"No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo." Don Francisco de Quevedo.

BARRA DE BUSQUEDA

miércoles, 25 de julio de 2012

DON AGUSTÍN DE ITURBIDE. EL TRÁGICO DESTINO DEL LIBERTADOR DE MÉXICO: Por Alfonso Trueba Olivares (revisión, comentarios y actualización por el doctor Juan Bosco Abascal Carranza).

Entrada del Ejercito Trigarante a la Ciudad de México
HONOR A QUIEN HONOR MERECE. TERCERA ENTREGA.
 
Exámen del Plan de Iguala.
 
El Plan de Iguala es, sin duda, la obra maestra de nuestra Historia política, puesto que de él arranca la vida de México como nación independiente.
 
De su oportunidad, trascendencia y eficacia podremos formamos una idea con examinar las siguientes razones:
 
Primera. Cambió radicalmente el sentido de la lucha por la Independencia, transformando una guerra civil (criollos contra gachupines) en una guerra nacional (México contra España). Los planes anteriores (si planes hubo) estaban realmente "mal concebidos", como dijo Iturbide, y retardaron una Independencia querida por todos. El Plan de Iguala removió los obstáculos que habían impedido su desarrollo.
 
Segunda. Al sentar como primera base del plan la religión católica, sin tolerancia de otra, se atendió a la necesidad más urgente del momento. Esa religión era la profesada por todos los mexicanos, y los decretos de las cortes españolas representaban un ataque contra ella. "Era por esto -dice Alamán- la primera necesidad del momento, calmar esta inquietud, al mismo tiempo que, dando un motivo religioso al cambio político que se intentaba, se hacían otros tantos partidarios de éste, cuantos veían con horror las innovaciones que habían comenzado a plantearse".
 
Tercera. La elección de la forma de gobierno indica el respeto a las tradiciones políticas del país y a su constitución real. Ya en esta época atraía el hechizo de la forma republicana, al que el autor del Plan supo resistir. "La naturaleza -decía- nada produce por saltos, sino por grados intermedios: el mundo moral sigue las reglas del mundo físico: querer pasar repentinamente de un estado de abatimiento, cual es de la servidumbre... querer de repente y como por encanto adquirir ilustración, tener virtudes, olvidar preocupaciones... es un imposible que solo cabe en la cabeza de un visionario. ¡Cuántas razones se podrían exponer contra la soñada república de los mexicanos, y que poco alcanzan los que comparan lo que se llamó la Nueva España con los Estados Unidos de América! Las desgracias y el tiempo dirán a mis paisanos lo que les falta: ¡ojalá me equivoque!". Por desgracia, no se equivocó. El cambio de la forma de gobierno propuesta en el Plan de Iguala arrastró al país a la anarquía, lo hundió en un mar de sangre y lo dejó a merced de su poderoso vecino, lo cual, a pesar del destino manifiesto, hubiera sido difícil que ocurriera si un gobierno vigoroso, respetado, capaz de sobreponerse a todos, rige la nación. En el aniquilamiento de esta base del Plan de Iguala está, sin duda, el origen de los desastres padecidos por México en los primeros 25 años de su vida independiente, de la incesante guerra civil, de la miseria pública y del peligro de la extinción de la nacionalidad.
 
Por otra parte, independizar un país y al mismo tiempo mudar radicalmente su orden político, sus costumbres y sus tradiciones, era arrostrar un riesgo cierto. Los Estados Unidos, al emanciparse, no variaron su sistema político. "Iturbide creyó con razón que la fiel imitación de la conducta de aquellos estados consistía, no en copiar su constitución política, para lo cual había en México menos elementos que en Rusia o en Turquía, sino en seguir el prudente principio de hacer la independencia, dejando la forma de gobierno a la que la nación estaba acostumbrada”.
 
Cuarta. Al ofrecer el trono de México a un príncipe de la casa reinante se aseguraba la necesaria firmeza de la autoridad, y, como decía el propio Plan, hallándonos con "un monarca ya hecho", se precavían los atentados de la ambición. Iturbide y Bolívar coincidieron en la misma idea, "sólo que la convicción que en Bolívar procedía de una funesta experiencia, era en Iturbide el efecto de una prudencia previsora", dice Alamán.
 
Quinta. Al sentar como base de la Independencia la unión entre europeos y americanos no sólo se adoptó el único medio por el que la empresa podía realizarse, sino que se fijó la condición necesaria para que México pudiera subsistir y prosperar. Zumárraga había escrito 3 siglos antes, hablando de las razas nativa y europea: “se requiere grande atadura y vínculo de amor entre éstas, y bienaventurado será el que amasase estas dos naciones en este vínculo de amor". Si se toma en cuenta que, fomentada la persecución racial con la venida de Poinsett y trabados en lucha a muerte los diversos elementos de la población mexicana, fue posible a un enemigo extranjero llegar con facilidad hasta el corazón mismo del país, podrá calcularse cuán importante era la unión proclamada en Iguala.
 
En resumen: Agustín de Iturbide, al formular su Plan de Independencia, acusó una clara y larga visión política que le permitió establecer los fundamentos de una nacionalidad fuerte y permanente.
 
Ciertamente, como apunta Robertson, la declaración de Independencia mexicana "no refleja la filosofía política de la inmortal acta de 4 de julio de 1776”, pues, todavía no hay influencia extranjera; el Plan de Iguala es, dice el Padre Bravo Ugarte, “de filiación hispana; de la secular herencia política española entresaca poco, aunque sustancial: la Monarquía y la Religión Católica, oficial e irreformable; y de las tendencias innovadoras que prevalecían entonces en la Península, el liberalismo constitucional y representativo.
 
En busca de más adhesiones.
 
Proclamado su Plan, Iturbide trata afanosamente de que lo adopten las personas que mayor influencia tienen en la vida de la Nueva España. El 27 de febrero escribe al obispo Cabañas de Guadalajara, y al arzobispo de México, don Pedro Fonte; más tarde (17 de marzo) al diputado a las Cortes de España Gómez Navarrete, a quien le informa de lo que ocurre y le manifiesta su esperanza de que el Congreso y el monarca escuchen con interés "los generales lamentos y justa solicitud" de los mexicanos.
 
También escribe al rey Fernando VII. (16 de marzo) protestando fidelidad, y a las cortes de Madrid, a las que expone sus pretensiones en estos términos: “Deseamos un rey constitucional y de la dinastía de los Borbones, que se coloque a la cabeza, ceñido a las deliberaciones de un congreso arreglado; mas todo en el centro de este imperio, porque de otro modo las rivalidades no se extinguirán, la guerra será infinita y desoladora, dando lugar al fin, a la codicia de una potencia extranjera”, palabras éstas que revelan que Iturbide leía el porvenir.
 
