"No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo." Don Francisco de Quevedo.

BARRA DE BUSQUEDA

viernes, 7 de junio de 2013

EL “ESPÍRITU CRÍTICO” DE LA CULTURA OCCIDENTAL: Por Federico Mihura Seeber.

Es notable lo que se puede aprender, de la necedad de los agnósticos.

Vargas Llosa no es, él, un necio, pero lo hace necio su agnosticismo. Y lo mismo de su impugnado Niall Ferguson, en el artículo de “La Nación”del 14 de enero de 2013, “Apogeo y Decadencia de Occidente”.

Parece que el tal Ferguson expone la opinión, —en “Civilización: Occidente y el resto”—, poco original, sin duda, de que Occidente declina y, previsiblemente, Asia, encabezada por China, se prepara para tomar el relevo en su liderazgo global. (El “Ocaso de Occidente” de Spengler, va ahora en serio.)

Vargas Llosa reconoce la cosa, pero niega que Occidente vaya a declinar del todo. Es más, según dice, la cultura occidental tiene fuelle para rato. ¿Cuál es la razón? Ésta: que la base de la cultura occidental ha sido el “sentido crítico”, que Occidente conserva y los orientales no tienen.

Lo cual se puede decir que es verdad, en cierto modo. ¿En qué modo? En el de que el “espíritu crítico” es un aspecto fundamental de la ciencia y el desarrollo tecnológico. Constituye el alma de la cultura racional, filosófico científica, que impregna la cultura occidental, desde Grecia.

Pero no es en ese sentido en que lo hace valer Vargas Llosa. O, si lo hace, es jugando con un equívoco. Porque alega que se preserva en Occidente el “espíritu crítico” con un ejemplo enteramente necio: estúpido. Hace valer una experiencia americana reciente: la de la condena de la opinión yanqui mediatizada —en una función de cine contestatario— contra los modos duros del Estado yankee. (Por supuesto, los “modos duros” condenados son, en el caso, abominables: las torturas de los terroristas islámicos y los asesinatos selectivos. Pero esa es otra cuestión.)

Y bien: ese “sentido crítico” no tiene nada que ver con la superioridad de la cultura occidental. Tiene que ver, al contrario, con su declinación. La “mala conciencia” en el ejercicio del poder y la supremacía es lo que ha sido inducido en Occidente para que decline. Esta es la necedad de Vargas Llosa.

La necedad de su impugnado no es tan manifiesta. Pero no es para nada original. Es una necedad por cortedad de miras, pero que tiene una ya larga tradición en la ideología moderna. Por cortedad de miras, digo, porque cuenta con una verificación evidente, aunque mal interpretada. Es la opinión según la cual la potencia expansiva moderna de la cultura occidental le vino de la revolución industrial y del capitalismo, que se desarrollaron en los países anglosajones, por influjo de la religión protestante-calvinista. Esto es evidente, y Weber dio las razones. (Y Vargas Llosa, a quien se le ha dado últimamente por reconocer algunos valores al catolicismo, insinúa un “descargo” de este último, aduciendo un muy discutible papel de los países católicos en el desarrollo del capitalismo).

Pero, como digo, “cortedad de miras”. Porque no se computa el hecho de que ningún desarrollo tecnológico-científico ni económico-capitalista hubiera sido posible, sin el antecedente de siglos de cultura intelectual, filosófica y teológica, que floreció, no en medios anglosajones-calvinistas, sino católicos europeos: latinos y, también, anglosajones y germánicos. Fue la gran cultura universitaria, greco latina y católica: aquella en la que se nutrió, precisamente, el “espíritu crítico” científico y creador. Ese que resplandece con rigor y autenticidad inigualable, por ejemplo, en la “Suma Teológica” y en las “Cuestiones Disputadas” de Santo Tomás.

Sin eso, no hubiera sido posible el portentoso desarrollo científico-tecnológico y económico que avaló la expansión universal, sin antecedentes históricos, de la cultura occidental. Y es que, esto último, no fue sino el fruto práctico del espíritu crítico plasmado en el ámbito especulativo.Y que se dio cuando el hombre occidental, cansado de mirar “para arriba”, aplicó su entrenamiento científico a labrar el “Regnum hominis super terram”, con Bacon de Verulam, y profanó su espíritu religioso en la “ascética intramundana” del capitalismo calvinista.

Este es, pues, el “espíritu crítico” que explica la superioridad de la cultura occidental, el espíritu crítico científico-racional.

¿Y qué del otro? ¿Qué del espíritu crítico alegado por Vargas Llosa como base del poder expansivo de la cultura occidental, la auto-crítica democrática, la “objeción de conciencia” y la “cola de paja” en el ejercicio del poder?

Una cosa es evidente: no hay atisbos de él, a la hora de la expansión imperialista de esa misma cultura occidental. No la hubo, sin duda, en los súbditos del Imperio Británico cuando Kipling, su inspirado poeta, cantaba sus glorias. No la hubo, entre los ciudadanos de los Estados Unidos del “destino manifiesto”, cuando sus jefes masacraron a los pieles rojas y se robaron la mitad de México. Si se quiere atribuir la superioridad de la cultura occidental a esta su expresión “fáustica” moderna, no se olvide que ella fue acompañada de la más rotunda ignorancia de algún “espíritu crítico” en el sentido de Vargas Llosa. Sino más bien al contrario, de la más a-crítica seguridad de su propia superioridad sobre cualquier otra cultura.

El “espíritu crítico” que dice Vargas Llosa, este que inspirara el film neoyorquino, “ferozmente auto crítico”, “aplaudido a rabiar por los espectadores que «repletaban» (sic) la sala”, y que le hace pensar que la “cultura occidental tiene fuelle para rato”es, en realidad, el que preside la terminal decadencia político-cultural de Occidente. Y aunque tiene una lejana relación con el otro, como su derivación morbosa, es algo inducido en el espíritu del Occidente moderno por sus enemigos internos.

Vargas Llosa ve también lo obvio: que el vertiginoso avance tecnológico y económico de los gigantes de Oriente, heredado de Occidente, no se acompaña de los modos políticos democráticos ni de la auto crítica del último. Se acompaña, al contrario, del autoritarismo político y del fundamentalismo. Pero tiene fe en que allí también se “abrirá camino la democracia”… ¡La inocencia te valga, ingenuo! Porque, ahora, el turno del “destino manifiesto” le ha llegado.. a China.

Occidente —y sus enemigos internos— han puesto en mano de los orientales su inmenso potencial tecnológico y bélico, efecto práctico de la inteligencia crítica en el primer sentido, al tiempo que nacía en él el espíritu crítico en el segundo sentido: la mala conciencia y el complejo de culpa. Pero los beneficiarios de esta herencia no sufren de una cosa ni de la otra: son dogmáticos y fundamentalistas. ¿Se privarán de ejercer su supremacía, cuando Occidente, que antes los tuvo sometidos, se encuentra corroído por las lacras del escepticismo y el hedonismo?

A mil setecientos años de distancia, un cristiano —y no de los más sabios— supo anticipar lo que nos está pasando, o a punto de pasarnos, mucho mejor que estos nuestros “inteligentudos” agnósticos actuales: “El nombre romano será borrado de la tierra, y el imperio volverá al Asia. Y entonces, Oriente dominará y Occidente servirá” (Lactancio: “Inst. Div.”, 6, 5).

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