La poderosa síntesis tomista descansa, como en su más profundo cimiento, en la doctrina aristotélica del acto y la potencia. Esto esperamos demostrarlo a continuación. Más, precisamente este afianzamiento del aquinate sobre una determinada teoría fundamental, es para muchos piedra de tropiezo. A sus ojos, no sólo amenaza al progreso, sino que compromete incluso la revelación divina, la cual, como fuente de la verdad absoluta, no necesita de ningún determinado sistema filosófico de origen humano. Afirmar tal cosa sería hacer depender lo absoluto de lo relativo, sería incluso poner en tela de juicio el absolutismo del cristianismo. Además, sabido es para todo el que estudia la historia que la investigación y filosofía patrísticas se apoyaban, eminentemente sobre bases platónicas. ¡Cuántas veces en la antigüedad, e incluso los tiempos modernos, se proclamó a Platón precursor del cristianismo!. Por consiguiente, Tomás parece haber ocasionado con su concepción una ruptura entre la escolástica y la patrística, estructura que se manifiesta tanto más probable, si se consideran las repetidas prohibiciones de Aristóteles por parte de la Iglesia en el siglo XIII.
Nos vemos obligados a salir, ya aquí, al paso de estas objeciones, que, a los ojos de algunos, proyectan sobre la persona del aquinate una luz peculiar.
A
La doctrina aristotélica del acto y la potencia, y la revelación.
Cierto es que lo absoluto no depende de lo relativo. Al contrario: depende lo relativo de lo absoluto. Pero esto no se sigue que entre lo relativo y lo absoluto no exista y tenga que existir una conexión interna y necesaria, precisamente porque lo relativo depende del absoluto y, si no, no sería relativo. Así, ya el estagirita distinguió entre un ser absolutamente necesario -Dios-y cosas relativamente necesarias, que están condicionadas por el primer. Así, las esencias de las cosas son internamente necesarias e inmutables a causa de Dios, que, a causa de sí mismo, no puede cambiarlas. Quien no sea absolutamente evolucionista acatará este principio. Quien se imaginará el absolutismo el cristianismo en el sentido de que Dios hubiera cambiar todo lo relativo arbitrariamente, según el tiempo y las circunstancias, llegaría inevitablemente a ser víctima tanto del voluntarismo como del agnosticismo absolutos. Por eso, para nosotros son falsas ambas afirmaciones: lo absoluto depende de lo relativo, y lo relativo es independiente del absoluto. Como aclaración del problema, véase lo siguiente.
Es profundamente tomista el decir: de suyo, la revelación, y, por consiguiente, la fe, no expresa ninguna relación necesaria con la filosofía y, por tanto, tampoco necesita de la filosofía, pues es obra de la fuerza sobrenatural de la gracia. En este sentido, lo absoluto y divino es totalmente independiente de lo humano y relativo. Pero, si a una verdad revelada se aplica al mismo tiempo una determinada explicación filosófica, ésta implica, positiva o negativamente, una relación interna y necesaria con la revelación; es decir, o armoniza con la revelación o está en oposición a ella. Así, pues, científicamente, toda filosofía está, en un caso dado, en relación necesaria con la revelación, en virtud de la unidad de la verdad. Así, la relación estará siempre, por necesidad interna, en oposición con el materialismo.
Y la pregunta: ¿expresa la doctrina del acto y la potencia o filosofía del ser y devenir semejante relación internamente necesaria con la revelación? Contestamos a ella afirmativamente sin vacilar. Tres posiciones, y sólo tres, son posibles ante nuestra pregunta: la de la filosofía del mero devenir, la de la filosofía del mero ser y, finalmente, la de la filosofía del ser y devenir.
