El arquetipo |
La muy falsa y mentirosa historia oficial, en uno de sus tantos mitos, nos cuenta que durante la madrugada del 16 de septiembre de 1810, en el pueblo de Dolores, en la intendencia de Guanajuato, el cura Miguel Hidalgo y Costilla “dio inicio a la lucha por la Independencia de México”.
Nada más falso. Sólo realizó absurdas y criminales acciones que retrasaron la Independencia once años, hasta que el Padre de la patria, don Agustín de Iturbide, la realizó sagaz y heroicamente, sin disparar ni un solo tiro.
Inteligente y culto, Hidalgo había sido rector del Colegio de San Nicolás, en Valladolid (hoy Morelia) y responsable del curato de Colima y de San Felipe Torresmochas, antes de hacerse cargo del de Dolores, en 1803.
Lector de los enciclopedistas, simpatizó con las ideas de libertad, igualdad y fraternidad que difundían las logias masónicas. Y se hizo masón cosa absolutamente incompatible con su carácter de católico y de sacerdote.
Nada más falso. Sólo realizó absurdas y criminales acciones que retrasaron la Independencia once años, hasta que el Padre de la patria, don Agustín de Iturbide, la realizó sagaz y heroicamente, sin disparar ni un solo tiro.
Inteligente y culto, Hidalgo había sido rector del Colegio de San Nicolás, en Valladolid (hoy Morelia) y responsable del curato de Colima y de San Felipe Torresmochas, antes de hacerse cargo del de Dolores, en 1803.
Lector de los enciclopedistas, simpatizó con las ideas de libertad, igualdad y fraternidad que difundían las logias masónicas. Y se hizo masón cosa absolutamente incompatible con su carácter de católico y de sacerdote.
Por sus ideas avanzadas –en realidad no eran avanzadas, sino anticatólicas–, el cura Hidalgo fue perseguido por la Inquisición muchos años antes de que su revuelta criminal del 16 de septiembre de 1821.
El tipo |
Excomunión y condena. El 24 de septiembre de 1810, Manuel Abad y Queipo, obispo de Michoacán, publicaba un edicto de excomunión contra Hidalgo, y amenazaba a sus seguidores con aplicarles la misma pena, exigiéndoles “que se restituyan a sus hogares y lo desamparen dentro del tercero día siguiente inmediato al que tuviere noticia de este edicto…”. Además de condenar la rebelión contra España, alegando que los españoles y los criollos tenían los mismos intereses y que la guerra acabaría con la riqueza del Virreinato –cosa que resultó trágicamente cierta–, Abad y Queipo censuró el uso que hacía Hidalgo de la virgen de Guadalupe como estandarte de la lucha popular, considerándolo “sacrilegio gravísimo”, porque con la Virgen al frente incitaba al odio, la guerra, el pillaje, las violaciones y toda clase de crímenes.
El 13 de octubre del mismo año, a menos de un mes del inicio de su revolución anárquica, la Inquisición retomó el proceso contra Hidalgo que tenía guardado desde 1800, del que resultaba “probado el delito de herejía y apostasía de nuestra fe católica”, por parte del falso héroe, a quien los inquisidores calificaban como “un hombre sedicioso, cismático y hereje formal”.
Pero ahora, además de condenar a Hidalgo porque consideraba “inocente y lícita la polución y fornicación, como efecto necesario y consiguiente al mecanismo de la naturaleza”, se le juzgaba, sobre todo, por haber iniciado la lucha contra la dominación española, “poniéndolos al frente de una multitud de infelices que habéis seducido, y declarando guerra a Dios, a su santa religión y a la patria…”.
El 7 de febrero de 1811, el tribunal ampliaba los cargos contra Hidalgo, listando un total de 53 “enormes crímenes”, como los siguientes: que desde hace años había abandonado sus deberes parroquiales, llevando una vida “escandalosa” con “gente villana que comía, bebía, bailaba y puteaba perpetuamente en su casa…”; que estuvo “amancebado” con una mujer durante mucho tiempo; que era admirador de la masónica, sionista y anticatólica Revolución Francesa y enemigo de la monarquía; que negaba la existencia del infierno y de los demonios. También se le hacía responsable de las muertes y robos contra los españoles cometidos por los insurgentes; se añadía: “Es de presumir que este reo haya cometido otros crímenes más o menos graves”, y se le declaraba “hereje formal, apóstata de nuestra sagrada religión católica, deísta, materialista, y ateísta, reo de lesa majestad divina y humana, libertino, excomulgado, sedicioso, revolucionario, cismático, judaizante, luterano, calvinista, blasfemo, enemigo implacable del cristianismo y del Estado, seductor protervo, lascivo, hipócrita, astuto, traidor al rey y a la patria”.
Aprehendido por las tropas realistas el 21 de marzo de 1811 en la Acatita de Baján, Coahuila, Hidalgo fue degradado por las autoridades eclesiásticas el 29 de julio en Chihuahua.
Ese mismo día, se le comunicó a Hidalgo la pena de muerte y confiscación de todos sus bienes, que contra él decretaban las autoridades civiles, sentencia que escuchó de rodillas. Lo único admirable de este contradictorio personaje es que se arrepintió, abjuró de sus errores, pidió perdón de sus pecados, y murió en el seno de la Santa Madre Iglesia. esto merece admiración y respeto.
Luego del fusilamiento, que tuvo lugar a las siete de la mañana del día 30 de julio, se expuso su cadáver en la plaza pública y su cabeza, junto con las de los caudillos Allende, Aldama y Jiménez, fueron expuestas en la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, con la siguiente inscripción: “Las cabezas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, insignes facinerosos y primeros caudillos de la revolución, que saquearon y robaron los bienes del culto de Dios y del real erario, derramaron con la mayor atrocidad la inocente sangre de sacerdotes fieles y magistrados justos; fueron causa de los desastres, desgracias y calamidades, que experimentamos, y que afligen y deploran los habitantes de esta parte tan integrante de la nación española”.
En 1996, mi padre, Don Salvador Abascal, publicó en su editorial Tradición el folleto titulado “El Cura Hidalgo de Rodillas”, donde repite la acusación de Abad y Queipo, de que Hidalgo usó a la virgen de Guadalupe como “bandera de odio y exterminio” y lo juzga, objetivamente, como un “cínico mujeriego”, “sacerdote abarraganado” (es decir, con mujer), “por sensual y extrovertido, valiente y astuto cuando le era conveniente serlo”.
Lo acusó, con docenas de pruebas documentadas, de haber sido astuto, falso, engañador y que pecaba “con frenesí”, “atolondradamente, pero sin ulterior pensamiento”.
Con motivo de una polémica sobre la excomunión de Hidalgo, el 4 de enero de 2010, en entrevista transmitida por Televisa Guadalajara, el cardenal Juan Sandoval Iñiguez explicó: “Si excomulgaron a ese cura no fue porque se haya levantado en armas, que quede claro, sino porque ya levantado en armas fue y anduvo violando conventos y ciudades, asesinando a miles de inocentes para sacar los bienes o para ultrajar a las religiosas…”.
Esta es la verdadera historia. Lo demás: falacias convencionales y convenientes dirigidas al pueblo, con la única intención de mantenerlo ignorante para continuar la corrupta lucha del dominio masón e intereses personales de unos cuantos
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