"No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo." Don Francisco de Quevedo.

BARRA DE BUSQUEDA

jueves, 11 de octubre de 2012

APUNTES EN EL CUADERNO DE BITÁCORA: Cristóbal Colón, el desconocido. Tercera parte...

Las Capitulaciones de Santa Fe.
 
En Santa Fe, Colón se enfrentó tanto a apoyadores como detractores. Se formó de nueva cuenta una comisión de la que formaron parte el cardenal Mendoza, fray Juan Pérez, Luis de Santángel (tesorero del rey Fernando) y el legado papal Alejandro Geraldini, casi todos ellos de origen judío converso. La comisión se mostró renuente debido a las exorbitadas exigencias de un personaje que surgía de la nada y que pedía todas las honras. Las negociaciones fueron difíciles y en una ocasión la Reina le mandó decir que “que se fuese en buena hora”. El 2 de febrero de 1492, mientras los Reyes entraban vencedores a Granada, Colón se alejaba hacia La Rábida cuando un mensajero le cortó el paso avanzados 6 kilómetros de Santa Fe avisándole que los reyes le ordenaban regresar. Habían terminado cediendo a la propuesta, en parte por la intercesión de Santángel y Juan Pérez.
 
Conocidas como Las Capitulaciones de Santa Fe, el acuerdo firmado entre los monarcas y Colón el 17 de abril de 1492, estipulaba que si la misión tenía éxito se le otorgaría el título de Almirante de la Mar Océana en todos las islas y tierras “que por su mano e industria se descubrieran o ganaran”, con prerrogativas iguales a las del almirante de Castilla y con carácter hereditario. Así mismo tendría el título de virrey y gobernador de todas las tierras que descubriese, recibiría el diez por ciento de las riquezas halladas y los beneficios que el comercio generase, también se le permitía contribuir con la octava parte en futuras expediciones a cambio de un octavo de las ganancias.
 
Los beneficios se ampliaron después del éxito de la expedición ya que se le dio la categoría de “don” por parte de los monarcas, se le concedió que el nombramiento de virrey fuera hereditario y se le otorgó la exclusiva para fletar expediciones al Nuevo Mundo. Pese a las enormes concesiones que se le dieron, la realidad fue que los monarcas al ver la magnitud e importancia del descubrimiento, con el paso del tiempo ignoraron y acortaron las demandas a Colón y sus descendientes, tanto que para 1556 sus herederos renunciaron a los beneficios pactados en las Capitulaciones, cuando ya prácticamente eran papel mojado.
 
La navegación de la época.
 
Los avances que la navegación de altura y la cartografía experimentaban obligaban a cambios transcendentales en la forma de navegar. A diferencia de la navegación de canotaje, que se efectuaba cerca de la costa y con frecuentes escalas, la navegación de altura oceánica exigía estar muchos días sin pisar tierra, para ello era inútiles las galeras de bajo bordo, macizas y lentas. Eran necesarias embarcaciones resistentes al fuerte oleaje, siendo las carabelas las indicadas para ser usadas.
 
Usada desde 1440, la carabela era un velero largo, de casco resistente y escaso calado, que usaba de forma indistinta la vela cuadrada o triangular que podía cargar entre 60 y 100 toneladas y con vientos favorables podían navegar a 11 nudos (unos 20 km/h).
 
Para el navegante era importante saber de las condiciones del mar, los vientos y las corrientes, así como era imprescindible emplear aparatos como la brújula, el cuadrante común (que medía los ángulos tomando como referencia los astros y permitía encontrar la latitud adecuada), el astrolabio (que determinaba el movimiento de los astros), la ballestilla y arbalestrilla, que era una especie de sextante.
 
La vida en un barco de la época era sumamente dura. Las guardias se hacían en turnos de cuatro horas, la comida era escasa, monótona y sólo se comía caliente cuando hacía buen tiempo. La alimentación era mala ya que consistía en bizcochos, salazones, tocino rancio y vino agrio, además de baja en vitaminas que provocaba frecuentemente escorbuto en la tripulación. La higiene era sumamente lamentable. Tenían que ocuparse además de regar la cubierta y achicar el agua acumulada en las sentinas. Dormían sobre cubierta y cubiertos por un toldo si había mal tiempo.
 
Los preparativos.
 
El costo total de la expedición se calcula entre uno y dos millones de maravedíes. Como fue la Corona de Castilla quien la autorizó, la reina Isabel financió la empresa con más de la mitad del dinero. Aquella imagen romántica de que tuvo que empeñar sus joyas para sufragar los gastos, posiblemente no sucedió. Pero no sólo fue la reina quien contribuyó, también Santángel con fondos del Tesoro Real, varios banqueros genoveses y florentinos prestaron 500,000 maravedíes a Colón y Palos de la Frontera ofreció dos carabelas como pago por una multa pendiente a la Real Hacienda.
 
El encontrar la tripulación fue un gran problema al que se tuvo que enfrentar Colón, ya que primero que nada era un desconocido y segundo lo nebuloso del viaje hizo que los marineros de Palos, Sevilla y otros puertos andaluces se negaran a unirse al viaje. Sólo fue por la intervención de los hermanos Pinzón, que eran muy respetados como marinos y comerciantes, que se pudo encontrar marineros dispuestos a ir. A los Pinzón los conoció por medio de los monjes de La Rábida, y fue tan importante su intervención que Colón prometió Martín Alonso Pinzón que repartiría las ganancias con él, cosa que no terminó sucediendo ya que terminaron enfrentados antes de que concluir el primer viaje.
 
La expedición zarpó del puerto de Palos con dos carabelas, la Pinta y la Niña y una nao, la Santa María. La Pinta iba al mando de Colón y de contramaestre Juan de la Cosa. La Pinta iba comandada por Martín Alonso Pinzón y como contramaestre Francisco Pinzón. La Niña era comandada por Vicente Yáñez Pinzón y de con contramaestre Juan Niño. En la tripulación no iban ni soldados ni colonos, ya que se trataba de un viaje de exploración, pero si un judío converso que conocía las lenguas de Oriente llamado Luis de Torres, además de estos iban cuatro penados (un homicida y tres reos de cohecho), un médico y un cirujano. La gran mayoría eran andaluces, el resto vascos y de otras regiones; la presencia de misioneros entre ellos no se ha podido comprobar. La cantidad de tripulantes sigue generando polémica ya que no se ha podido determinar con exactitud la cantidad por varias razones, entre las cuales están la desaparición de importantes documentos del viaje y el que muchos afirmaron tener familiares entre ellos para de esa forma sacar reclamar ganancias del viaje.
 
Aunque se han dado muchas cifras, parece que constaba de entre 87 como mínimo y 105 como máximo. Los reyes le entregaron a Colón cartas para el gran Kan de Tartaria, además cargó una provisión de baratijas que esperaba cambiar por oro y especias. Los barcos estaban cargados también con salazón, tocino, galletas, harina, vino, aceite de oliva y agua.
 
No deja de ser significativo el día en que partieron las naves: el 3 de agosto. Justo el día que los Reyes Católicos habían fijado como el último para que todos los judíos abandonasen sus reinos. ¿Mera coincidencia? 
 
Tomado de El Gueto de las Ideas: http://guetodeideas.blogspot.mx/2010/11/cristobal-colon-el-desconocido-3era.html

miércoles, 10 de octubre de 2012

APUNTES EN EL CUADERNO DE BITÁCORA: Cristóbal Colón, el desconocido. Segunda parte...

Sus inicios.
 
Desde 1472 a 1479 todo parece que viajó a Inglaterra, Islandia, Madeira, las Azores, Cabo Verde, golfo de Guinea y Porto Santo, siendo este último donde se casó con Felipa Moñiz en 1479 (algunos dicen que en 1481), convirtiéndose así en un experimentado navegante. Pero parece que de 1472 a 1476 sirvió como corsario al servicio del conde de Provenza, René d’ Anjou, sufriendo en 1476 una naufragio que casi le cuesta la vida. Esto sucedió cuando viajaba cuidando un convoy mercante que iba de Génova a Flandes y que fue hundido a la altura del cabo San Vicente por una escuadra francesa comandada por el vicealmirante Guillaume de Casanova; el saber bien nadar y posiblemente ayudado por algún remo hizo que pudiera llegar a la costa portuguesa de Lagos a dos leguas de distancia (aproximadamente 8 Km). Después de recuperarse viajó a Lisboa.
 
