"No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo." Don Francisco de Quevedo.

BARRA DE BUSQUEDA

martes, 25 de octubre de 2011

HALLOWEEN, MUERTE DE LA BELLEZA: Apuntes en el Cuaderno de Bitácora.


Muere la belleza en Méjico, se bosqueja el final de la romántica y delicada honra a los muertos, se impone la victoria de la telebasura, el 'opinionismo', el mal gusto y la falta de trascendencia y delicadeza intelectual. Triunfó el Halloween a la mejicana: calabazas, brujas, monstruos, "zombis" y esperpentos, disfraces ridículos y siniestros, bromas sin sentido y rituales importados representan una grotesca caricatura existencial de lo que en Irlanda y Estados Unidos es tradición y en Méjico mascarada. Fea vulgaridad en el trato con la muerte frente a la mística del recuerdo de los difuntos amados, mística que estas líneas refieren no tanto al hecho religioso como herencia grecorromana, judía, celta, cristiana, visigoda, árabe y pagana de nuestros antepasados sino como romántico impulso del corazón que evoca a los que fueron su sangre de amor y ternura. No es éste un artículo únicamente de apología de la belleza de la liturgia católica el día de Difuntos sino, mejor, un grito apasionado en defensa de nuestra identidad cultural, histórica y ancestral frente a la conquista yankee de las costumbres y ritos milenarios del Méjico prehispánico y del Méjico hispano. Y no se critica, insisto, Halloween en los pueblos de raíz anglosajona, donde tiene sentido como legado celta y cristiano en memoria de los difuntos en Irlanda y Norteamérica.



[...] Halloween, despojado de su religiosidad y trascendencia para Irlanda y sus nietos estadounidenses, se metamorfosea en [...] una fiesta consumista, inculta y fea que para la mayoría de los jóvenes [...] ha suplantado el contenido humanista y espiritual, romántico y místico, del Día de Difuntos y el de Todos los Santos. Resulta penoso comprobar cómo los [...] que critican a los Estados Unidos, desprecian sus virtudes de laboriosidad, casi ausencia de envidia, patriotismo sincero, honestidad, generosidad y rectitud, enjuician con aire de suficiencia su sistema democrático, ridiculizan su modo de vida [...], ofenden su bandera y "odian" su cultura, sin embargo, visten como ellos, consumen hamburguesas y comida basura, cambian los Reyes Magos por el icono coca-colero del "Papá Noel", cantan su música, ven su cine, leen sus best-seller, y ahora truecan la honra a los muertos por una fiesta presidida por una calabaza sonriente, iluminada y desdentada.

Chesterton, en su artículo «Las costumbres funerarias», escribió que «Esparcir flores sobre una tumba es simplemente el modo en el que una persona normal comunica con un gesto cosas que sólo un gran poeta podría expresar con palabras». Todavía los cementerios de Méjico acogen el gesto poético, existencial, romántico y místico de depositar flores en la tumba del ser amado, mientras los labios del corazón pronuncian una plegaria religiosa o agnóstica mas, siempre, beso de amor en la memoria del amado ausente. Un rito sublime en su delicada hermosura cultural, mística y afectiva ahogado por la risa huera de una calabaza iluminada, por soniquetes mal traducidos entonados por autómatas del guiñol del consumismo festivo en vez del misterio sonoro de un miserere, un responso o un rosario por el eterno descanso de un alma, por ropajes que disfrazan la muerte de charada cuando, sin Dios, la gran charada es la muerte. Los jóvenes [...] envenenados por la telebasura y la vaciedad de sus líderes culturales, religiosos y familiares, desconocen que para saber vivir hay que saber morir, y que, como el agnóstico Octavio Paz razonó en su ensayo «Todos santos, días de muertos», «es inútil excluir a la muerte de nuestras representaciones, palabras e ideas, porque ella acabará por suprimirnos a todos y en primer término a los que viven ignorándola o fingiendo que la ignoran».

Los adoradores [...] de la calabaza colman los versos de García Lorca en la 'Danza de la Muerte': «Pero no son los muertos los que bailan, estoy seguro, son los otros los que bailan con el mascarón y la vihuela», y [...] bailan los que deberían arrodillarse ante la tumba de un antepasado, meditar entre los panteones y nichos de un camposanto solitario, detenerse ante una cruz sin nombre o adornar con una flor una tumba abandonada. Bailan cuando deberían llorar, gritan cuando deberían musitar una oración o una poesía, juegan cuando ni la vida ni la muerte son un juego. El ruido, la algarabía y la vaciedad de Halloween gangrena el alma, antaño hermosa en su místico trato con la muerte, de Méjico.

Recita el poema «Se está muriendo el Otoño», de Juan Ramón Jiménez: «Es un silencio de parques olvidados; huele a tierra de cementerio, y se oye la lluvia en la fronda muerta. Y a la triste claridad de la luna amarillenta, un ruiseñor llora dulces preludios entre la niebla». Sin silencio, sin olor a tierra de cementerio, a la triste claridad de la luna, se pierde hoy en la niebla de la ignorancia [...] el recuerdo de los difuntos y el trato místico con la inseparable muerte: no saben los mejicanos que, viviendo sin meditar que vamos a morir, está muriendo Méjico.

