso dispuesto para un día, ya muy próximo, del mes entrante. Todo esta hecho, y bajo unas medidas que no temo ni la menor desgracia". 

A don Pedro Celestino Negrete le escribe el mismo día: “Se acerca, mi caro amigo, el día grande... No desconfío un momento del éxito, porque el plan es justo, porque está meditado y principalmente porque están en él individuos de tosa importancia... Está preparada la opinión, y en la oportunidad volarán las proclamas y demás papeles que deben uniforma el voto, destruir la grosera rivalidad, conservar y aun consolidar más el orden”. 

También el mismo día 25 de enero escribe a un personal desconocido: “Lea Ud. En compañía de nuestro amigo el Sr. M. Los papeles adjuntos y dígame...si cree conveniente quitar o poner algún artículo. En cuando al modo de ejecutarlo, no cavilen Uds. Porque éste es plan militar y lleva por norte tres estrellas que no pierden ni puedo perder de vista”. 

En la carta escrita al- general de la Cruz el 29 de enero hay estas bien fundadas consideraciones: "¡Qué cierto es, mi estimado General y amigo, que para obrar, las circunstancias deben ser el norte de los hombres que raciocinan! El año 10 exigía de los honrados, de juicio y de alguna ilustración, cierta conducta y el año 21 exige de los mismos otra muy diversa. El sistema de la Europa y su estado político, especialmente el de nuestra península, es hoy muy diverso que en aquel tiempo, otra es la ilustración, otra debe ser nuestra conducta... Busco el apoyo de jefes que como Ud. Pueden contribuir a la economía de la sangre”. Luego este párrafo que es un eco del lenguaje político corriente: “sería inútil que hablara de sus sentimientos filantrópicos... que le distinguen como hombre ilustrado y sin mala prevención de los que se ven circundados de las sombras funestas de la ignorancia y el fanatismo”.Por último, le dice: “Cuento con dinero, cuento con armas, cuento con jefes, cuento con tropa arreglada, cuento con armas, cuento finalmente, con cuanto se necesita en la guerra para la victoria”. 

El 12 de febrero escribe el coronel Quintanar: “Desde el año 10 tomamos la espada para defender el orden y la religión, la Patria y el Rey exigen la conservemos fuera de la vaina hasta no lograr completamente, es decir, hasta que no veamos en México establecido un gobierno supremo, piadosos y liberal al mismo tiempo y hecha en consecuencia la felicidad de nuestra patria”. 

Lenguaje parecido emplea en las comunicaciones al brigadier Domingo Lauces, al teniente Antonio Flon, al Comandante José Dávila. Vibran en todas ellas el entusiasmo y la confianza en el triunfo. 

Así, mediante el despacho de cartas a todos los rumbo, fue agavillando voluntades, formando, como se dice ahora, un frente único en favor de la Independencia. 

Poco antes de proclamar su plan, pónese Iturbide de acuerdo con Guerrero. El 18 de febrero, aquél escribió al virrey notificándole que el segundo se había puesto a sus órdenes con 1,200 hombres. 

La proclamación. 

La campaña diplomática culminó con las cartas dirigidas al virrey el 24 de febrero, en las que propone que secunde su plan: “Bien ha probado la experiencia de todos los siglos, y con ejemplo, muy reciente nuestra península española, el axioma de que es libre aquel país que quiere serlo. No nos engañemos, Sr. Excmo. La Nueva España quiere ser independiente: esto, nadie lo duda, le conviene. La misma madre patria le ha, enseñado el camino: le ha franqueado la puerta, y es preciso que lo sea". Esto dice Iturbide, y en seguida de demostrar que la independencia es inevitable, demuestra las otras dos proposiciones de su plan, a saber: "conservar incorrupta nuestra sagrada religión" y mantener la unión entre europeos y americanos porque “el odio nunca ha sido, es ni puede ser justo". Le propone que se forme una Junta gubernativa de 8 personas, encabezada por él, la que promoverá lo conveniente al fin contenido en el plan. Termina una de las cartas diciendo: “Yo no soy europeo ni americano; soy cristiano, soy hombre, soy partidario de la razón, conozco el tamaño de los males que nos amenaza. Me persuado que no hay otro medio de evitarlos que el que he propuesto a V. E., y veo con sobresalto que en sus superiores manos está la pluma que debe escribir: religión, paz, felicidad o confusión, sangre, desolación a la América Septentrional”.
En la otra carta, después de encarecerle la adopción de su plan, dice: "Yo no he creído, ni creerá Vuestra Excelencia. Sin duda, que nuestro amado y desgraciado Rey haya adoptado voluntariamente un sistema que no sólo es contrario a las prerrogativas que fueron anexas a la Corona que heredó de sus augustos predecesores, si no que destruye los sentimientos, piadosos de que sobreabunda su corazón”. 