La filosofía del mero devenir, que rechaza todo ser permanente e inmutable, se opone contradictoriamente, por tanto, por necesidad interna, a los artículos de la fe sobre la inmutabilidad de Dios y de sus leyes y planes eternos. La filosofía del mero ser, que no admite ni la multiplicidad ni la mutación, se opone también contradictoriamente y, por tanto, por necesidad interna, a los artículos de la fe sobre la creación y sobre la encarnación de Cristo, sobre su pasión, muerte y resurrección. En consecuencia, sólo la filosofía del ser y devenir es, por necesidad eterna, conciliable con la revelación. Por tanto, es incontrovertible esta afirmación: científicamente, el cristianismo sólo podía moverse en el campo de la doctrina del acto y la potencia. Cuán profunda y fundamental será esta relación interna y necesaria de la doctrina del acto y la potencia con la revelación, salta a la vista con mayor evidencia aún, si consideramos que lo que representa en Dios lo más profundo y garantiza su absoluta infalibilidad como fuente de la revelación, por nada puede ser expresado científicamente con más profundidad que por su absoluta realidad –actus purus-. Y, al mismo tiempo, que la raíz fundamental de la caducidad inmutabilidad de las criaturas encuentra en su potencialidad la última y más profunda explicación.
Por consiguiente, el sentido nuestra tesis es éste: una filosofía cristiana, una síntesis cristianamente científica, tiene que apoyarse en la doctrina aristotélica del acto y la potencia, en orden a la revelación. En este sentido, se puede también afirmar sin error: Aristóteles es más cristiano que cualquiera otro filósofo del paganismo. Esta postura sólo podría, en definitiva, ser combatida por quien, como absoluto relativista y evolucionista, haya proclamado la absoluta mutabilidad de la verdad divina y natural. Pero esto sería la ruina de toda filosofía y revelación a un tiempo.
B
La doctrina aristotélica del acto y la potencia en la filosofía patrística-agustiniana.
La síntesis tomista se apoya en Platón y Aristóteles, pero fundamentalmente en el último, como padre de la doctrina científica del acto y la potencia. Con esta observación inicial queda dicho mucho. Con ella queda dicho que aquí no tenemos nada que ver con aquellas prohibiciones de Aristóteles en el siglo XIII, porque tales prohibiciones no tenían nada que ver con la doctrina del acto y la potencia. Por otra parte, con aquella observación hemos vendido ya el puente desde Tomás a sus antecesores cristianos, cuyo mérito quisiéramos destacar aquí de manera especial.
Como siempre, también en la época patrística hay que distinguir una doble filosofía: la filosofía de la vida o del sano sentido humano y la concepción del mundo, científica y sistemática.
Una manifiesta contradicción con las evidentes exigencias del sano sentido humano, es decir, con la filosofía de la vida, con la actividad práctica de cada día, acabará siendo fatal para toda filosofía científica, porque, con ello, la misma razón humana que especula sufre violencia en el terreno práctico. La filosofía práctica de la vida ha admitido siempre, y siempre admitirá, el ser y el devenir, la unidad y la multiplicidad en las cosas, porque, si lo uno y lo otro, ni siquiera podría negar lo uno o lo otro. Tal sucedió también entre los padres de la Iglesia y los escritores patrísticos; con lo cual se encontraban en el campo aristotélico tanto como en el cristiano. La fe les hablaba del ser y del devenir, lo mismo que la sana ratio, la sana razón humana. Y, al adoptar el tomismo, siguiendo a Aristóteles, como base científica de su síntesis, la doctrina del acto y la potencia, no sólo no se produjo entre él y la patrística ninguna sima, ninguna ruptura, sino una completa armonía. Ante el foro de la sana filosofía de la vida, los padres de la Iglesia eran aristotélico es en el fondo, mucho antes de que en la era cristiana se diera un aristotelismo científico. En este sentido, no es erróneo afirmar: ¡la filosofía del ser y devenir fue el más profundo supuesto y fundamento de toda la filosofía cristiana, de toda la filosofía perenne!
Es cierto que, científicamente, rara o ninguna vez se encontrará en los padres de la Iglesia y escritores patrística os una exposición cohesiva sobre el acto y la potencia. Ni siquiera San Agustín, que conocía por Plotino la doctrina del acto y la potencia, fue llevado por esta doctrina, en sus dos comentarios al Génesis, a una clara concepción de la materia prima como pura potencia. Los motivos de todo esto radican en las circunstancias de la época. La filosofía patrística, a pesar de sus profundísimas especulaciones aisladas, no constituía aún una síntesis, y, por consiguiente, aún no poseía un hogar propio. No era más que el escudero de la fe, y en sus duros e ingeniosos duelos le proporcionaba el platonismo, con su trascendentalismo y ejemplarismo, que Plotino fomentó grandemente y San Agustín hizo suyo, modificándolo, armas agudísimas para defensa del cristianismo. De aquí la tesis sobre "Platón precursor del cristianismo". Todos sabemos qué riqueza de ideas sacó Tomás de esta fuente platónico-agustiniana. Pero también este trascendentalismo y ejemplarismo platónico lo incorporó científicamente a su síntesis a base de acto y potencia.