Su matrimonio con Felipa le permitió recibir de parte de su suegro la Capitanía de Porto Santo, pero no sólo eso, sino también papeles, cartas e instrumentos de navegación, restos de plantas, cañas y maderas desconocidas en Europa, que le ayudaron en sus estudios de cosmografía y astronomía, esto porque su suegro Bartolomé fue criado del famoso infante Enrique el Navegante, impulsor de descubrimientos portugueses. Ateniéndonos a lo escrito por su hijo Hernando, su padre le contó en cierta ocasión que llegaron a las Azores arrastrados por la marea “dos hombres de rasgos muy distintos a los cristianos”, posiblemente indios americanos. También se ha escrito, y algunos historiadores lo dan por cierto, que por esos años Colón se encontró con un piloto náufrago llamado Alonso Sánchez de Huelva, que fue llevado por las corrientes al otro lado del Atlántico y al morir le reveló su secreto.
 
Después de la muerte de Felipa al año de casado, posiblemente por un mal parto, Colón hizo entre 1480 a 1483 hizo varios viajes de carácter comercial a Lisboa, Azores, Canarias, Cabo Verde y la costa de Guinea, donde recabó información, aunado a su propia experiencia, de los conocedores de la navegación atlántica que le permitió desarrollar la idea que lo haría famoso: navegar directamente hacia Occidente para llegar a Oriente y poder llegar a Catay (China) y Cipango (Japón), famosas por sus riquezas y especias.
 
Durante este periodo complementó su formación en la ciencia de navegar, además de mantener correspondencia con Paolo Toscanelli, matemático, astrónomo y cosmógrafo, quien opinaba que la distancia marítima entre el extremo occidental de Europa y el oriental de Asia no era mucha y podía salvarse fácilmente. Toscanelli insistía en la posibilidad y conveniencia de hacer un viaje así. Contrario a lo que se nos enseñó en la escuela, tanto Colón como Toscanelli sostenían en la esfericidad de la Tierra. Esto porque los viajes de los portugueses en busca de oro, esclavos y especias los había llevado hasta el cabo de Buena Esperanza, África, para adentrarse al océano Índico y encontrar las deseadas islas Molucas (Indonesia), demostrando la esfericidad de la tierra.
 
Toscanelli ya le había presentado en 1474 al rey Alfonso V un mapa y un informe que afirmaba que debía de existir un camino más corto hacia China viajando por poniente. Toscanelli se basaba en las teorías del geógrafo alejandrino Ptolomeo, cosa que posiblemente usó Colón, que sin embargo tenían algunos errores que fueron benéficos. Toscanelli calculaba que la circunferencia de la línea ecuatorial tenía una longitud de unos 3,000 kms, aproximadamente una cuarta parte menos de la real, lo cual daba que la distancia entre Canarias y Cipango (Japón) era de 4,450 kms, y unos 6,500 kms hasta China, mucho menos de los 21,800 kms reales. Fue por este detalle que Colón “tropezó” con América, en vez de llegar a China. En sus cálculos, Colón insistía en que se tomara en cuenta las tierras del Extremo oriente citadas por Marco Polo. Además creía que si se navegaba desde Canarias, Azores y Cabo Verde, la distancia se reducía.
 
Durante su estancia en Portugal tuvo la oportunidad de viajar a las costas accidentales de África que era por donde los portugueses buscaban una ruta que les permitiera alcanzar el tan anhelado país de la “especiaría”, la India. La ruta era buscada debido a que tras la conquista de Constantinopla en 1453 por los turcos fue cerrado el comercio terrestre, obligando a explorar nuevas formas de acceder a oriente, siendo los portugueses quienes llevaron la vanguardia en ello. Para 1484, Colón le presentó su proyecto al rey Juan II de Portugal, quien formó una comisión expresamente para analizarla. Ésta estaba formada por el obispo de Cueta, Diego Ortiz de Villegas, matemático y cosmógrafo; Josef Vizinho, médico del rey y cosmógrafo, y por el maestro Rodrigo das Pedras Negras, quienes la rechazaron por considerarla inviable, además de excesivas las exigencias honoríficas y económicas de Colón.
 
Sin embargo, el monarca “envió una carabela a Cabo Verde para comprobar la tesis, que fracasó”, según dice Hernando Colón. Poco después se mandaron varias expediciones al oriente sin resultado alguno ya que no se encontró ni isla ni tierra firme, además de, según Hernando, los tripulantes regresaron “destrozados, desabridos y mal contentos, maldiciendo y escarneciendo de tal viaje”. Aquí es donde surgen varias interrogantes para la siguiente decisión de Cristóbal: dejar Portugal e irse a Castilla, dominio de España.
 
Estancia en España.
 
¿Por qué salió de Portugal? Según Bartolomé de las Casas, Colón salió de “lo más secreto posible que pudo, temiendo que el Rey lo mandara detener”. ¿Debido a qué tenía ese temor? Este es uno de los enigmas que lo rodean, ya que algunos creen que fue porque al fracasar las expediciones que envió el rey con los cálculos que le había dado el mismo, Juan II lo buscara para corroborar la ruta enviada a Cabo Verde; otra teoría es que debido a que la familia de su esposa participó en una conjura para contra el rey, tuvo que huir para estar a salvo; otros sostienen que fue debido al rechazo de la corte de su proyecto. Haya sido cualquiera, sin duda la decisión de irse a España le permitió con el paso de los años alcanzar su proyecto tan anhelado.
 
A mediados de 1485 se dirigió a Palos de la Frontera, un puerto secundario, donde visitó también el convento franciscano de La Rábida. Posteriormente se dirige a Huelva donde se cree que fue a dejar temporalmente a su hijo Diego con su cuñada Briolanja (Violante) Moñiz, y también aprovechó su estancia para ver a Pedro Vázquez de la Frontera, a quien Colón considera como uno de los descubridores de lo que hoy es tierra americana. Pero sin duda el viaje que más llama la atención es su visita al convento de La Rábaga, ya que este monasterio no se encontraba de camino a Huelva, por lo tanto se tuvo que desviar, pero, ¿por qué lo hizo? Posiblemente buscaba el apoyo de monjes que tenían encomendada la labor misionera en las islas Canarias; pero su visita no fue en vano, ya que conoció al fraile y astrónomo Antonio de Marchena, que era influyente en la corte española y le interesó el proyecto de Colón.
 
De Palos y Huelva se dirigió a Córdoba, donde se relacionó con el cardenal primado Pedro González de Mendoza y fray Hernando de Talavera, quienes eran importantes en la Iglesia castellana y sin duda buenos contactos para buscar una entrevista con los Reyes. En Córdoba conoció a Beatriz Enriquez deArana, con quien tuvo a su hijo Hernando, y a quien sólo veía las pocas veces que iba a Córdoba.
 
Audiencia con los Reyes.
 
Cristóbal tiene audiencia con los Reyes por primera vez en 1486 en dos ocasiones, enero en Alcalá de Henares y después febrero en Madrid, propiciando que se creara una comisión integrada por geógrafos, astrónomos, funcionarios y expertos en marinería para estudiar lo factible del proyecto, quedando a cargo la comisión de fray Hernando de Talavera. Aun y cuando parece que la reina se mostró favorable con la presentación que le hizo Colón, la comisión, que sesionó todo ese año, consideró científicamente inviable la aventura; pero ésta no fue la única razón por la cual se desechó la idea, también afectaron el gasto por la guerra de Granada y la idea de que un viaje así podría afectar las pretensiones atlánticas portuguesas recogidas en el Tratado de Alcaçovas entre Castilla y Portugal. Firmado en 1479, el tratado básicamente consistía en fijar una línea a la altura de las islas Canarias, permitiendo regular las posesiones coloniales de ambos países, dejando a Portugal que navegara al sur y España hacia el norte. Éste fue sustituido en 1494 por el Tratado de Tordesillas con la anuencia del Papa.
 