El promovedor de la Independencia a través de todos estos actos que son el testimonio de una superior, abre un camino de paz a su patria independiente; un camino del que, por desgracia, será violentamente apartada por los poderosos agentes de la disolución nacional.
 
CAPÍTULO 4.
 
La campaña por la libertad. 
 
“SEIS MESES BASTARON Para desatar el apretado nudo que ligaba los dos mundos. Sin sangre, sin incendios, sin robos, ni depredaciones, sin desgracias y de una vez, sin lloros y sin duelos, mi patria fue libre y transformada de colonia en grande imperio", dice Agustín de Iturbide”.
 
Y así fue.
 
Pero al principio las cosas no tomaron el favorable curso que Iturbide esperaba.
 
El virrey no sólo no aceptó, las proposiciones de Iturbide, sino que el 14 de marzo lo declaró fuera de la protección de la ley y sin los derechos del ciudadano español. Esto causó desilusión a Iturbide, que había confiado siempre en que Apodaca marcharía de acuerdo con él. El Ayuntamiento de México, en el que había varias personas con cuya cooperación esperaba contar el coronel criollo, publicó una proclama reprobando la revolución.
 
Todas las autoridades del reino manifestaron su adhesión al gobierno y protestaron fidelidad, lo que parecía indicar que no era tan general la opinión en favor de la Independencia.
 
Ni aun las mismas tropas que Iturbide mandaba mostraron estar decididas a seguirlo en su empresa. Desertaron las compañías de realistas y no quedó en el ejército Trigarante más cuerpo europeo que las dos compañías de Murcia. La deserción redujo las fuerzas a la mitad y, por otra parte, nadie se movía en apoyo de su plan. 
 
El Bajío responde.
 
Entonces toma Iturbide una decisión oportunísima: trasladarse al Bajío de Guanajuato, el escenario de sus mejores hechos de armas, brava de los hombres frugales y valerosos, el fértil campo donde germinan el maíz, el trigo y la libertad.
 
La provincia estaba deshecha por la guerra civil; destruida su riqueza, cansados los hombres de pelear. Pero eso no obstante, se alzaría sin vacilación, para defender la causa promovida por aquel jefe criollo que había cabalgado por las llanuras ubérrimas enseñando la lección del denuedo y la bizarría.
 
Se puso, pues, en marcha con todas sus tropas por el camino de Tlalchapa, Cutzamala, el rancho de las Animas, la hacienda de los Laureles, con dirección a Zitácuaro, para de aquí salir al Bajío, por Acámbaro y Salvatierra.
 
Antes celebró una entrevista con Guerrero, en Teloloapan, el 10 de marzo.
 
Ya en Cutzamala, Iturbide empieza a recibir noticias que calman su inquietud. Sabe allí que en Jalapa los granaderos y dragones España se habían adherido al Plan de Iguala, y también allí se le presenta don Ramón Rayón, que se había fugado de Zitácuaro, temeroso de ser aprehendido al conocerse su intento de declararse en favor de Iturbide.
 
En Tuzantla supo que el Plan de Iguala había sido proclamado en aquel lugar por los capitanes Filisola y Codallos, y que toda la línea que custodiaba el Batallón Fijo de México, mandado por esos capitanes, estaba por la Independencia. 
 
Bustamante y Cortazar.
 
Habían ocurrido en el Bajío sucesos que anunciaban el éxito revolución.
 
Los capitanes Quintanilla y La Madrid, enviados por Iturbide para atraer prosélitos, habían cumplido bien su misión.
 
El coronel Anastasio Bustamante, hombre de gran corazón que llegaría a ser "el segundo del señor Iturbide", fue atraído desde luego a las filas de los trigarantes.
 
Otro valeroso jefe criollo, el coronel Luis Cortazar, proclamó la Independencia en el pueblo de Amoles (que hoy lleva su nombre) 16 de marzo. Al día siguiente hizo lo mismo la guarnición de Salvatierra, y el 18 la de Valle de Santiago, en unión de la de Pénjamo y otros destacamentos, declararon su adhesión al Plan de Iguala.
 
Bustamante marchó de la hacienda de Pantoja a Celaya y de aquí a la ciudad de Guanajuato, donde antes de su llegada la guarnición había destituido al comandante español Yandiola y manifestado su adhesión al movimiento de Iturbide.
 
Bustamante fue recibido con aplausos por los guanajuatenses y para borrar recuerdos poco gratos, hizo tarde la alhóndiga de Granaditas las cabezas de Hidalgo y sus compañeros, que se exhibían en jaulas de hierro, y las mandó enterrar en la iglesia, San Sebastián.
 
Permaneció Bustamante en Guanajuato hasta el 2 de abril, tiempo que empleó en mandar destacamentos a todas las ciudad del Bajío para que proclamaran la Independencia, lo cual hicieron.
 
Así, la provincia de Guanajuato, en donde resonó el primer grito de rebeldía, fue también la primera en adherirse al Plan de Iguala lo que determino el triunfo de la revolución.
 
Las fuerzas independientes subieron entonces a 6,000 hombres y contaban para sostenerse con los recursos de una provincia que a pesar de los estragos de la guerra, era una de las más ricas del reino.
 
El virrey dirigió una proclama a los soldados del Bajío y ofreció a Bustamante empleos y condecoraciones, que fueron rechazados.
 
En Michoacán se decidieron por la revolución el sargento Juan Domínguez, con el batallón de Guadalajara y otras fuerzas que ocupaban Apatzingán, así como la división de Ario, compuesta de Fieles de Potosí, y que mandaba el futuro presidente de la república Miguel Barragán.
 
Iturbide llegó a Acámbaro a mediados de abril. Para captarse, la simpatía de los pueblos licenció realistas, suprimió contribuciones y redujo alcabalas, completó los cuerpos que estaban desintegrados, y formó el batallón Fernando VII y admitió a sus filas a los jefes insurgentes que habían dado pruebas de valor, como Epitacio Sánchez, a quien dio el mando de su escolta.
 
La reunión de Iturbide con Bustamante en Acámbaro y la presencia en Zacapu de Barragán y Domínguez hizo temer al gobierno virreinal un ataque a Valladolid; pero los planes de Iturbide eran otros, y consistían en celebrar una entrevista con el general José de la Cruz, cuya adhesión, o por lo menos su neutralidad, le interesaba asegurar.
 