Poco a poco, con esto entramos ya en el campo de la primitiva escolástica, se va destacando más y más como teoría la doctrina del acto y la potencia. Ciertas tendencias fuertemente monísticas, sobre todo la de Escoto Eriugena y la de los místicos extremados, lo pedían así. Influencia más decisiva sobre los agustiniano, la consiguió la doctrina científica del acto y la potencia gracias a la aparición de la literatura arábigo-aristotélico-judaica, en la segunda mitad del siglo XII, y luego sobre los grandes maestros de París a principios del siglo XIII, como Guillermo de París, Alejandro de Hales, Juan de Rupella y finalmente, sobre Alberto y Buenaventura. Los platónicos y agustiniano los cristianos entran así en la serie de los grandes y meritísimos precursores de la síntesis tomista. Con esto queda ya trazada con suficiente claridad la línea fundamental que une a Tomás con los padres de la Iglesia y con el Agustinismo. Más adelante hablaremos aún de esto con mayor detalle.
C
La doctrina aristotélica del acto y la potencia y el progreso.
También el temor de que el afianzamiento del atomismo sobre la filosofía aristotélica del ser y el devenir pudiera perjudicar al progreso es infundado. ¡Al contrario! La doctrina del acto y la potencia como base inscribe el progreso como lema en la bandera del tomismo. Esto es verdad por dos motivos:
1) en primer lugar, la posibilidad de todo progreso depende de la doctrina del acto y la potencia. ¿Acaso no es así? La filosofía del mero ser, con su absoluta identidad del ser, suprime toda mutación y multiplicidad; y, con ello, todo crecimiento y auge, es decir, todo progreso en el saber. La filosofía del mero devenir, con su absoluto y total devenir, sin ser, excluye todo sujeto del devenir, al cual pudiera añadirse algo nuevo, y, por consiguiente, suprime también todo progreso en el saber. En ese terreno se movían y se mueven los aquellos modernistas y evolucionistas que han proclamado la absoluta mutabilidad de la verdad. Son enemigos del progreso. La Iglesia, al proscribir este modernísimo y fundamental error, ha prestado a la ciencia el mayor servicio. Lo con ello ha dado también la prueba más decisiva de con falsa es aquella afirmación, según la cual, ella habría adoptado, en el transcurso del tiempo y de los siglos, los más diversos y heterogéneos sistemas filosóficos.
En consecuencia, ¡sólo la filosofía del ser y devenir hace posible cualquier verdadero progreso!
2) es, incluso, la única que en principio abre el camino para un progreso infinito. En realidad, el progreso humano será siempre limitado, porque, fuera de Dios, no será ni puede darse ningún infinito en acto. Pero, supuesta la doctrina del acto y la potencia, es posible un infinito progreso humano, porque para el espíritu humano, que está ordenado potencialmente a lo infinito, no hay límites determinados. Y, como quiera que esta posibilidad infinita radica en la íntima esencia del entendimiento espiritual y, al mismo tiempo, puede efectuarse diversamente según los individuos, pueblos, naciones, razas y meridianos, según la preparase científica, las disposiciones físicas, los climas y el genio del pueblo, el progreso puede ser, en atención a todas estas circunstancias, indescriptiblemente vario y diverso. Pero todo esto sólo es posible sobre la base de la filosofía del ser y devenir. Esta filosofía, con su infinito en potencia como objeto del orden filosófico natural, es un reflejo del divino infinito en acto. ¡En esto radica, ciertamente, la dignidad suprema de la filosofía tomista! ¡La doctrina del acto y la potencia se la otorga!
Tomado del libro "La esencia del tomismo", de Manser.
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