Esta negativa no hizo que Colón desistiera de volverse a entrevistar con los Reyes, en Málaga en el verano de 1487 volvió a entrevistarse con ellos, con el mismo resultado. Mientras la comisión sesionó, se le dio a Colón dinero del Tesoro Real, pero de todas formas tuvo que vender libros y mapas (que él mismo hacia) para subsistir. Lo que sucedió después también es una incógnita en su vida.
 
¿Viajó realmente a Portugal después de escribirle a Juan II, como afirman algunos? Otros sostienen que nunca fue, ya que no hay constancias del mismo. Sin embargo, algunos que sostienen que sí, afirman que posiblemente los mismos Reyes lo enviaron para tener información de lo hecho por Bartolomé Díaz, quien dobló el Cabo de Buena Esperanza, abriendo de esa forma una ruta más corta a las Indias. Si fue o no, la respuesta fue negativa, ya que entre 1488 y 1489, de nueva cuenta lo acogió Luis de la Cerda, el duque de Medinaceli, quien llegó a pensar en financiar él mismo el viaje, cosa que desechó después por entender que necesitaba de aval regio para ello. En ese inter Colón envió a su hermano Bartolomé a Francia e Inglaterra presentándoles la misma propuesta, siendo rechazada en ambos países.
 
Sin embargo, con la constancia que lo caracterizaba, amplió sus influencias y apoyos, entre ellos los del cardenal Mendoza, el contador Real Alonso de Quintanilla o fray Diego Peza, quienes le permitieron presentarse de nueva cuenta ante los Reyes en Jaén, pero obteniendo el mismo resultado que las veces anteriores, ya que los Reyes ahora dudaban de la empresa y estaban ocupados en la guerra contra los musulmanes en Granada. Defraudado, Colón viajó a Francia donde reanudó las negociaciones con el rey, para luego regresar a La Rábida (posiblemente para ver a su hijo Diego, que se encontraba allí) y en donde obtuvo un apoyo fundamental, no sólo práctico sino moral, de fray Juan Pérez, quien había sido confesor de la Reina. Éste le escribió a Isabel la Católica y ésta lo convocó a Colón en el campamento de Santa Fe, donde estaba el cuartel general del sitio de Granada. La Reina también le mandó dinero para comprarse ropa apropiada, y le permitió alquilar una mula (cosa que necesitaba autorización real por estar en guerra) para ir a Granada. Era finales de 1491.
 
Tomado de El Gueto de las Ideas: http://guetodeideas.blogspot.mx/2010/11/cristobal-colon-el-desconocido-2da.html

lunes, 8 de octubre de 2012

APUNTES EN EL CUADERNO DE BITÁCORA: Cristóbal Colón, el desconocido. Primera parte...

Uno de los personajes que cambiaron el curso de la Historia es, irónicamente, uno de los más desconocidos por la misma. El hombre que soñó con encontrar una ruta más corta para llegar a las Indias, haciéndolo famoso y pasando a la posteridad, sigue generando muchos enigmas sobre su vida. A más de quinientos años de su muerte la vida de Cristóbal Colón sigue suscitando muchas incógnitas: ¿Dónde y cuándo nació? ¿En qué lugar falleció? ¿Cómo sabía tan bien una ruta que nadie había recorrido? A su regreso, ¿Por qué desembarcó primero en Portugal y no en España?
 
Su propio hijo Hernando fue el primero en sembrar esas dudas cuando escribió una biografía acerca de su padre, diciendo que “quiso que su patria y su origen fuesen menos ciertos y conocidos”, y añadiendo que de sus viajes no tiene “plena noticia” ya que “Él murió cuando aún no tenía yo el atrevimiento ni la familiaridad bastante por el respeto filial para osar preguntarle tales cosas”.
 
¿Dónde nació?
 
Las interrogantes sobre donde nació ha sido una de las cosas más polémicas. Genovés, mallorquín, judío, menorquín, catalán, corso, gallego, alemán, portugués, francés, inglés, griego, escandinavo y suizo son algunas de las nacionalidades que se le han puesto. Sin embargo la versión más aceptada es que nació en Génova o en sus alrededores hacia 1450 (algunos dicen que entre agosto y octubre de 1451), siendo el mayor (Bartolomé, Diego (estos lo acompañaron a sus viajes) y Bianchinetta (quien fue la menor y de quién poco se sabe) del matrimonio formado por Domenico Colombo y Susana Fontanarrosa. Su padre fue maestro tejedor de lana, quesero y tabernero, y su madre fue hija de un tejedor de lana cercano a Génova. El dato de su familia se basa en escritos de él mismo y en documentos hallados en Génova en los que supuestos parientes le piden ayuda para ingresar a España, sin embargo el nunca habló de sus abuelos ni padres, así como tampoco de su niñez y adolescencia. En cierta ocasión sólo dijo que no era “el primer almirante de la familia”.
 
¿Era genovés? En 1892 una comisión de expertos italianos confirmó de forma definitiva su origen genovés en base a ciertos escritos antiguos. Para 1931, durante el esplendor fascista de Mussolini se publicó una colección documental muy grande de él. Pero aun así no está del todo claro definido que la identidad de Cristoforo Colombo, hijo de un tejedor, sea la de Colón. Aunque la mayoría apoya la idea de que era genovés, algunos sostienen, como Salvador de Madariaga, que descendía de de judíos conversos originarios de España y su idioma era el castellano; la teoría de su ascendencia judía proviene de Simon Wiesenthal, quien sostiene que la idea de viajar a tierras sin conocer era con el propósito de encontrar un lugar donde asentar a los judíos desterrados de reinos cristianos. También su fecha de nacimiento se puso en duda recientemente ya que Alfonso Enseñat de Villalongo propuso año de nacimiento para 1446 y que su verdadero nombre era el de Pietro, hijo de Domenico y Mariola Salvago. Según esta tesis adoptó el nombre de Cristóbal porque sirvió con un pirata llamado Vincenzo Colombo.
 
Lo que si sorprende, aceptando su origen genovés, es que nunca haya escrito en italiano ni a sus mismos compatriotas, siempre escribió en castellano o latín. Tampoco quedan del todo claro sus estudios, que posiblemente desarrolló en un convento dominico de Pavía o en alguna escuela sostenida por artesanos, aunando a sus pláticas con marinos y negociantes. Todo parece indicar que fue autodidacta (sus conocimientos no eran nada superficiales), ya que fue definido como “un hombre de muy alto ingenio sin saber muchas letras”.
 
¿Cómo era?
 
Su aspecto físico se desconoce ya que no existen retratos que lo reproduzcan fielmente, esto porque no se conserva ningún retrato contemporáneo, sólo fue hasta su muerte cuando se hicieron más de una treintena de él. Sin embargo muchas de esas pinturas son fantasías de los autores o responden a una imagen más o menos cercana a lo que dijeron los que lo conocieron. Algunos dicen que era pelirrojo, blanco, robusto, cabello bermejo y pecoso. Pero ateniéndonos a lo descrito por Fray Bartolomé de las Casas y Hernando Colón, Cristóbal era “de gentil presencia, de bien formada y más que mediana estatura, las mejillas un poco altas, sin declinar a gordo o macilento (flaco), nariz aguileña, ojos garzos (azules), color blanco de rojo encendido, rostro luengo (flaco) y autorizado”. En su juventud tenía “barba y los cabellos rubios”, que se le encanecieron “debido a sus múltiples dolencias y penalidades”. En lo que sí coinciden todos es que se sonrojaba con facilidad.
 