De Acámbaro se dirigió a Salvatierra y más tarde a León, donde el 1 de mayo publicó una proclama en la que llama a los leoneses "conciudadanos y hermanos míos" y los tranquiliza respecto a los rumores que habían circulado, anunciando que después del triunfo de la revolución se haría con los europeos unas vísperas sicilianas. A su paso por Silao se le unió el licenciado José Domínguez Manso, quien desde luego se encargó de la secretaría del Primer Jefe, al que prestó útiles servicios.
 
Desde León, y sin más compañía que la del coronel Bustamante y un dragón, se dirigió Iturbide, con la celeridad que solía, a la hacienda de San Antonio, ubicada entre La Barca y Yurécuaro, donde le esperaban los generales, celebró una conferencia. Cruz propuso una suspensión de armas para entrar en negociaciones con el virrey, que no fue admitida por Iturbide, el que solicitó de Cruz que mediara con Apodaca que oyese sus propuestas, y convinieron en que Iturbide escribiera una carta a Cruz invitando a que tomasen parte en la mediación el obispo de Guadalajara, Cabañas, y el marqués del Jaral. Comieron juntos, brindando el primero por la paz y unión y el segundo por la salud del general.
 
Iturbide consiguió lo que le interesaba, o sea asegurar la inacción de Cruz y, por lo mismo, que no le amenazara ningún peligro desde la Nueva Galicia.
 
Se propaga la revolución.
 
Don Nicolás Bravo, que en un principio rehusó seguir a Iturbide, adoptó por fin su plan y propagó la revolución en la provincia de Puebla.
 
El Dr. Magos proclamó la independencia en Ixmiquilpan y pueblos de la sierra hasta Huichapan.
 
Los oficiales de la columna de granaderos, con asiento en Ja1apa, sedujeron la tropa y salieron con ella hacia Perote, con intento de apoderarse del castillo. En Banderilla les informó el capitán Iruela de lo que se trataba. El plan se frustró y la falta jefe iba a ocasionar la dispersión de la fuerza, pues Iruela no era sino capitán. Entonces recurrieron a una persona que tenía grado de teniente coronel y que había hecho una valiente campaña en el Sur, a las órdenes de Armijo. Era esa persona el que llegaría a ser el presidente sin mancha don José Joaquín Herrera, quien aceptó el mando. En San Juan de los Llanos, la columna de granaderos tomó el nombre Granaderos Imperiales y Herrera, quien aceptó a Iturbide haciéndole saber que no pasaba un solo día, sin que los soldados desertaran de las filas realistas y sé le unieran. "La provincia entera", agregaba, “muestra el más grande interés en nuestra empresa. Todo el pueblo os aclama. Todas las personas desean ser armadas para la defensa de sus derechos". El jefe del ejército acordó a Herrera y a Iruela los grados de tenientes coroneles.
 
Por los mismos días (marzo de 1821), don José Martínez, cura de Actopan, proclamó la independencia en Jalapa.
 
Amenazadas Córdoba y Orizaba por los independientes, el gobernador Dávila mando reforzar las guarniciones de estas villas con tropas al mando del capitán Antonio López de Santa Anna. El 23 de marzo, un antiguo insurgente, Francisco Miranda, y don José Martínez intimaron a Santa Anna y al ayuntamiento que se adhiriesen al plan de Iturbide. Santa Anna rehusó y después de un tiroteo se retiro al convento del Carmen. A las 4 de la mañana del 29, atacó a los independientes en la garita de Angostura, haciéndoles algunos muertos. En premio el virrey dio a Santa Anna el grado de teniente coronel.
 
Herrera llego con su división a Orizaba el mismo día 29. Entonces convidó a Santa Anna a que se uniera al ejercito Trigarante, y el que antes había rechazado la proposición de Miranda, se unió a Herrera.
 
Este ocupó Córdoba, el primero de abril. Santa Anna se dirigió a la costa, donde tenía muchos amigos, y se apodero de Alvarado, sin resistencia.
 
En Tepeaca se libró el 24 de abril una de las muy pocas acciones de guerra de esta revolución entre fuerzas de Herrera y del realista Hevia el que derrotó a los independientes. Hevia persiguió a los derrotados hasta Córdoba, villa que ataco y en donde fue muerto. Los realistas tuvieron que retirarse.
 
Don Guadalupe Victoria se unió a los Trigarantes en Santa Fe, y don Carlos María Bustamante a Santa Anna, en Jalapa. Este don Carlos, historiador mendaz, chocarrero y enredador, redactó una proclama para animar a las tropas al ataque de Veracruz, en la que desvirtuando la esencia del Plan de Iguala, habla del “águila mexicana hollada 3 siglos antes en las llanuras de Otumba” e invoca los manes de Cuauhpopoca y de las victimas de la matanza de Cholula. Don Carlos no podía entender que se trataba de libertar, no a las desaparecidas naciones precortesianas, sino a una nación completamente distinta: la Nueva España.
 
Santa Anna intentó el asalto de Veracruz y fue rechazado, aunque se portó valientemente. De ahí en adelante se acostumbraría a perder, pues su vida militar es una larga serie de derrotas.
 
Antes de continuar este relato queremos llamar la atención del lector sobre muchos nombres de jefes que, bajo el mando de Iturbide, hicieron la Independencia de México. Son nombres de futuros presidentes de la republica los siguientes: Antonio Lopez de Santa Anna, Anastasio Bustamante, José Joaquín Herrera, Manuel Gómez Pedraza, Mariano Arista, Valentín Canalizo, Miguel Barragán, Manuel María Lombardini y Mariano Paredes Arrillaga. Todos estos habían sido realistas, como Iturbide. Sin embargo, sólo a Iturbide se le reprocha haber sido realista primero y luego partidario y autor de la Independencia, sin considerar que tenía tanta razón como los demás para haber servido primero al rey, combatido una descabezada insurrección, y para declararse por la independencia cuando las circunstancias lo exigieron.
 
Operaciones del General en Jefe.
 
Desde León se dirigió el primer jefe del ejército de las 3 Garantías, a la cabeza de 8,000 hombres, contra Valladolid. Al llegar Huaniqueo envió comunicaciones al ayuntamiento y al comandante Quintanar invitándoles a adherirse a su plan. Quintanar rehusó la invitación, Iturbide, "confiando en el influjo de su persona y en su arte de insinuarse y persuadir", insistió en solicitar una conferencia. Quintanar accedió a oír proposiciones, enviando para eso a la hacienda de la Soledad, donde Iturbide había establecido su cuartel general, a los tenientes Cela y Marrón. Las propuestas de Iturbide se redujeron a que se dejase la tropa en libertad de tomar el partido que quisiese.
 