Luego describe en los siguientes términos la diversidad de los partidos, y apunta su fe política: "Tiene V. E. partidos muy conocidos y bastante fuertes papa destruirse si una mano diestra no sabe atraerlos a un punto, hacer uno los intereses de todos. Por una parte entre los europeos hay hombres sin educación y de ideas bajas que no se contentarían sino que en ver derramar la sangre de todos cuantos han nacido en este suelo. Hay hijos de él por desgracia que con ideas igualmente bárbaras derramarían, en un solo día si estuviere en su mano, la sangre de todos los europeos; los primeros y los segundos sin otro móvil ni otro fin que el de satisfacer su odio funesto. Hay un partido liberal frenético que aspira y sólo estaría contento con el libre goce de la licencia más desenfrenada, otra de liberales, y de ideas justas aspira a la moderación (¿en éste se ubica?), otros de católicos pusilánimes que se asombran de los fantasmas que existen sólo en las ideas, otro de hipócritas supersticiosos, que fingiendo temer todo mal, buscan simultáneamente su provecho propio. Hay otros ciegos partidarios de la democracia, otros a quienes acomoda la monarquía constitucional. No falta quien crea preferente a toda la absoluta soberanía de Moctezuma. 

"Y en tan encontradas ideas, en sistema tan vario, ¿cuál sería el resultado de un rompimiento tumultuoso? Ya lo he dicho antes, sangre, la desolación. Unos a otros nos devoraríamos como fieras: la tierra fertilizada con la sangre humana, quedaría a ser presa del primero que quisiese ocupar la tierra sola. Repito que para evitar estos males... es preciso que una mano diestra los prevenga a tiempo". (Los males que aquí prevé Iturbide son los mismos que sobrevendrán poco tiempo después. 

Escritas las anteriores cartas, y reunidas en Iguala las tropas con cuyos jefes contaba, publicó Iturbide el 24 de febrero una proclama en la que hace saber que al frente de su ejército ha declarado la "Independencia de la América Septentrional".

La proclama, escrita en lenguaje grandilocuente, está dirigida a los "Americanos", comprendiendo en este nombre no solo a los nacidos en América sino a todos los que en ella residen. (Vale la pena hacer notar que el nombre de americanos, que ahora se dan a sí mismos los estadounidenses, era empleado entonces para llamar a los mexicanos). Iturbide funda la necesidad de la independencia en el curso ordinario de las cosas humanas y en el ejemplo del imperio romano, de cuya desmembración salieron las naciones modernas de Europa. "La misma voz que resonó en el pueblo de Dolores el año de 1810 -dice la proclama-, y que tantas desgracias originó al pueblo... fijó también la opinión pública de que la unión general entre europeos y americanos, indios e indígenas, es la única base sólida en que puede descansar vuestra común felicidad". 

En seguida expone Iturbide el Plan adoptado, compuesto de 23 artículos, cuyo contenido es el siguiente:
1) La religión de la Nueva España es y será la católica, sin tolerancia de otra; 2) La Nueva España es independiente de la antigua y de otra de potencia, aun de nuestro continente; 3) Su gobierno será monárquico moderado, con arreglo a la constitución peculiar y adaptable al reino; 4) Será su emperador Fernando VII; en su defecto, el infante don Carlos, don Francisco de Paula, el archiduque Carlos u otro individuo de la casa reinante; 5) Ínterin las Cortes se reúnen, habrá una junta que convocará a esa reunión y hará cumplir el plan; 6) Dicha junta se denominará gubernativa y se compondrá de los vocales ya propuestos al virrey; 7) La junta gobernará a nombre del rey, en virtud del juramento de fidelidad que tiene prestado la nación; 8) Si Fernando VII no se resuelve a venir a México, la Junta mandará a nombre de la nación, mientras resuelve el emperador que debe coronarse; 9) Este gobierno será sostenido por el ejército de las 3 Garantías; 10) Las Cortes determinarán si ha de continuar la Junta, o una Regencia, mientras llega el emperador; 11) Las Cortes establecerán en seguida la constitución del imperio mexicano; 12) Todos los habitantes de la Nueva España son ciudadanos idóneos para optar cualquier empleo; 13) Sus personas y propiedades serán respetadas y protegidas; 14) El Clero secular y regular conservará sus fueros y propiedades; 15) Subsistirán todos los ramos del Estado, y empleados públicos, excepto los que se opongan al plan; 16) Se formará un ejército protector, que se denominará de las 3 Garantías, porque bajo su protección toma la conservación de la religión católica, la independencia y la unión; 17) Las tropas del ejército observarán la más exacta disciplina a la letra de la Ordenanza, y los jefes y oficiales continuarán bajo el pie en que están hoy, con opción a los empleos vacantes; 18) Las tropas de dicho ejército se considerarán como de línea y lo mismo las que abracen luego este plan; las que lo difieran y los paisanos que quieran alistarse, se considerarán como Milicia Nacional; 19) Los empleos se darán a informes de los respectivos jefes, y a nombre de la nación provisionalmente; 20) Ínterin se reúnen las Cortes se procederá en los delitos con arreglo a la Constitución española; 21) En el de conspiración contra la Independencia se procederá a prisión sin pasar a otra cosa, hasta que las Cortes decidan la pena al mayor de los delitos, después del de lesa Majestad Divina; 22) Se vigilará sobre los que intenten sembrar la desunión y se reputarán como conspiradores contra la Independencia; 23) Como las Cortes que se han de formar son constituyentes, deben ser elegidos los diputados bajo ese concepto; la Junta determinará las reglas y el tiempo de las elecciones. 