Su salud no era buena, sufría de gota, hidropesía (posiblemente), de mal de piedra (cálculos renales), reuma, artrosis (enfermedad crónica de las articulaciones), diabetes, insomnio y jaquecas. Este cúmulo de dolencias propició que su carácter fuera muy difícil. El cronista López de Gómara lo define como “enojadizo y crudo”. El humanista Giordano Benzoni “iracundo”. Ruy Pina, embajador portugués antes los Reyes Católicos como “descortés, orgulloso”, y que al hablar de sí mismo “excedía siempre los límites de la verdad”. En su descargo, Bartolomé de las Casas los desmiente parcialmente al decir que “sufría con paciencia” a sus enemigos.
 
No era una persona corrupta, pero si nepotista, ya que siempre intentó favorecer a sus familiares a costa de otras personas. Además era suspicaz, arrogante, persuasivo y soberbio; perdía los nervios con frecuencia y no cambiaba de opinión fácilmente; también carecía de tacto al tratar con sus subordinados aunque, paradójicamente, tenía un encanto que le permitía hacerse de muchas amistades duraderas, esto explica el porqué tuvo acceso a importantes amistades dentro de la corte española; tenía la capacidad de presentarse como un místico iluminado, proclive a los arrebatos sobrenaturales y las revelaciones celestiales; era gracioso cuando se lo proponía pero iracundo cuando se enojaba, siendo esto último evidente en las tierras a donde llegó, ya que descargó toda su cólera sobre los indígenas caribeños, haciéndolos objeto de toda clase de infamias cuando sus ideas colonizadoras se frustraron. Los tributos que les pedía eran verdaderamente imposibles de pagar, propiciando que muchos fueran hechos esclavos, otros ahorcándoles sin juicio y arrasando poblados sin causa alguna.
 
De su vida amorosa también se sabe poco. Su primer matrimonio fue con Felipa Moñiz, con quien tuvo un hijo de nombre Diego. A la muerte de ésta inició una relación con Beatriz Enriquez de Arana, joven de familia humilde, con quien tuvo a su hijo Hernando siete años después. Aunque nunca se casó con ella, en su testamento le encargó a su hijo Diego y en dos ocasiones por lo menos le asigno sumas de 10,000 maravedís. La fantasía popular le atribuye una relación con Beatriz de Bobadilla en la isla de Gomera (islas Canarias), quien era esposa de Hernán Peraza, uno de los conquistadores de Canarias.
 
Tomado de El Geto de las Ideas: http://guetodeideas.blogspot.mx/2010/11/cristobal-colon-el-desconocido-1era.html

Apuntes en el Cuaderno de Bitácora: El Tratado Mclean – Ocampo. Benito Juárez viola la Constitución…

Durante los primeros años del México independiente, la firma de tratados en muchos sentidos podría representar perjuicio al país. Baste recordar que México había tenido no hacía mucho tiempo dos tratados que habían sido bastante nefastos. En 1848 se firmó el Tratado Guadalupe Hidalgo cerrando así la guerra con los Estados Unidos iniciada 2 años antes. México quedaba así sin el 55% del territorio nacional y con un dolor a la soberanía nacional sin precedentes; pero el dolor de perder territorio no se quedo allí, cinco años después, en 1853 se vende La Mesilla, una extensión de setenta y seis mil kilómetros cuadrados, a los Estados Unidos, haciendo más grande el dolor al orgullo nacional. Por eso cuando en 1859 se anuncia la realización de un nuevo tratado con los Estados Unidos en plena Guerra de Reforma por parte de Benito Juárez, el escepticismo y la desconfianza fue mayúsculo ya que había razones para ello, además venía antecedido por varias interrogantes: ¿En qué consistía ese nuevo tratado? ¿Cuán benéfico o perjudicial sería para el país?
 
El objeto del deseo.
 
El 1 de marzo de 1842 se le dio la concesión al contratista José De Garay para construyera, “en muy poco tiempo”, un ferrocarril o camino por el Itsmo de Tehuantepec, el tiempo de trabajo era de 18 meses más 10 improrrogables para que comenzara las obras; sin embargo estas nunca se realizaron. Por absurdo que parezca la concesión se ratificó en la presidencia de Nicolás Bravo debido a las razones que argullo De Garay para justificar el no haber hecho los estudios, y se amplió en la de Valentín Gómez Farías sin que de nueva cuenta se iniciaran los trabajos. A mediados de 1844 el Congreso canceló la concesión al pasar los 28 meses acordados. Pero durante la presidencia de Mariano Salas se le ratificó la concesión a De Garay el 5 de noviembre de 1846 por dos años más. Recordemos que durante ese periodo México vivía muy turbulentamente con muchos cambios de presidentes después de varias asonadas y revueltas, De Garay le cedió los derechos a la firma inglesa Manning, Makintosh & Schneider el 21 de agosto de 1846.
 
Durante las negociaciones de la cesión territorial de la guerra de 1847, se volvió a poner en la mesa por parte de los Estados Unidos la obtención de un paso por el Istmo de Tehuantepec (y varias rutas más), llegando a ofrecer quince millones de dólares, cosa que no prosperó. Los negociadores mexicanos Luis G. Cuevas, Bernardo Couto y Miguel Atristáin sostuvieron que esa concesión pertenecía a la corona británica. Sin embargo, la firma Manning, Makintosh & Schneider cedió los derechos a la norteamericana Peter A. Hargous & Bross el 27 de octubre de 1848. En 1850 los Estados Unidos firmaron con Inglaterra el tratado Clayton-Bulwer, que consistía en cederse mutuamente de derechos iguales en la construcción de una ruta interoceánica por Centroamérica, que incluía el Istmo, aunque ya los Estados Unidos habían iniciado tratos con Colombia para hacer un camino por el Istmo de Panamá desde diciembre de 1846.
 
El 6 de febrero de 1850 presentó sus credenciales ante el presidente José Joaquin Herrera, Robert P. Letcher, quien se mostró muy activo en México, ya que logró que se firmara el 22 de junio de 1850 un tratado en que se señalaba que los Estados Unidos auxiliarían al gobierno mexicano en la protección del “camino, ferrocarril o canal, que atravesando el Itsmo de Tehuantepec comunique los océanos Atlántico y Pacífico…siempre que sea solicitado por el gobierno mexicano”. Además, se le condecían privilegios en el tránsito al Gobierno y ciudadanos estadounidenses. Este tratado resultaba un tanto ambiguo, por ello no fue aprobado por el Gobierno estadounidense; además a Letcher se le instruyó para que fuera más preciso al definir la hegemonía política y militar en la zona. La petición fue hecha en un tono de ultimátum. Las negociaciones fueron largas y complicadas, pero en ellas el representante mexicano, Manuel Gómez Pedraza, rechazó la propuesta, pero en vez de eso se firmó “El Convenio entre la Republica Mexicana y los Estados Unidos de América, para proteger una vía de comunicaciones por el Istmo de Tehuantepec”, el 25 de junio de 1851 por el presidente Mariano Arista.
 
Un mes antes, el 22 de mayo de 1851 Congreso mexicano había confirmado la caducidad de la concesión dada a De Garay, nulificando todas las cesiones anteriores y afectando a la firma estadounidense, lo que propició a que el presidente Millard Fillmore le escribiera en marzo de 1852 al presidente Arista pidiéndole, más bien amenazándolo, con una nueva guerra si no suspendía o modificaba dicha caducidad. El problema se lo pasó Arista al siguiente presidente interino Juan Bautista Ceballos (recordemos que en el México de ese tiempo los cambios de presidentes eran muy seguido) y éste extiende una nueva concesión a A.G. Sloo el 5 de febrero de 1853, bajo el esquema de una empresa en la cual el gobierno mexicano sería socio y en el donde los socios extranjeros no tuvieran la posibilidad de reclamación a través de sus gobiernos; este contrato permitía un paso libre a toda nación y se negociarían tratados con diversos países para que se pactara la neutralidad de paso en caso de guerra.
 
Posteriormente el presidente Manuel María Lombardini celebró con los Estados Unidos un acuerdo donde se establecía la obligación de los dos países de proteger a las personas que hicieran uso del camino, así como las propiedades usadas en la obra y permitiendo el paso de tropas estadounidenses por el istmo (éste último siendo una clausula del artículo 8). El acuerdo fue ratificado por el Congreso mexicano el 29 de marzo de 1853 pero rechazado por el estadounidense pese a lo conveniente que era para ellos.
 