Desde que Iturbide se presentó ante la ciudad, la deserción de las tropas de la guarnición fue en aumento. Quintanar abandonó la plaza y dejó el mando a Cela, quien capituló el 20 de mayo. El ejército Trigarante hizo su entrada triunfal en Valladolid el 22 de mayo, después de 10 días de sitio en el que no se derramó ni una gota de sangre. Iturbide fue aclamado con delirio por su ciudad natal.
 
A este suceso siguió otro de mayor importancia. El brigadier Negrete se pronunció en Guadalajara por la Independencia el 13 de junio. El 23 se solemnizó en catedral el juramento con función en que predicó el Dr. San Martín, el que tomo por lema estas palabras de San Pedro: "amad la fraternidad, temed a Dios y honrad al rey". Entre otras cosas, dijo: "La guerra por nuestra independencia es una guerra de religión; todos debemos ser soldados".
 
Después de la capitulación de Valladolid, Iturbide se dirigió con todas sus fuerzas a San Juan del Río, que también capituló (7 de junio).
 
En San Juan del Río se presentó a Iturbide don Guadalupe Victoria, con esta peregrina ocurrencia: que se variase el plan de la revolución, llamándose al trono de México, en lugar de Fernando VII, a un antiguo insurgente que no se hubiese indultado y que fuese soltero para que pudiera casarse con una india de Guatemala y formar de ambos países una sola nación. Y como el único insurgente no indultado y soltero era el propio don Guadalupe, era claro que el rey tenía que ser él. Al oír esta proposición, Iturbide debió dudar de si el que la hacía estaba bien de la cabeza.
 
Por medio de Echavarri, se obtiene la capitulación de San Luis de la Paz (22 de junio). Iturbide pone sitio a Querétaro, defendido por el gobernador Luaces, quien capitula el 28 de junio.
 
“Puede decirse -apunta Alamán- que el dominio español en Nueva España feneció en el mes de junio de 1821, no sólo por los decisivos que dieron Iturbide y Negrete, sino también por la revolución de las provincias internas de Oriente, que se verificó en los mismos días”.
 
Mandaba en las provincias internas, con autoridad casi absoluta, el brigadier Arredondo, sin otras perturbaciones que las causadas por aventureros norteamericanos, fácilmente rechazados por las tropas mexicanas. Residía Arredondo en Monterrey, donde también el Plan de Iguala había conmovido los ánimos. Arredondo trató de evitar cualquier movimiento en favor de la Independencia, pero sus intentos fueron vanos. El teniente Nicolás del Moral proclamó en el Saltillo el primero de julio. Arredondo, instruido en este suceso, convocó en Monterrey una junta de autoridades y vecinos, la que acordó el 3 de julio proclamar la independencia al Plan de Iguala, lo que se hizo al día siguiente en Monterrey. Arredondo ordenó que también se proclamase en las 4 provincias que estaban bajo su mando. No fue reconocida su autoridad por los trigarantes, y entrego el mando a Gaspar López.
 
Las tropas que habían tomado Valladolid y Querétaro marcaron por disposición de Iturbide a sitiar la ciudad de México, bajo el mando de Quintanar y Bustamante; pero antes quiso el jefe del ejército concluir el sitio de Puebla, a donde se dirigió, desde Arroyo Zarco. Entro a Cuernavaca el 23 de junio, y sin detenerse aquí más de lo necesario, siguió su marcha y llego a Cholula, donde se enteró de que Puebla, sitiada por Bravo y Herrera, punto de capitular, lo que al fin ocurrió el 28 de julio. Iturbide entró en la ciudad el 2 de agosto, en medio de las aclamaciones populares.
 
Oaxaca se rindió el 30 de julio al capitán Antonio de León. El comandante general de las Provincias Internas de Occidente Alejo García Conde proclamó la independencia en Chihuahua el 26 de agosto; en Tuxpan, Ver., la proclamó el capitán Llorent (29 de agosto) y en Villahermosa, Tab., el capitán Juan N. Fernández (31 de agosto).
 
Seis meses habían sido bastantes para que la nación abrazara el Plan de Iguala y se desmoronara el imperio de España sobre México. Los muertos en campaña no pasaron de 150.
 
La obra maestra de Iturbide estaba, pues, casi realizada. Iba a caer el telón después del primer acto de la tragedia, acto en el que sólo se oyen voces de júbilo y el brillo de las espadas invictas, deslumbra los ojos del público. La gloria iluminará el rostro del Libertador. Mientras tanto, en la sombra, detrás del escenario, fastuoso en el que todo un pueblo celebra su Independencia, una legión de oscuros personajes espera la hora de tomar parte en el drama. Y ellos sabían que "el destino puede tardar, pero no olvida nunca".
 
CAPITULO 5. 
 
México libre.
 
El 30 de julio de 1821 desembarca en Veracruz, con su familia y criados, don Juan O'Donojú, el que venía a ejercer las funciones de virrey con el nombramiento de jefe Superior Político de la Nueva España.
 
Apodaca, entre tanto, obligado por algunos jefes de las tropas expedicionarias, había renunciado, y en su lugar mandaba el mariscal de campo Francisco Novella.
 
Don Juan O'Donoju, de sangre irlandesa y nacido en Sevilla, había sido ministro de guerra durante la invasión francesa de España. "Era Persona de grande importancia en la masonería, y aun se le atribuyó haber tratado de formar en ella una nueva secta, para rivalizar con Riego, cuyas glorias veía con celo y envidia".
 
Se dice que influyeron en su nombramiento los diputados suplentes a las Cortes, de los que el más activo era Ramos Arizpe.
 