CARTAS SELECTAS: La fe.

J.R.R. Tolkien.
1 de noviembre de 1963 76 Sandfield Road, Headington, Oxford.


Mi muy querido M.:


Gracias por escribirme... ¡largo por fin! No creo que hayas heredado de mí el disgusto por escribir cartas, sino la incapacidad de escribir brevemente. La cual significa, de manera inevitable, rara vez en tu vida (y en la mía). Creo que a los dos nos gusta escribir cartas ad familiares; pero estamos obligados a escribir tanto por «negocios», que nos fallan el tiempo y la energía.


Lamento mucho que te sientas deprimido. Espero que en parte esto sea consecuencia de tu dolencia. Pero me temo que constituye sobre todo una aflicción ocupacional y también una enfermedad humana casi universal (en cualquier ocupación) asociada con tu edad... Recuerdo con bastante claridad la época en que tenía tu edad (en 1935). Había vuelto 10 años antes (todavía inocente y confiado, lleno de las ilusiones de la juventud) a Oxford; me disgustaban ahora los estudiantes y todo su estilo y había empezado realmente a conocer a los catedráticos. Años atrás había rechazado como repugnante cinismo propio de una persona vulgar las palabras de advertencia que me había dicho el viejo Joseph Wright: «¿Qué buscas en Oxford, muchacho?» «Una universidad, un lugar de aprendizaje.» «¡Por el contrario, muchacho, es una fábrica! ¿Y sabes lo que hace? Yo te lo diré. Está haciendo honorarios. Métetelo en la cabeza y empezarás a comprender lo que sucede.»


En 1935, ¡ay!, supe que eso era perfectamente cierto. De cualquier modo, como clave para la conducta de los catedráticos. Perfectamente cierto, pero no toda la verdad. (La parte más grande de la verdad está siempre escondida, en regiones fuera del alcance del cinismo.) Se me aplicaron tácticas obstruccionistas y fui estorbado en mis esfuerzos (como profesor de clase B con sueldo reducido, aunque con deberes de clase A) por el bien de la asignatura y la reforma de la enseñanza, por intereses creados de becas y honorarios. Pero al menos no he sufrido como tú: nunca se me obligó a enseñar nada que no amara (y amo) con inextinguible entusiasmo. (Salvo por un breve tiempo después de mi cambio de Cátedra en 1945: fue espantoso.)


La devoción a la «enseñanza» como tal y sin referencia a la propia reputación es una elevada vocación y en cierto sentido hasta una vocación espiritual; y puesto que es «elevada» inevitablemente es rebajada por falsos hermanos, por hermanos cansados, por el deseo de dinero[1] y por orgullo: la gente que dice «mi asignatura» y no quiere decir con ello la asignatura en la que me encuentro humildemente empeñado, sino la asignatura que yo engalano o he «hecho mía». Ciertamente esta devoción por lo general se degrada y se mancilla en las universidades. Pero aún está allí. Y si se las clausurara con desprecio, desaparecería de la faz de la tierra... hasta que se las restableciera para corromperse otra vez a su debido tiempo. La mucho más elevada devoción a la religión posiblemente no puede escapar al mismo proceso. Por supuesto, es degradada en cierta medida por todos los «profesionales» (y por todos los cristianos que profesan), y por algunos, en diferentes épocas y lugares, ultrajada; y como el objetivo es más elevado, la desventaja parece (y es) mucho peor. Pero no se puede mantener una tradición de enseñanza o de verdadera ciencia sin escuelas y universidades, y eso significa maestros y catedráticos. Y no se puede mantener una religión sin una iglesia y ministros; y eso significa profesionales: sacerdotes y obispos... y también monjes.[2] El vino precioso debe (en este mundo) tener una botella[3] o algún sustituto aun menos valioso. Por mi parte, he comprobado que me he vuelto menos cínico, no lo contrario, recordando mis propios pecados y locuras; y me doy cuenta de que el corazón de los hombres a menudo no es tan malo como sus actos, y rara vez tan malo como sus palabras. (Especialmente a nuestra edad, edad de escarnio y de cinismo. Estamos más libres de la hipocresía, pues no «cuadra» profesar santidad o sentimientos del todo elevados; pero es una edad de hipocresía invertida como el ampliamente difundido esnobismo de la actualidad: los hombres profesan ser peores de lo que son.)...