La Mesilla.
 
El nuevo gobierno estadounidense encabezado por Franklin Pierce dio instrucciones a su embajador James Gadsen donde se le decía que para conseguir en ferrocarril transcontinental que saliera de Boca del Río, Veracruz, al Pacifico, se tenia que mover más al sur, pero no solo eso, también le planteaba la amplia posibilidad de adquirir gran parte del territorio nacional. Para convencer al entonces presidente de México Antonio López de Santa Anna de ello, el embajador Gadsen le escribió una carta el 29 de noviembre de 1853 donde le exponía la necesidad de aceptar la expansión territorial de los Estados Unidos pregonada en el Destino Manifiesto.
 
Tras mucha presión por parte del gobierno estadounidense, el presidente Santa Anna y su homólogo estadounidense Franklyn Pierce, luego de un mes exacto de negociaciones, firman el Tratado de La Mesilla (o Gadsen como le llaman en Estados Unidos) donde México vende setenta y seis mil kilómetros cuadrados (para ser exactos 76,845 k2). Este tratado también zanjó cuatros cuestiones importantes, tres a favor de los estadounidense y una del mexicano.
 
Estas fueron:
 
Primero.- Se anulaba lo estipulado en el articulo 11vo del Tratado Guadalupe Hidalgo, en el sentido de que los Estados Unidos estaban obligados a contener las incursiones de los indios bárbaros sobre la frontera mexicana.
 
Segundo.- Cedía a los Estados Unidos el territorio llamado La Mesilla, con el objeto de dar paso al ferrocarril transcontinental Nueva Orleans – San Diego.
 
Tercero.- Eliminaba definitivamente las reclamaciones que México podía haber presentado contra los Estados Unidos por incumplimiento del artículo 11vo del Tratado Guadalupe Hidalgo.
 
Cuarto.- Estados Unidos, el artículo tercero del nuevo tratado, se hacía cargo de las reclamaciones de sus conciudadanos contra México, hasta la fecha de la firma, incluyendo las derivadas de la concesión dada a De Garay.
 
Y aprovechando la ocasión, se incluyó un artículo, el octavo, que decía:
 
“Habiendo autorizado el Gobierno Mexicano, en 5 de febrero de 1853, la pronta construcción de una camino de madera y de un ferrocarril en el Istmo de Tehuantepec, para asegurar de una manera estable los beneficios de dicha vía de comunicación a las personas y mercancías de los ciudadanos de México y de los Estados Unidos, se estipula que ninguno de los dos Gobiernos pondrá obstáculo al tránsito de mercancías y personas de ambas naciones y que, en ningún tiempo, se impondrán cargas por el tránsito de personas y propiedades de los ciudadanos de los Estados Unidos, mayores de las que se impongan a los personas y propiedades de otras naciones extranjeras, ni ningún interés en dicha vía de comunicación o en sus productos se transferirá a un Gobierno extranjero”.
 
El gobierno estadounidense no remitió el tratado a su Senado para su ratificación, pero sí eliminó toda referencia a la concesión hecha a De Garay en una modificación posterior. En el proyecto de resolución se hicieron modificaciones que sólo beneficiaron a los Estados Unidos, creándole a México obligaciones respecto al tránsito de tropas y municiones por el Istmo, y garantizando franquicias aduaneras a los objetos y mercancías estadounidenses y sus ciudadanos en tránsito, quedando estos últimos libres de pasaportes y cartas de seguridad. Por último autorizaba a los Estados Unidos la protección de la obra. Este tratado, así como el citado artículo octavo, parecía indicar que por fin el deseo ardiente de los Estados Unidos de tener libre tránsito de personas y mercancías para unir los dos mares por el Istmo de Tehuantepec se cumpliría al fin.
 
Tantas concesiones al gobierno estadounidense propiciaron que Santa Anna buscara en Europa el apoyo para hacer una monarquía en México. Sin embargo, el 1 de marzo de 1854 se proclama el Plan de Ayutla contra la dictadura de Santa Anna, y entre los párrafos de dicho Plan se encontraba el siguiente: “Que debiendo conservar la integridad de la República ha vendido una parte considerable de ella, sacrificando a nuestros hermanos de la frontera del Norte, que en adelante serán extranjeros en su propia patria, para ser lanzados después, como sucedió con los californios”. Por ende, los planes de que se cumpliera el citado artículo octavo tendrían que esperar.
 
México se convulsiona.
 
El 9 de agosto de 1855 Santa Anna abandona la Ciudad de México, y para principios de octubre Juan Álvarez es designado presidente provisional de México; los Estados Unidos se apresuraron a reconocer el gobierno por medio del embajador Gadsen. Para julio de 1856 Gadsen fue cambiado por John Forsyth quien presentó sus credenciales al gobierno de Ignacio Comonfort (presidente electo) el 23 de octubre de ese mismo año. De inicio Forsyth se mantuvo pasivo debido a los cuartelazos tan frecuentes contra el gobierno de Comonfort, por ello mismo analizando la situación del país comunicó a su gobierno que dadas las condiciones de inestabilidad, México era incapaz de regenerarse a sí mismo, por ende los Estados Unidos tendrían que apoyar un gobierno nacional que fuera respaldado de inicio por acuerdos comerciales y militares para después desembocar en “el establecimiento de un protectorado americano”.
 
Los Estados Unidos de nueva cuenta vuelven a poner en la palestra sus intenciones de tener acceso a los dos mares por el Istmo, por ello instruyen a Forsyth para presentar una propuesta al gobierno mexicano de 12 millones de pesos para comprar Baja California, gran parte de Sonora y el norte de Chihuahua, además de solicitar que con base al artículo octavo ya citado Tratado de la Mesilla se iniciaran los trámites para el convenio de libre tránsito por el Istmo de Tehuantepec. En el párrafo dos del documento con las instrucciones enviado a Forsyth le enfatiza que “Estados Unidos adquirió un derecho de tránsito a través del Istmo, que nunca y bajo ninguna circunstancia abandonará”. Además de instruyó para que se celebrara otro tratado que ampliara el hecho en 1853. Comonfort rechaza la propuesta y maniobra hábilmente para permitir que la compañía The Lousiana Tehuantepec Co, que no era otra sino una renovada A.G. Sloo, operara en la construcción del camino por el Istmo y de esa forma calmar los reclamos estadounidenses.
 
Sin embargo, el 17 de diciembre de 1857 se proclamó el Plan de Tacubaya por parte Félix Zuloaga y alteró cualquier negociación, ya que ésta propició que hubiera dos gobiernos simultáneos en el país: el liberal, que comandaba Benito Juárez y era un gobierno de iure (de derecho, o legal) y el conservador de Félix Zuloaga, un gobierno de facto. Este hecho no es menor, ya que a diferencia de revueltas anteriores, ésta no sólo era para cambiar de presidente, sino de imponer una forma de gobierno que reformaría por completo la vida nacional El presidente Bucannan aprovechó esta coyuntura para ofrecer el reconocimiento estadounidense al gobierno conservador a cambio de que sus pretensiones fueran cumplidas, pero el 5 de abril de 1858 el Secretario de Relaciones Exteriores del gobierno de Zuloaga, Luis G. Cuevas, notifica el rechazo a las peticiones estadounidenses.
 
En tanto, Benito Juárez envió a Washington a José María Mata para buscar el reconocimiento estadounidense al gobierno liberal, pero Buchanan para diciembre de 1858 aun no reconocía al gobierno juarista, y en palabras de Mata, Buchanan esperaba “que ventajas podía sacar de la situación indefinida en que nuestro país se halla”. Pero los Estados Unidos no se quedarían con los brazos cruzados con tal de obtener esa concesión, ahora llevaron su propuesta al bando liberal.
 