O'Donojú fue recibido solemnemente en el puerto de Veracruz el 3 de agosto y no esperó a prestar el juramento en la ciudad de México-, sino que lo hizo ahí mismo, ante el general Dávila, y tomo posesión de su cargo. El mismo día publicó una proclama en la que hablaba con gusto del "plan de los diputados americanos, que debía elevar al reino al alto grado de dignidad de que era susceptible”. Declaraba que el nuevo régimen de España había arrancado el despotismo, que su mente estaba llena de ideas filantrópicas y que si su gobierno no convenía a los mexicanos, los dejaría en libertad de elegir el que mejor les pareciera. Al día siguiente publicó otra proclama, dirigida a los "dignos militares y heroicos habitantes de Veracruz", plaza que Santa Anna había atacado y que temía nuevo ataque. El espíritu de esta proclama es muy distinto del de la anterior. Les manifiesta su reconocimiento en el nombre del rey y de la nación por la bizarría con la que habían defendido la ciudad y "compadecía a los que siendo nuestros hermanos, por un extravío de su acalorada imaginación, habían querido convertirse en nuestros enemigos, hostilizando a su Patria, alterando la tranquilidad pública, ocasionando graves males a aquellos a quienes los unió la religión". Terminaba diciendo que tenía esperanzas de que "reducidos y desengañados los agresores, volverían a- ser todos amigos".
 
Pronto se informó O'Donojú del verdadero estado de la Nueva España, y viéndola pronunciada por la independencia -como se dice en el preámbulo del Tratado de Córdoba- "teniendo un ejército que sostuviese su pronunciamiento, decididas por él las provincias del reino, sitiada la capital, en la que se había depuesto a la autoridad legítima, cuando sólo quedaban por el gobierno europeo las plazas de Veracruz y Acapulco, desguarnecidas y sin medio de resistir un sitio bien dirigido y que durase algún tiempo", se halló ante la alternativa de volverse a España o de sacar el mejor partido posible a la situación, optando por lo último. Influyeron sin duda en su resolución las desgracias que cayeron sobre su familia y acompañantes, pues dos sobrinos suyos, siete oficiales y 100 hombres de tropa murieron de fiebre amarilla en Veracruz.
 
Escribió O'Donojú dos cartas a Iturbide, una oficial y otra particular. En la primera le da el tratamiento de excelencia y le reconoce su título de primer jefe del ejército imperial de las 3 Garantías. En la segunda le llama amigo, y en ambas reitera las ideas expuestas en su primera proclama y expresa su conformidad con las proposiciones que Iturbide había sometido al virrey. Pedíale pasó seguro a la capital para negociar con el propio Iturbide sobre las bases que convinieran a la tranquilidad de México.
 
El general en jefe, que se hallaba en Puebla, contestó aceptar la amistad ofrecida y la propuesta hecha. Señaló para la conferencia la Villa de Córdoba.
 
Mientras Iturbide establecía su cuartel general en Zoquiapan, cerca de Texcoco, desde donde comunicaba a Novella la llegada de O'Donojú, éste salió de Veracruz el 19 de agosto. A la puerta de la Merced lo esperaba Santa Anna, con una lucida escolta, lo condujo a Jalapa y después a Córdoba, a donde llego de ese mismo día llego también Iturbide, quien fue recibido con enorme júbilo. El pueblo desenganchó las mulas, del coche en que viajaba y tiró de él. Fue luego a cumplimentar a O'Donojú y a su esposa.
 
Al día siguiente juntáronse de nuevo los dos personajes. Después de saludarse, Iturbide dijo: "Supuesta la buena le y armonía con que nos conducimos en este negocio, creo que será muy fácil cosa que desatemos el nudo sin romperlo".

Los Tratados de Córdoba.
 
Puestos de acuerdo sobre los puntos esenciales del tratado que debería firmarse, se redactó una minuta que el licenciado Domínguez, secretario del generalísimo, sometió a O'Donojú, el que no que varió más que dos expresiones, que eran en su elogio. "Las juntas de Córdoba -dice don Mariano Cuevas- fueron manejadas por Iturbide con tal destreza, fina diplomacia y regia entereza, que habrían enorgullecido a los mejores hombres de Estado de su época.
 
El resultado de la conferencia fueron los Tratados de Córdoba, firmados el 24 de agosto de 1821, y en los cuales se convino:
 
1.- Se reconoce esta parte de América por nación soberana e independiente y se llamará en lo sucesivo Imperio Mexicano.
2.- El gobierno del imperio será monárquico, constitucional, moderado.
3.-Será llamado a reinar en primer lugar Fernando VII, y por su renuncia o no admisión, el infante Francisco de Paula, don Carlos, heredero de Luca, y por renuncia o no admisión de éstos, el que las Cortes designaren.
4.-Se nombrarán dos comisionados por el señor O'Donojú, los que pasarán a poner en manos del rey copia de este tratado.
5.-Se nombrará inmediatamente una junta compuesta de los principales hombres del imperio, la que se llamará Provisional Gubernativa.
6.-Será individuo de la junta Provisional el teniente general don Juan O'Donojú.
7.-La junta tendrá un presidente nombrado por ella.
8.- El primer paso de la junta será expedir un manifiesto haciendo saber al pueblo su instalación y motivos que la reunieron.
9.- La junta nombrará una Regencia compuesta de 3 personas de su seno, en quien residirá el poder ejecutivo y la que gobernará a nombre del monarca.
10.- Instalada la junta, gobernará interinamente conforme a las leyes vigentes en lo que no se opongan al Plan de Iguala.
11.- La Regencia convocará a Cortes, según el método que determine la junta.
12.- El poder ejecutivo reside en la Regencia, el legislativo en las Cortes, pero mientras éstas se reúnan ejercerá la Junta el poder legislativo.
13.-Toda persona que pertenece a una sociedad, alterado el sistema de gobierno, queda en estado de libertad natural para trasladarse a donde le convenga; por consiguiente, los europeos pueden adoptar la patria que escojan.
14.-No reza lo anterior con los empleados públicos o militares notoriamente desafectos a la independencia, los que necesariamente saldrán del Imperio.
15.- Siendo un obstáculo a la realización de este tratado la ocupación de la capital por tropas de la Península, Don Juan. O'Donojú ofrece emplear su autoridad para que dichas tropas salgan sin efusión de sangre y por una capitulación honrosa.
 
Principio y fin de una dominación.
 
Un hombre sin representación del rey -Hernán Cortés- había conquistado México y creado la Nueva España.
 
Y un hombre sin poder del rey -Juan O'Donojú- había reconocido su derecho a la Independencia.
 
Este fue el origen y éste el fin de una dominación.
 
Por falta de poder bastante para celebrarlo, el tratado era nulo, ciertamente. Iturbide tenía la representación necesaria para en nombre de la nación que lo respaldaba, firmar el Tratado, sin discusión. Pero O’Donojú no tenía las facultades precisas para reconocer la Independencia de México. Esto lo sabía Iturbide y sabía que, por mismo, el tratado no tendría valor mientras no fuese aprobado por el rey y las cortes. Pero no iba a detenerse ante esas dificultades. El tratado ocasionaría la división completa de los que todavía sostenían la causa del gobierno, y además, le abriría las puertas de capital.
 
