Las Capitulaciones de Santa Fe.
En Santa Fe, Colón se enfrentó tanto a apoyadores como detractores. Se formó de nueva cuenta una comisión de la que formaron parte el cardenal Mendoza, fray Juan Pérez, Luis de Santángel (tesorero del rey Fernando) y el legado papal Alejandro Geraldini, casi todos ellos de origen judío converso. La comisión se mostró renuente debido a las exorbitadas exigencias de un personaje que surgía de la nada y que pedía todas las honras. Las negociaciones fueron difíciles y en una ocasión la Reina le mandó decir que “que se fuese en buena hora”. El 2 de febrero de 1492, mientras los Reyes entraban vencedores a Granada, Colón se alejaba hacia La Rábida cuando un mensajero le cortó el paso avanzados 6 kilómetros de Santa Fe avisándole que los reyes le ordenaban regresar. Habían terminado cediendo a la propuesta, en parte por la intercesión de Santángel y Juan Pérez.
Conocidas como Las Capitulaciones de Santa Fe, el acuerdo firmado entre los monarcas y Colón el 17 de abril de 1492, estipulaba que si la misión tenía éxito se le otorgaría el título de Almirante de la Mar Océana en todos las islas y tierras “que por su mano e industria se descubrieran o ganaran”, con prerrogativas iguales a las del almirante de Castilla y con carácter hereditario. Así mismo tendría el título de virrey y gobernador de todas las tierras que descubriese, recibiría el diez por ciento de las riquezas halladas y los beneficios que el comercio generase, también se le permitía contribuir con la octava parte en futuras expediciones a cambio de un octavo de las ganancias.
Los beneficios se ampliaron después del éxito de la expedición ya que se le dio la categoría de “don” por parte de los monarcas, se le concedió que el nombramiento de virrey fuera hereditario y se le otorgó la exclusiva para fletar expediciones al Nuevo Mundo. Pese a las enormes concesiones que se le dieron, la realidad fue que los monarcas al ver la magnitud e importancia del descubrimiento, con el paso del tiempo ignoraron y acortaron las demandas a Colón y sus descendientes, tanto que para 1556 sus herederos renunciaron a los beneficios pactados en las Capitulaciones, cuando ya prácticamente eran papel mojado.
La navegación de la época.
Los avances que la navegación de altura y la cartografía experimentaban obligaban a cambios transcendentales en la forma de navegar. A diferencia de la navegación de canotaje, que se efectuaba cerca de la costa y con frecuentes escalas, la navegación de altura oceánica exigía estar muchos días sin pisar tierra, para ello era inútiles las galeras de bajo bordo, macizas y lentas. Eran necesarias embarcaciones resistentes al fuerte oleaje, siendo las carabelas las indicadas para ser usadas.
Usada desde 1440, la carabela era un velero largo, de casco resistente y escaso calado, que usaba de forma indistinta la vela cuadrada o triangular que podía cargar entre 60 y 100 toneladas y con vientos favorables podían navegar a 11 nudos (unos 20 km/h).
Para el navegante era importante saber de las condiciones del mar, los vientos y las corrientes, así como era imprescindible emplear aparatos como la brújula, el cuadrante común (que medía los ángulos tomando como referencia los astros y permitía encontrar la latitud adecuada), el astrolabio (que determinaba el movimiento de los astros), la ballestilla y arbalestrilla, que era una especie de sextante.
La vida en un barco de la época era sumamente dura. Las guardias se hacían en turnos de cuatro horas, la comida era escasa, monótona y sólo se comía caliente cuando hacía buen tiempo. La alimentación era mala ya que consistía en bizcochos, salazones, tocino rancio y vino agrio, además de baja en vitaminas que provocaba frecuentemente escorbuto en la tripulación. La higiene era sumamente lamentable. Tenían que ocuparse además de regar la cubierta y achicar el agua acumulada en las sentinas. Dormían sobre cubierta y cubiertos por un toldo si había mal tiempo.
Los preparativos.
El costo total de la expedición se calcula entre uno y dos millones de maravedíes. Como fue la Corona de Castilla quien la autorizó, la reina Isabel financió la empresa con más de la mitad del dinero. Aquella imagen romántica de que tuvo que empeñar sus joyas para sufragar los gastos, posiblemente no sucedió. Pero no sólo fue la reina quien contribuyó, también Santángel con fondos del Tesoro Real, varios banqueros genoveses y florentinos prestaron 500,000 maravedíes a Colón y Palos de la Frontera ofreció dos carabelas como pago por una multa pendiente a la Real Hacienda.
El encontrar la tripulación fue un gran problema al que se tuvo que enfrentar Colón, ya que primero que nada era un desconocido y segundo lo nebuloso del viaje hizo que los marineros de Palos, Sevilla y otros puertos andaluces se negaran a unirse al viaje. Sólo fue por la intervención de los hermanos Pinzón, que eran muy respetados como marinos y comerciantes, que se pudo encontrar marineros dispuestos a ir. A los Pinzón los conoció por medio de los monjes de La Rábida, y fue tan importante su intervención que Colón prometió Martín Alonso Pinzón que repartiría las ganancias con él, cosa que no terminó sucediendo ya que terminaron enfrentados antes de que concluir el primer viaje.
La expedición zarpó del puerto de Palos con dos carabelas, la Pinta y la Niña y una nao, la Santa María. La Pinta iba al mando de Colón y de contramaestre Juan de la Cosa. La Pinta iba comandada por Martín Alonso Pinzón y como contramaestre Francisco Pinzón. La Niña era comandada por Vicente Yáñez Pinzón y de con contramaestre Juan Niño. En la tripulación no iban ni soldados ni colonos, ya que se trataba de un viaje de exploración, pero si un judío converso que conocía las lenguas de Oriente llamado Luis de Torres, además de estos iban cuatro penados (un homicida y tres reos de cohecho), un médico y un cirujano. La gran mayoría eran andaluces, el resto vascos y de otras regiones; la presencia de misioneros entre ellos no se ha podido comprobar. La cantidad de tripulantes sigue generando polémica ya que no se ha podido determinar con exactitud la cantidad por varias razones, entre las cuales están la desaparición de importantes documentos del viaje y el que muchos afirmaron tener familiares entre ellos para de esa forma sacar reclamar ganancias del viaje.
Aunque se han dado muchas cifras, parece que constaba de entre 87 como mínimo y 105 como máximo. Los reyes le entregaron a Colón cartas para el gran Kan de Tartaria, además cargó una provisión de baratijas que esperaba cambiar por oro y especias. Los barcos estaban cargados también con salazón, tocino, galletas, harina, vino, aceite de oliva y agua.
No deja de ser significativo el día en que partieron las naves: el 3 de agosto. Justo el día que los Reyes Católicos habían fijado como el último para que todos los judíos abandonasen sus reinos. ¿Mera coincidencia?
Tomado de El Gueto de las Ideas: http://guetodeideas.blogspot.mx/2010/11/cristobal-colon-el-desconocido-3era.html
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