Buchanan sigue moviendo sus piezas y envía de forma secreta a William M. Churchwell a México quien desembarca el 19 de enero de 1859 en Veracruz, teniendo la misión de presentar un informe de la situación del país. Churchwell presenta una situación real de México, pero sus conclusiones presuponen que debido a la presión de Miramón, el gobierno de Juárez con tal de obtener el reconocimiento de los Estados Unidos aceptaría todas las condiciones. Pese a no encontrarse registros de una reunión formal con Juárez, si se entrevistó con Melchor Ocampo y Miguel Lerdo de Tejada, exponiéndoles la cesión de Baja California y la mejora en el tránsito de Nogales a Guaymas, de Monterrey a Mazatlán y por el Istmo. Poco después envió una carta confidencial al gobierno de Buchanan describiéndole un protocolo convenido con los representantes mexicanos donde el gobierno constitucional aceptaba establecer un paso a perpetuidad por el istmo y la cesión de Baja California, además de detalles relacionados con la protección de las líneas de tránsito de indios hostiles mediante guarniciones militares ya fueran de México o de los Estados Unidos. Llegados los informes de Churchwell del 8 y 21 de febrero de 1859, Bucahanan reconoce al gobierno de Juárez.
 
Se gesta el tratado.
 
El 1 de abril de 1859 desembarcó en una ciudad de Veracruz, Robert Milligan McLane, enviado del presidente James Bucannan, con el reconocimiento del gobierno juarista en un brazo y en el otro la compra definitiva de Baja California y el paso por el istmo. En los primeras reuniones Melchor Ocampo le pide que se traten por separado la cesión de Baja California y luego le presenta un proyecto que no incluía la cesión pero si una alianza ofensiva y defensiva. McLane no está de acuerdo con ello ya que se esos tratados se salían de sus precisas instrucciones. Miguel Lerdo acepta, parece que sin conocimiento de Juárez, ceder Baja California pero “duda que el Congreso que será elegido en octubre próximo, pueda ser inducido a ratificar esta clausula del Tratado que ahora se pone a pone a nuestra consideración”. Muchos historiadores sostienen que esa fue una maniobra hábil de Lerdo de Tejada porque el Congreso difícilmente sesionaría para esas fechas ya que la guerra no veía para cuando terminar. Se ha comentado que Juárez en cuanto supo de lo convenido en lo referente a la cesión de Baja California, desconoció toda validez al respecto. Pero más bien fue lo que provocaría en sí ese tratado agregándole la cesión territorial lo que evitó su aplicación, algo que ni el país toleraría ni ninguna de las causas liberales lo podían justificar.
 
La negociación fue larga e intensa para forzar al gobierno mexicano a vender parte de su territorio. Primero el gobierno mexicano adujo que la venta no podría ser posible porque los estados del norte no lo aceptarían, en respuesta los estadounidenses presionaron para que no se le prestara dinero a México hasta que se firmara la cesión. En ese momento el gobierno liberal estaba obteniendo triunfos que le daban una mejor posición para negociar. Sin embargo ese 1859 fue para el bando liberal muy fluctuante y complicado ya que necesitaba urgentemente dinero para financiar la guerra y las Leyes de Reforma, que pese a que no se estaba aplicando a cabalidad, sí mermaban al bando conservador. Siendo la respuesta el Tratado Mon- Almonte, firmado por el ministro del gobierno conservador ante el emperador francés Juan Nepomuceno Almonte y el embajador español Alejandro Mon el 26 de septiembre de 1859. El tratado restablecía las relaciones con España (y por ende su reconocimiento al gobierno conservador). Además de una muy alta indemnización por asesinatos daños, perjuicios y despojos cometidos contra ciudadanos españoles, y un préstamo que se debería de pagar al final de la guerra. Este tratado representó un duro golpe a la diplomacia juarista. Pero son sólo eso ya que los conservadores intentaban ganarse al emperador francés para así buscar su reconocimiento.
 
Ese mismo diciembre el presidente Buchannan ejerció presión en el Congreso estadounidense donde dijo que las reclamaciones hechas por sus compatriotas en suelo mexicano eran justas porque la anarquía estaba creciendo; también expresó que los Estados Unidos rechazaban de forma tajante la intervención de potencias europeas en México (la doctrina Monroe) y que esa intervención era una amenaza real, por ende solicitaba al congreso “que dicte una ley autorizando al presidente, bajo las condiciones que parezcan más convenientes , para que emplee una fuerza militar lo suficientemente para invadir México con el propósito de obtener indemnización por lo pasado y seguridad por el futuro”.
 
Las palabras pronunciadas por Buchanan eran muy claras y mostraban lo débil que veían a México, pero indicaban algo más. Buchanan pertenecía al partido esclavista y hacia poco se había roto el equilibrio en el congreso estadounidense entre los dos partidos, acrecentando la posibilidad de expandir su territorio a costo de México, siendo su ambición Sonora y Sinaloa. Pero también daba el mensaje claro de que la influencia estadounidense en la región iba creciendo, cosa aceptada y fomentada por los dos partidos.
 
Con todas estas noticias llegando a Veracruz, más el distanciamiento entre Vidaurri, jefe del Ejército Liberal del Norte, con Juárez, y la derrota de Santos Degollado en la batalla de la Estancia de las Vacas (Querétaro) ante Miguel Miramón el 13 de noviembre de 1859, el ataque de Miramón a Veracruz era inminente; sumémosle que éste gestionaba en La Habana con corona la española la adquisición de unos barcos para bloquear desde el mar Veracruz. Los ánimos liberales decaían sensiblemente. ¿Qué tendrían que hacer Juárez y los liberales? ¿Tendrían que firmar el tratado bajo las condiciones impuesta por los estadounidenses o buscar uno más adecuado a las circunstancias extremas en las que se encontraban? Seguramente Juárez y los que lo acompañaban sintieron al ejército estadounidense ya en las puertas de Palacio Nacional, pero no sólo era la amenaza de los Estados Unidos sino también la interna apoyada por España.
 
Miguel Lerdo de Tejada y José María Mata pujaban por el acercamiento con Buchannan, ya que de concretarse un acuerdo con él se le quitarían las excusas para invadir México, salvando así al país. Pero, ¿hasta qué grado? Tanto Lerdo de Tejada como Mata creían, así también muchos liberales, que haciendo cesiones y concesiones al gobierno estadounidense salvarían a la nación aun a costa del honor.
 
El tratado.
 
Así las cosas, tras once meses de intensas negociaciones, el 14 de diciembre de 1859 se firmó por Milligan McLane y Melchor Ocampo en la ciudad de Veracruz, el Tratado de tránsitos y Comercio entre los Estados Unidos y México. Éste consta de once artículos más dos convencionales. Y en resumen son:
 
Primero.- Por vía de ampliación del artículo octavo del tratado del 30 de diciembre de 1853 (La Mesilla), cede la República Mexicana a los Estados Unidos y sus conciudadanos y bienes, en perpetuidad, el derecho de tránsito por el Istmo de Tehuantepec, de uno a otro mar, o por cualquier camino que actualmente exista o existiese en lo sucesivo.
 
Segundo.- Convienen ambas repúblicas en proteger todas las rutas existentes hoy o que existieren en lo sucesivo al través de dicho istmo, y en garantizar la neutralidad del mismo.
 
Tercero.- Al usarse por primera vez la vía, el gobierno de México no impondrá derechos a efectos o mercancías y que no estén destinados a venderse en el país. Tampoco se impondrán a los extranjeros y sus propiedades que pasen, contribuciones mayores a las que se impongan a las personas y bienes mexicanos, siempre y cuando las valijas pasen cerradas y no hayan de distribuirse en el país.
 
Cuarto.- México construirá almacenes en los dos puntos Este y Oeste para el guardado de las mercancías, pudiéndose retirar posteriormente para el paso de la misma, pudiendo vender y consumir dichos productos dentro la República Mexicana, previo pago de derechos.
 