Sobre este particular escribió lo siguiente el propio Iturbide: “En mí estaba depositada la voluntad de los mexicanos (indudable)...Con respecto a O'Donojú él era la primera autoridad, con credenciales de su gobierno; aun cuando para aquel caso no tuviera instrucciones especiales, las circunstancias le facultaban para hacer en favor de su nación todo lo que estaban en su arbitrio. Si este general hubiera tenido un ejército de que disponer, superior al mío, y recursos para hacerme la guerra, hubiera hecho bien en no firmar el tratado de Córdoba sin dar antes parte a su corte y esperar la resolución; empero, acompañado apenas de una docena de oficiales, ocupando todo el país por mí, siendo contraria su misión a la voluntad de los pueblos, sin poder ni aun proporcionarse noticia del estado de las cosas, sin conocimiento del terreno, encerrado en una plaza débil e infectada, con un ejército al frente y las pocas tropas del rey que habían quedado en México, mandadas por un intruso: digan los que desaprueban la conducta de O´Donojú prefirió firmar el tratado de Córdoba, ser mi prisionero o volverse a España: no había más arbitrio”.
 
Verdaderamente, no había más soluciones que ésas. O'Donojú prefirió firmar el tratado de Córdoba, que, aseguraba un imperio a la casa reinante de España. Fue lo mejor que pudo hacer. 
 
Recalcitrancia hispana.
 
El tratado de Córdoba no puso fin a la guerra. Los jefes españoles de la ciudad de México y del puerto de Veracruz no se mostraron dispuestos a cumplirlo porque no reconocían la autoridad del que por parte de España lo había celebrado. Recalcitraron, pues, en su actitud opuesta a la Independencia.
 
Mandaba en México, como hemos dicho, con autoridad espuria, el mariscal Novella, el que ante el avance del ejército Trigarante, dictó enérgicas providencias encaminadas a obligar a todos los vecinos a que se alistaran para la defensa de la capital. Los miembros de la Audiencia preguntaron si ellos también estaban obligados a alistarse y se les contestó que sí. Los cómicos y los toreros fueron incorporados a un batallón. Todos los que divulgaban noticias favorables a los independientes eran perseguidos. Se hacían frecuentes revistas en la plaza, donde Novella se presentaba a caballo y arengaba a las tropas. Ante el peligro de un ataque, la ciudad empezó a ser evacuada por los civiles, y unas de las personas que salieron de México fueron la esposa y el padre de Iturbide. La primera se evadió del convento de Regina, ayudada por los amigos de su marido, y se dirigió a Valladolid, donde se le dispuso un magnífico recibimiento.
 
A medida que se acercaban los trigarantes, se había ido estrechando la línea de los realistas, que se extendía desde la Villa de Guadalupe por Tacuba, Tacubaya, Mixcoac, Coyoacán, y cerraba en el Peñón. Los trigarantes ocupaban las haciendas del valle México que circundan la capital.
 
En Azcapotzalco tuvieron un encuentro realistas e independiente en el que perdió la vida Encarnación Ortiz, o sea el famoso Pachón cabecilla insurgente del Bajío, notable por su arrojo. Era un habilísimo lazador, y cuando, por órdenes de Bustamante, intento lazar un cañón que había quedado en poder de los realistas, fue muerto de un balazo.
 
Después de la acción de Azcapotzalco, los realistas concentraron más sus líneas, abandonando, Tacuba. Los sitiadores ocuparon todos los puntos dejados por aquéllos.
 
En Tepozotlán establecieron los independientes una imprenta donde el Pensador Mexicano empezó a publicar el periódico Diario político militar mexicano, que con El Mosquito de Tulancingo y otras publicaciones, informaba de todo lo que ocurría en las provincias, mientras que la gaceta del gobierno sólo contenía noticias sin interés de España. Periodísticamente los independientes iban ganando también la batalla.
 
Iturbide y O´Donojú salieron de Córdoba para acercarse a la Capital, luego que concluyeron el tratado, del que enviaron una a Novella, por conducto de sus respectivos sobrinos José Ramón Malo y Antonio Ruiz de Arco. Estos llegaron a la capital el 30 de agosto. Novella cito a una junta para que determinara lo debía hacer. Se acordó que dos representantes de Novella fue hablar con O'Donojú, y fueron electos para ese fin Lorenzo García Noriega y Joaquín Vial. El primero era un gachupín recalcitrante, de los que habían firmado la representación del consulado a las Cortes, representación injuriosa a los criollos, quienes lo mismo detestaban al dicho García Noriega.
 
Los comisionados encontraron a Iturbide en San Martín el 3 de septiembre, y recibieron permiso de él para continuar su viaje hasta encontrar a O´Donojú, a quien vieron en Amozoc, donde no quiso oírlos, sino en Puebla. Iturbide estableció su cuartel en Azcapotzalco el día 5.
 
Las deserciones del ejército realista aumentaron "y vino a ser moda presentarse en el cuartel de Iturbide". Entonces tomaron partido por la independencia personas tan importantes como el brigadier Lauces, el coronel Arana, el mayor Cela y aun dos ayudantes del mismo Novella.
 
Entre tanto se habían reunido todas las tropas que deberían poner sitio a la capital. Ascendían a 9,000 infantes y 7,000 caballos, y formaban el mayor ejército que se había visto en la Capital.
 
O'Donojú y los comisionados de Novella celebraron varias entrevistas, durante las cuales se llegó a alterar el ánimo del jefe superior político de la Nueva España. En la capital llegó a prevalecer la opinión de que debía cesar toda resistencia. Esta opinión la expuso con energía el síndico Azcárate, el que en nombre del ayuntamiento dijo que la resistencia debía cesar, "porque el partido de la independencia tenia en su favor los 3 apoyos que reconocen los publicistas para que se tenga por justa una causa, que son: la voluntad general de la nación, la prepotencia física y el reconocimiento de la autoridad legítima, sobre cuyos fundamentos demostró que la resistencia era inútil, ilegal y de funestos resultados para la población".
 