Nace una bandera. 

El 1 de marzo se reunieron todos los jefes y oficiales del ejército bajo el mando de Iturbide, en la casa de éste, quién les habló de que “la independencia de la Nueva España estaba en el orden inalterable de los acontecimientos, conspirando a ella la opinión y el deseo de las provincias", y discurrió acerca de los diversos partidos que se habían formado, todos los cuales coincidían en aquel punto esencial. Expuso los motivos que lo habían impulsado a promover su plan y pidió que cada uno expresara su opinión, manifestando además que eran libres de adherirse a su intento o rechazarlo. 

Concluido el discurso, el capitán del regimiento de Tres Villas leyó en voz alta el Plan y el oficio dirigido al virrey, y terminada la lectura todos los concurrentes demostraron su aprobación, "admirando la sabía combinación de un proyecto tan meditado" y gritaron vivas a la independencia, a la religión y a la unión. Luego ofrecieron a Iturbide el cargo de teniente general, que éste rechazó, aceptando únicamente el de "primer jefe del ejército". La Junta acordó a continuación que al día siguiente se hiciese el juramento de fidelidad al plan adoptado. 

A las 9 de la mañana del 2 de marzo, según lo acordado, volvieron a reunirse los jefes en la sala de la habitación de Iturbide, donde estaban una mesa, un Crucifijo y un misal. Puestos de pie todos los concurrentes, el Padre Antonio Cárdenas, capellán del ejército, leyó en voz alta el evangelio del día. Luego, acercándose a la mesa el primer jefe, puesta la mano izquierda sobre el santo evangelio y la derecha en el puño de la espada, prestó juramento ante el padre capellán, en estos términos:

¿Juráis a Dios y prometéis bajo la cruz de vuestra espada, observar la santa religión católica, apostólica, romana? -Sí juro. 

¿Juráis hacer la independencia de este imperio guardando para ello la paz y unión de europeos? -y juró. 

¿Juráis la obediencia al Sr. Fernando VII si adopta y jura la constitución que haya de hacerse por las cortes de esta América Septentrional? -Sí juro. 

"Sí así lo hiciereis, el Señor Dios de los ejércitos y de la paz os ayude, y si no os lo demande". 

Luego todos los jefes y oficiales le prestaron juramento. 

A las 4 de la tarde, en la plaza de Iguala, hizo la tropa el juramento, según la fórmula dicha. 

En seguida el primer jefe arengó a los soldados. Después de exhortarlos al cumplimiento de lo jurado, dijo: “Ayer no he querido admitir la divisa de teniente general y hoy renuncio a ésta"; al decir estas palabras, se arrancó de la manga y arrojó al suelo los 3 galones distintivos de los coroneles españoles, y agregó: "La clase de compañero vuestro llena todos los vacíos de mi ambición. Juro no abandonaros en la empresa que hemos abrazado”. 

Entonces estallaron las vivas y una épica alegría se apoderó, de todas las almas. 

Las 3 Garantías se transformaron en sedas y colores y nació, la Bandera de México: verde –Independencia-, blanca -Religión- y Roja -Unión-, Bandera traicionada desde que cayo, el primer gobierno nacional, pues a partir de entonces las fuerzas antimexicanas se unieron para destruir las bases que ella significa. Se anuló la Independencia, sometiendo a México al dominio, de un poder continental; se desbarató la unión al fomentarse el odio de razas y, por último, el Estado mexicano se convirtió en perseguidor oficial de la Religión simbolizada en la Bandera.

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