Quinto.- Conviene México que si en algún tiempo se hiciese necesario el empleo de fuerzas militares para la seguridad y protección de las personas y bienes que pasen por dichas rutas, empleará la fuerza necesaria para tal efecto; pero si en cualquier causa dejase de hacerlo, el gobierno de los Estados Unidos, con el consentimiento, o a petición de México, o de su ministro en Washington, o de las competentes autoridades locales, civiles o militares, podrá emplear tal fuerza con este y no con otro objetivo, retirándose cuando a opinión del gobierno mexicano cese la necesidad. Sin embargo, en caso excepcional de peligro imprevisto o inminente para la vida y propiedades de los ciudadanos de los Estados Unidos, quedan autorizadas las fuerzas de dicha República para obrar en la protección sin previo consentimiento, retirándose cuando cese la necesidad de su empleo.
 
Sexto.- México concede el siempre tránsito de tropas, abastos militares y pertrechos de guerra por el Istmo de Tehuantepec, y por el tránsito o ruta de comunicación que alude este convenio.
 
Séptimo.- México concede por la presente a los Estados Unidos a perpetuidad y a sus ciudadanos y propiedades, el derecho de vía o tránsito.
 
Octavo.- Convienen las dos repúblicas la lista adjunta de mercancías. (Lista de mercancías).
 
Noveno.- Se estipula que se permitirá el ejercicio de su religión para los ciudadanos de México, y a los ciudadanos de los Estados Unidos.
 
Décimo.- En consideración a las precedentes estipulaciones conviene el gobierno de los Estados Unidos en pagar al gobierno de México la suma de 4,000,000 de duros, dos de los cuales se pagarán inmediatamente después de canjeadas las ratificaciones de este tratado, y los otros dos millones quedarán en poder del gobierno de los Estados Unidos, para pagar las reclamaciones de ciudadanos de los Estados Unidos contra el gobierno de la República Mexicana, por daños y perjuicios sufridos ya, después de probada la justicia de esas reclamaciones según la ley y el uso de las naciones y los principios de equidad.
 
Onceavo. Este tratado será ratificado por el presidente de los Estados Unidos, con el consentimiento y consejo del Senado de los Estados Unidos, y por el presidente de México, en virtud de sus facultades extraordinarias y ejecutivas, y las respectivas ratificaciones serán canjeadas en la ciudad de Washington, dentro del preciso término de seis meses, a contar desde la fecha de su firma, o antes si fuese posible, o en el asiento del gobierno constitucional.
 
Pese a firmarse entre las dos naciones, el Congreso estadounidense no lo aprobó, alegando que contravenía a los intereses de los Estados Unidos. La votación quedó así: 27 votos en contra por 18 a favor; pese a que la Comisión del Senado hizo algunas modificaciones, no fue aprobado. Y ya para cuando se intentó ampliar la prórroga para la ratificación de los tratados para noviembre de 1860, los liberales estaban muy cerca de ganar la guerra y por eso rechazaron una en esos días, y la posterior durante la guerra de secesión estadounidense.
 
¿Por qué la rechazó el Congreso estadounidense un tratado que le favorecía tan ampliamente? Básicamente por seis razones. La primera, al ser un tratado de libre comercio (Carlos Salinas no fue el primer presidente de México en hacer uno con los Estados Unidos) surgió el debate entre los proteccionistas y los libre cambistas. Segundo, no fue un tratado que incluía la tan anhelada compra venta de los territorios que sólo hubiera beneficiado a los estados esclavistas. Tercero, el documento obligaba a los Estados Unidos a mantener abierto los pasos sin ser necesariamente para uso de fines militares. Cuarto, la desconfianza de que el gobierno de Juárez pudiera sostener los acuerdos por la misma inestabilidad de su gobierno. Quinto, los intereses de otras naciones, Nicaragua y Colombia, por tener para sí el negocio de un paso interoceánico, influyeron en muchos senadores. Y por último, los Estados Unidos tenían tratados con algunos países europeos y eso los hubiera obligado a firmar uno similar perdiendo todas las ventajas.
 
Juárez viola la Constitución.
 
El artículo 72 de la Constitución de 1857 establece las competencias en materia internacional, dejándole al Congreso la facultad para “aprobar los tratados, convenios o convenciones diplomáticas que celebre el Ejecutivo” (inciso XIII), además de “conceder o negar la entrada de tropas extranjeras en el territorio de la Federación, y consentir la estación de escuadras de otra potencia, por más de un mes, en las aguas de la República” (inciso XVI).
 
De igual forma, el articulo 85 otorga al presidente las siguientes facultades: “dirigir las negociaciones diplomáticas, y celebrar tratados con potencias extranjeras, sometiéndolas a la ratificación del Congreso” (inciso X). Y el 126 dice que “esta Constitución, las leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y todos los tratados hechos o que se hicieran por el Presidente de la República, con aprobación del Congreso, serán la Ley Suprema de toda la Unión”. Visto esto, podemos ver claramente que solo los Tratados que el presidente firmara serían validos sí el Congreso los ratificaba, y como no se tenía Congreso en ese momento, el presidente violaba la Constitución claramente porque no tenía facultades para hacerlo sin el Congreso.
 
Los defensores de Juárez sostienen que dada las facultades extraordinarias que tenía en ese momento, podía expedir las medidas convenientes que permitieran el restablecimiento de la paz pública y usar los fondos suficientes que permitieran satisfacer esa paz, y como el tratado estipulaba que México recibiría cuatro millones de dólares, estaba justificado el firmarlo. Sin embargo, los que defienden ese argumento carecen de sustento porque la Constitución de 1857 daba esas facultades para proporcionarle al presidente hacerse de recursos solo para los siguientes casos: para arreglar la deuda, disponer de guardias nacionales para los estados, situar fuerzas en diversas poblaciones del país y mantener al Ejecutivo en un lugar distinto al que estuvieran los poderes federales, pero nunca para celebrar un tratado de esa magnitud.
 
Pero también hay otra cosa. Muchos, entre ellos los Estados Unidos, consideraban al gobierno de Juárez como de facto, pero en realidad era un gobierno de iure, o sea de derecho o legal, y por tanto tenía que regirse bajo la normatividad de la Constitución, y pese a que gozaba de facultades extraordinarias éstas nunca debían ser superiores al marco constitucional. Por lo tanto Juárez no tenía facultades para celebrar este tipo de tratados, y menos poniendo en riesgo la misma republica, y considerados por muchos como delito de alta traición a la patria. Por lo tanto Benito Juárez violó flagrantemente la Constitución de 1857.
 
Fue tan evidente la violación a la Constitución, que en la sesión del Congreso ya en funciones del 29 de mayo de 1861, el presidente del mismo, José María Aguirre, acusó a Benito Juárez de “olvidar el decoro nacional hasta el punto de ponerlo a los pies de los norteamericanos por medio del Tratado Mclane- Ocampo”. Si la propuesta hubiera prosperado se le hubiera hecho juicio con base en el artículo 103 que estipulaba que el presidente sólo podría ser acusado por los delitos de “traición a la patria, violación expresa de la Constitución, ataque a la libertad electoral y delitos graves del orden común”. Siendo los dos primeros la base para el juicio.
 
Pese a que no prosperó esa acusación, el Congreso sí le puso un candado a Juárez ya casi al umbral de la guerra con Francia cuando se le otorgaron nuevas facultades, entre ellas la de celebrar Tratados sin la aprobación del Congreso, pero sólo limitándose a que éstos salvaran la independencia nacional e integridad del territorio.
 
Las razones de Juárez.
 
Mucho se ha dicho acerca de qué motivó a Juárez a firmar un tratado de ese tipo con los Estados Unidos. Los historiadores no se han puesto de acuerdo exactamente en las razones, pero casi todos consideran lo mismo: fueron las circunstancias extremas las que propiciaron que se firmara. Los conservadores avanzaban con mucha rapidez, Miramón estaba a punto de atacar Veracruz, la Corona española presionaba y la posibilidad de una invasión estadounidense era latente. Pero todos coinciden en una cosa: de haberse aplicado, hubiera traído consecuencias funestas al país. Justo Sierra declaró que “el Tratado o seudo tratado Mclane-Ocampo, no es defendible; todos cuanto lo han refutado lo han refutado bien; casi siempre han tenido razón”. Y José Fuentes Mares lo definió como “crimen en grado de tentativa”, pero crimen al fin.
 