Se acordó que Novella, O'Donojú e Iturbide celebrasen una junta, la cual tuvo lugar en la hacienda de la Patera, a poca distancia de la Villa de Guadalupe, el 13 de septiembre. Terminada la junta, se abrieron las puertas de la sala en la que se había celebrado y aparecieron los 3 jefes ante un numeroso concurso, al que no se enteró del resultado de ella. Como corrió la voz de que los soldados expedicionarios intentaban impedir la conferencia, asaltando de improviso la hacienda de la Patera, Iturbide, al que era muy difícil sorprender, movilizó sin que nadie se diese cuenta 5,000 hombres para frustrar ese intento.
 
El día 15 hizo saber Novella que reconocía en O'Donojú la doble autoridad de que estaba investido y que mientras venía a la Capital, quedaba encargada del mando militar el general Liñán y del político el intendente Ramón Gutiérrez.
 
Reconocido O'Donojú, dispuso Iturbide trasladarse a Tacubaya, lugar al que llegó el 16, y donde lo esperaban la diputación provincial, el ayuntamiento, el cabildo eclesiástico, los jueces de letras, los jefes de rentas y otros empleados. Se alojó en el palacio del arzobispo. Pocos días después llego el obispo de Puebla, que había hecho una gran amistad con Iturbide, "y Tacubaya presentaba el aspecto de la corte de un monarca".
 
El mismo día 16 Iturbide y O'Donojú dirigieron proclamas al pueblo. El segundo anunciaba el fin de la guerra, y decía: "Mexicanos de todas las provincias de este vasto imperio: a uno de vuestros compatriotas, digno hijo de patria tan hermosa, debéis la libertad civil que disfrutáis ya y será el patrimonio de vuestra posteridad; empero un europeo, ambicioso de esta clase de glorias, quiere tener en ellas la parte a que puede aspirar: esta es la idea: ser el primero por quien sepáis que terminó la guerra”.
 
Las tropas reales que formaban la guarnición de la ciudad de México empezaron a salir, por orden de O'Donojú, la mañana del día 21, sin capitulación. Sus puestos fueron ocupados por soldados trigarantes.
 
De este modo cumplió O'Donojú el último artículo del tratado de Córdoba, y la capital de la nación pasó a poder de los independientes sin que se derramara una gota de sangre. En esto, por lo menos, surtió el tratado plenos efectos.

Organización del nuevo Estado.
 
En Tacubaya se ocupó Iturbide en la organización de la Junta Provisional Gubernativa, según los términos del tratado. Personalmente hizo la elección de las personas que debían formarla, de acuerdo con este criterio: "llamar a aquellos hombres de todos los partidos que disfrutaban cada uno en el suyo el mejor concepto del pueblo".
 
Los designados fueron 38, todos hombres notables. Entre ellos estaban el canónigo Monteagudo, el licenciado Espinosa de los Monteros, Bárcena, arcediano de Valladolid, los oidores Ruiz y Martínez Mancilla, Azcárate, Guzmán, Jáuregui, los coroneles Bustamante y Horbegoso, don José María Fagoaga, Tagle, Alcocer, etcétera.
 
La junta celebré dos reuniones preparatorias de su instalación, en Tacubaya, acordándose que se denominase soberana y recibiese el tratamiento de majestad.
 
Don Juan O'Donojú entro en México la tarde del día 26 por la garita de Belén y fue recibido con repiques y salvas de artillería. Las autoridades lo cumplimentaron como solían hacerlo con los virreyes.

Una tropa desnuda.
 
Se dispuso entonces la entrada triunfal del ejército Trigarante en la capital para el día 27 de septiembre.
 
Iturbide, al anunciar en su proclama el día 20 esa entrada triunfal, decía a los mexicanos:
 
"Componen el ejército (trigarante) en la mayor parte los soldados que militaron al servicio del gobierno español, que ni los vistió en tiempo oportuno ni les pagó sus alcances. En los términos que los miráis, consiguieron la empresa sublime que será la admiración de los siglos. La patria eternamente recordará que sus valientes hijos pelearon desnudos por hacerla independiente y feliz; y vosotros, mexicanos, ¿no recibiréis con los brazos abiertos a unos hermanos valientes que en medio de las inclemencias pelearon por vuestro bien? ¿No empeñareis vuestra generosidad en vestir a los defensores de vuestras personas, de vuestros bienes, y que os redimieron de la esclavitud? Es imposible que vuestra magnanimidad permita continúen en el estado deplorable de hallan: manifestadles vuestro amor y gratitud con esta acción la gloria del imperio mexicano”.
 
En otra proclama dirigida a los soldados, les decía: "No os aflija vuestra pobreza y desnudez; la ropa no da virtud ni esfuerzo; antes bien, así sois más apreciables, porque tuvisteis más calamidades que vencer para conseguir la libertad la patria".
 
De México se mando a los soldados el vestuario que había, pertenecido al regimiento de comercio y a otros cuerpos, y los productos de 3 funciones extraordinarias de teatro se destinaron a comprar zapatos.
 
El día más feliz.
 
El 25 de septiembre, Melchor Álvarez, jefe del Estado Mayor, expidió la orden para la entrada del ejército en México. Todos los cuerpos se reunieron en Chapultepec y formaron desde allí una columna, a cuya cabeza marcho Iturbide, sin ningún distintivo militar. Los jefes iban al frente de sus respectivas divisiones.
 
El desfile empezó cerca de las 10 horas. Las tropas marcharon por la calzada de Chapultepec, el Paseo Nuevo (hoy Bucareli), Avenida de Corpus Christi (hoy Juárez) y se detuvo en la esquina del monasterio de San Francisco (hoy Madero y San Juan), bajo un soberbio arco triunfal. Allí esperaba el Ayuntamiento, , cuyo alcalde mas antiguo, don José Ignacio Ormaechea, presento a Iturbide unas llaves de oro, emblemáticas de las de la ciudad Iturbide bajó del caballo para recibirlas, y las devolvió diciendo: "Estas llaves que lo son de las puertas que únicamente deben estar cerradas para la irreligión, la desunión y el despotismo, como abierta a todo lo que puede hacer la felicidad común, las devuelvo a V. E. fiando en su celo, que procurará el bien del público que representa". Volvió a montar, y seguido del Ayuntamiento y de las parcialidades de indios de San Juan y Santiago, continuó la marcha hasta el palacio de los virreyes, donde recibió las felicitaciones de la diputación provincial y demás autoridades. Allí lo esperaba O'Donoju, con quien salió, al balcón principal de palacio para ver el desfile del ejército.
 