¿Qué motivó a que mentes tan brillantes firmaran un tratado así? ¿Desesperación por sentir que la causa estaba perdida? Los defensores de Juárez sostienen que el haberlo firmado fue una jugada magistral que evitó una invasión y ganó la guerra, demostrando tu talante de estadista. Sin embargo, eso se dice porque al final de cuentas así sucedió, pero no quiere decir que eso lo tenía planeado Juárez porque si ese fuera el caso hubiera tenido poderes tan extraordinarios que podría incidir en los miembros del Congreso estadounidense, cosa que no era así, porque si no tenía el control de México, ¿podía controlar a los senadores estadounidenses? Difícilmente. Más bien Juárez se la jugó aun a sabiendas de que si el tratado se aprobaba posiblemente México hubiera tenido que ceder muchos territorios a la larga. Lo firmó con la esperanza de que fuera rechazado o que nunca se aplicara, pero sin la certeza de que eso sucedería. Muchos también alegan que no se le puede acusar de un tratado que nunca entró en vigor, y por eso no cometió traición a la patria. Pero ese argumento no es tan válido porque el hecho de que el Congreso estadounidense no lo aprobara no significa ni le resta que Benito Juárez firmara un tratado en esas condiciones tan desfavorables.
 
La realidad es que el tratado a todas luces no era benéfico para el país, y manchaba enormemente la imagen de impoluto que Benito Juárez tenía desde ese tiempo y que siempre se ha mantenido, siendo seguramente esa una de las razones por las cuales la Secretaría de Relaciones Exteriores lo mantuvo como confidencial, negándole el acceso tanto a defensores como a detractores de Juárez. Sin embargo hay que aclarar que lo mantuvo en sigilo la secretaría fue el acuse de recibo del Congreso, ya que el original se quemó en un incendio accidental en 1872. El documento se puede consultar en los Archivos Nacionales de Washington. Sin embargo, no deja de levanta suspicacias el hecho de que la secretaría lo hubiera guardado como confidencial.
 
Sin embargo, el tratado parece más un acto meramente de pragmatismo por parte de Benito Juárez. ¿Por qué? Porque ese dinero le ayudó a financiarse para ganar la guerra un año después. Así las cosas, ningún historiador puede defender dicho tratado, más bien intentan, aunque a veces parece justificación, el contexto en cual se firmó. Pero todos llegan al mismo punto: no es defendible por ningún lado.
 
Pero no deja de ser un hecho menor el que Benito Juárez, quién siempre tuvo como bandera el respeto a la Constitución sobre todas las cosas, la haya violado.
 
Tomado de El Gueto de las Ideas: http://guetodeideas.blogspot.mx/2012/04/

domingo, 7 de octubre de 2012

APUNTES EN EL CUADERNO DE BITÁCORA: 7 de octubre de 1571, la Batalla de Lepanto...

Dijo Cervantes: "la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros".
 
La armada aliada estaba formada por 70 galeras españolas (sumadas las propiamente hispanas con las de Nápoles, Sicilia, y Génova), 9 de Malta, 12 del Papado y 140 venecianas. Los combatientes españoles sumaban 20.000, los del Papa 2.000 y los venecianos 8.000. La flota estaba confiada teóricamente a Juan de Austria y dirigida efectivamente por jefes experimentados como Gian Andrea Doria y los catalanes Juan de Cardona y Luis de Requesens. Marco Antonio Colonna, condestable de Nápoles y vasallo de España, era el almirante del papa. Las naves venecianas estaban al mando de Sebastián Veniero.
 
Las capitulaciones para constituir la Liga Santa se demorarían hasta el 25 de mayo de 1571 debido a la disparidad de intereses y proyectos. La unión de escuadras cristianas que el Papa había convocado en respuesta a la toma de Chipre (1570) había resultado un fracaso del que los jefes se culpaban mutuamente. La Sublime Puerta lanzó un ataque a fondo contra Famagusta, último reducto de los venecianos en Chipre. Fuerzas turcas se apoderaron de Dulcino, Budua y Antivari, e incluso llegaron a amenazar la plaza de Zara. La escuadra española estuvo ya preparada el 5 de septiembre con la llegada de Andrea Doria, Don Alvaro de Bazán y Juan de Cardona. El 29 de agosto, el obispo Odescalco llegó a Mesina, dio la bendición apostólica en nombre del Papa y concedió indulgencias de cruzada y jubileo extraordinario a toda la armada. El 15 de septiembre, Don Juan de Austria ordenó la salida de la flota y el 26 fondeó en Corfú, mientras una flotilla dirigida por Gil de Andrade exploraba la zona.
 
Don Juan de Austria constituyó una batalla central de 60 galeras en las que iban Colonna y Veniero con sus naves capitanas, flanqueada por otras batallas menores al mando de Andrea Doria, Alvaro Bazán y el veneciano Agustín Barbarigo. A Cardona se le dio una flotilla exploradora en vanguardia. A bordo iban cuatro tercios españoles de Lope de Figueroa, Pedro de Padilla, Diego Enríquez y Miguel Moncada. La infantería italiana era también de gran calidad. La desconfianza hacia los venecianos era tal que don Juan repartió 4.000 de los mejores soldados españoles en las galeras de la Señoría e hizo que éstas navegasen entreveradas con las de España. El 29 de septiembre abordó a la capitana de don Juan una fragata de Andrade con el anuncio de que los turcos esperaban en el golfo de Lepanto. La flota de la Liga salió el 3 de octubre del puerto de Guamenizas en dirección a Cefalonia, y el sábado 6, a la caída de la tarde, llegaba al puerto de Petela. Bazán aconsejaba entrar en el golfo y Andrea Doria temía aventurarlo todo en una jornada. En el Consejo se aprobó el plan de Bazán de presentar combate en la madrugada del día siguiente, frente al golfo de Lepanto. La maniobra ordenada permitió cerrar el golfo y dio tiempo a una perfecta colocación de la armada.
 
Al amanecer del día 7 la flota cristiana estaba situada en las islas Equínadas. Poco después avistaron a la turca adelantándose hacia la boca del golfo de Lepanto. Alí estaba al mando de 260 galeras y contaba con las naves del corsario argelino Luchalí. A las diez de la mañana las escuadras se hallaron frente a frente. Cerca del mediodía la galera del Amirante Alí Bajá disparó el primer cañonazo.
 
"Durante dos horas se peleó con ardor por ambas partes, y por dos veces fueron rechazados los españoles del puente de la galera real turca; pero en un tercera embestida aniquilaron a los jenízaros que la defendían y, herido el almirante de un arcabuzazo, un remero cristiano le cortó la cabeza. Al izarse un pabellón cristiano en la galera turca arreciaron el ataque las naves cristianas contra las capitanas turcas que no se rendían; pero al fin la flota central turca fue aniquilada. (Marqués de Lozoya)
 
En la galera Marquesa combatió Miguel de Cervantes con gran valor. Tenía entonces veinticuatro años y continuó combatiendo después de ser herido en el pecho y en el brazo izquierdo, que le quedaría inútil. El consejo de don García de Toledo de recortar los espolones hizo más eficaz el empleo de la artillería. La arcabucería española resultó decisiva en el combate cuerpo a cuerpo causando gran número de bajas. En muchas de las galeras turcas los cautivos cristianos se rebelaron en lo más recio del combate. Fue un galeote cristiano quien cortó la cabeza del almirante Alí con su hacha de abordaje. Sólo 50 de las 300 naves turcas pudieron escapar. El argelino Luchalí combatió con fortuna en el ala derecha y logró escapar hacia la costa de Morea.
 
Cabe destacar que tras la victoria en esta batalla se adopto utilizar batallones de infanteria en las galeras y barcos de la armada española.Los antecesores de nuestra actual Infanteria de Marina o Tercio de la Armada.