"Entre las más vivas y extraordinarias demostraciones de alegría -escribió un cronista anónimo el Primer Jefe fue incesantemente aclamado por el pueblo como su Libertador. Las salvas de artillería, el general repique de las campanas, el inmenso número de cohetes, tanto como las flores y los poemas que llovían de los balcones y de las. Azoteas de las casas, formaron el clímax de la alegría de aquel día feliz".
 
Nunca se había visto en México una columna de 16,000 hombres, que parecía de mayor número por ser la mitad de caballería. Los soldados vestían, algunos, gloriosos I harapos, y otros iban casi desnudos, como los pinitos del Sur; pero estas fuerzas, compre de veteranos, marchaban con un severo aire militar.
 
Miles de gentes se aglomeraron en las calles por donde el ejército pasó y aclamaron con delirio a sus hombres. Las casas estaban adornadas con flores y colgaduras con los colores de la bandera de la nueva patria libre, que las mujeres llevaban en las cintas y moños de sus vestidos y peinados.
 
"La alegría era universal -dice Alamán- y puede decirse que este ha sido en todo el largo curso de una revolución de 40 años, el único día de puro entusiasmo y de gozo sin mezcla de recuerdos tristes o de anuncios de nuevas desgracias que han disfrutado los mexicanos. Los que lo vieron conservan todavía fresca la memoria de aquellos momentos en que la satisfacción de haber obtenido una cosa largo tiempo deseada y la esperanza halagüeña de grandezas y prosperidades sin término, ensanchaban los ánimos y hacían latir de placer los corazones”.
 
Terminado el desfile a las 2 de la tarde, Iturbide, O'Donojú y una comitiva numerosa se dirigieron a la catedral metropolitana, donde se cantó un Te Deum, después del cual pronuncio un discurso el doctor Guridi y Alcocer. Vueltos a palacio, el ayuntamiento dio un banquete en el que brindó Francisco Sánchez de Tagle con una oda que terminaba así: "Vivan por don de celestial clemencia, la religión, la unión, la independencia".
 
Anuncio Iturbide el fin de su empresa con una proclama en la que decía:
 
Mexicanos: ya estáis en el caso de saludar a la patria independiente, ya como os anuncié en Iguala; ya recorrí el inmenso espacio que hay desde la esclavitud a la libertad y toque los diversos resortes para que todo americano manifestase su opinión escondida, porque en unos se disipó el temor que los contenía, en otros se moderó la malicia de sus juicios y en todos se consolidaron las ideas, ya me veis en la capital del imperio mas opulento sin dejar atrás ni arroyos de sangre, ni campos talados, ni viudas desconsoladas, ni desgraciados hijos que llenen de maldiciones al asesino de su padre: por el contrario, recorridas quedan las principales provincias de este reino, y todas uniformadas en la celebridad, han dirigido al ejercito Trigarante vivas expresivas y al cielo, votos de gratitud: estas demostraciones daban a mi alma un placer inefable y compensaban con demasía los afanes, las privaciones y la desnudez de los soldados, siempre alegres, constantes y, valientes. Ya sabéis el modo de ser libres; a vosotros toca señalar el de ser felices".
 
¡Romántica proclama, voz de un corazón que desborda gozo, por ver hecha realidad espléndida un antiguo y noble sueño!
 
El que la dictaba cumplía justamente 38 años al celebrar el fin victorioso de su hazaña, que le daba derecho a ser llamado Héroe de la Independencia y Libertador. Veíase aclamado por todo un pueblo para el que representaba "la encarnación del orgullo nacional. Tres estrellas -las de la nueva bandera- marcando el ápice de su destino, brillaban en el cielo sin mancha de una patria ya libre que no hallaría el camino de ser feliz porque sobre ella -como sobre su Libertador- estaba escrito el signo de un adverso y trágico destino.

CAPÍTULO 6.
 
Política Imperial.
 
El día 28 de septiembre se reunió la junta provisional gubernativa, con asistencia de O'Donojú, convocada por Iturbide, el que dirigió una alocución en la que expuso estas ideas:
 
El pueblo, americano reintegrado en la plenitud de sus de hechos naturales, sacude hoy el polvo de su abatimiento, ocupa el sublime rango de las naciones independientes y se prepara a establecer las bases primordiales sobre las que ha de levantarse el imperio más grande y respetable.
 
Dignos representantes de éste pueblo: a vosotros se confía tamaña empresa... la opinión pública os señaló con el dedo para opositar en vuestras manos la suerte de vuestros compatriotas: yo no he hecho más que seguirla.
 
Nombrar una regencia que se encargue del poder ejecutivo, acordar el modo con que ha de convocarse el cuerpo de diputados que dicten las leyes constitutivas del Imperio, y ejercer la potestad legislativa mientras se instala el congreso nacional, he aquí (Vuestras) funciones...
 
Acaso el tiempo que permanezcáis al frente de los negocios os permitirá mover todos los resortes de la prosperidad del Estado; pero nada omitiréis para conservar el orden, fomentar el espíritu público, extinguir los abusos de la arbitrariedad, borrar las rutinas tortuosas del despotismo, y demostrar prácticamente las indecibles ventajas de un gobierno que se circunscribe en la actividad a la esfera de lo justo. Estos van a ser los primeros ensayos donde una nación que sale de la tutela en que se ha mantenido durante tres siglos.
 
En seguida la junta se: declaró legítimamente instalada y se trasladó a la catedral, donde presto el juramento de guardar el Plan de Iguala y el tratado de Córdoba. Luego pasaron los miembros de ella a la sala capitular y eligieron por unanimidad de votos a Iturbide presidente de la misma junta. Por la noche volvió a reunirse y expidió la Declaración de Independencia del Imperio Mexicano, documento que contiene expresiones contrarias a las del Plan de Iguala. Luego procedió al nombramiento de la regencia, cuyos miembros, por acuerdo de Iturbide y O'Donojú, debían ser 5, en vez de 3, según el tratado de Córdoba. Resultaron electos Iturbide, como presidente, O'Donojú, Manuel de la Barcena, oidor José Isidro Yánez y Manuel Velázquez de León. Como era incompatible el cargo de presidente de la regencia con el de presidente de la junta, se depositó éste en el obispo de Puebla Antonio Pérez, pero se acordó que Iturbide tuviese el honor de la precedencia siempre que concurriese a las sesiones de la junta.
 
Esta, por aclamación, nombro a Iturbide generalísimo de las armas del imperio, le señaló un sueldo de 120 mil pesos anuales, un millón de capital propio, asignado sobre los bienes de la extinta Inquisición Y un terreno de 20 leguas cuadradas de los baldíos de Tejas.

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