Pero tú hablas de «fe debilitada». Ésa es enteramente otra cuestión. En última instancia, la fe es un acto de voluntad, inspirado por el amor. Nuestro amor puede enfriarse y nuestra voluntad deteriorarse por el espectáculo de las deficiencias, la locura, aun los pecados de la Iglesia y sus ministros, pero no creo que alguien que haya tenido fe alguna vez, retroceda más allá de su límite por estos motivos (menos que nadie, quien tenga algún conocimiento histórico). El «escándalo» a lo más es una ocasión de tentación, como la indecencia lo es de la lujuria, a la que no hace, sino que la despierta. Resulta conveniente porque tiende a apartar los ojos de nosotros mismos y de nuestros propios defectos para encontrar un chivo expiatorio. Pero el acto de voluntad de la fe no es un momento único de decisión definitiva: es un acto permanente indefinidamente repetido, es decir, un estado que debe prolongarse, de modo que rezamos por la obtención de una «perseverancia definitiva». La tentación de la «incredulidad» (que significa realmente el rechazo de Nuestro Señor y Sus Demandas) está siempre presente dentro de nosotros. Una parte nuestra anhela contar con una excusa para que salga al exterior. Cuanto más fuerte es la tentación interior, más pronta y gravemente nos «escandalizarán» los demás. Creo que soy tan sensible como tú (o cualquier otro cristiano) a los «escándalos», tanto del clero como de los laicos. He sufrido mucho en mi vida por causa de sacerdotes estúpidos, cansados, obnubilados y aun malvados; pero ahora sé lo bastante de mí como para ser consciente de que no debo abandonar la Iglesia (que para mí significaría abandonar la alianza con Nuestro Señor) por ninguno de esos motivos: debería abandonarla porque no creo o ya no creería aun cuando nunca hubiera conocido a nadie de las órdenes que no fuera sabio y santo a la vez. Negaría el Santísimo Sacramento, es decir: llamaría a Dios un fraude en su propia cara.


Si Él fuera un fraude y los Evangelios, fraudulentos, es decir, episodios seleccionados con mala intención de un loco megalómano (que es la única alternativa), en ese caso, por supuesto, el espectáculo exhibido por la Iglesia (en el sentido del clero) en la historia y en la actualidad es una simple prueba de un fraude gigantesco. Pero si no, este espectáculo es, ¡ay!, sólo lo que era de esperar: empezó antes de la primera Pascua y no afecta a la fe en absoluto, excepto en cuanto podemos y debemos estar muy apenados. Pero deberíamos apenarnos por Nuestro Señor, identificándonos con los escandalizadores, no los santos, sin clamar que no podemos «tolerar» a Judas Iscariote, o aun al absurdo y cobarde Simón Pedro o a las tontas mujeres como la madre de Santiago, que trató de poner a sus hijos por delante.


Exige una fantástica voluntad de incredulidad suponer que Jesús nunca realmente «tuvo lugar» y más todavía para suponer que nunca dijo las cosas que de Él se han registrado, tan incapaz fue nadie en el mundo de aquella época de «inventarlas»: tales como «ante Abraham vine para ser Yo soy» (Juan, VIII); «El que me ha visto, ha visto al Padre» (Juan, IX), o la promulgación del Santísimo Sacramento en Juan, V: «El que ha comido mi carne y bebido mi sangre tiene vida eterna». Por tanto, o bien debemos creer en El y en lo que dijo y atenernos a las consecuencias, o rechazarlo y atenernos a las consecuencias. Me es difícil creer que nadie que haya tomado la Comunión, aun una vez, cuando menos con la intención correcta, pueda nunca volver a rechazarlo sin grave culpa. (Sin embargo, sólo Él conoce cada una de las almas singulares y sus circunstancias.)


La única cura para el debilitamiento de la fe es la Comunión. Aunque siempre es Él Mismo, perfecto y completo e inviolable, el Santísimo Sacramento no opera del todo y de una vez en ninguno de nosotros. Como el acto de Fe, debe ser continuo y acrecentarse por el ejercicio. La frecuencia tiene los más altos efectos. Siete veces a la semana resulta más nutritivo que siete veces con intervalos. También puedo recomendar esto como ejercicio (demasiado fácil es, ¡ay!, encontrar oportunidad para ello): toma la comunión en circunstancias que resulten adversas a tu gusto. Elige a un sacerdote gangoso o charlatán o a un fraile orgulloso y vulgar; y una iglesia llena de los burgueses habituales, niños de mal comportamiento -de los que claman ser producto de las escuelas católicas, que en el momento de abrirse el tabernáculo, se sientan y bostezan-, jovencitos sucios y con el cuello de la camisa abierto, mujeres de pantalones con los cabellos a la vez descuidados y descubiertos. Ve a tomar la comunión con ellos (y reza por ellos). Será lo mismo (o aun mejor) que una misa dicha hermosamente por un hombre visiblemente virtuoso, y compartida por unas pocas personas devotas y decorosas. (No pudo haber sido peor que la confusión suscitada por la alimentación de los Cinco Mil, después de la cual [Nuestro] Señor expuso la alimentación que estaba por venir.)


A mí me convence el derecho de Pedro, y mirando el mundo a nuestro alrededor no parece haber muchas dudas (si el Cristianismo es verdad) acerca de cuál sea la Verdadera Iglesia, el templo del Espíritu,[4] agónico pero vivo, corrupto pero sagrado, autor reformado y restablecido. Pero para mí esa Iglesia de la cual el Papa es la cabeza reconocida sobre la tierra tiene como principal reclamo que es la que siempre ha defendido (y defiende todavía) el Santísimo Sacramento, lo ha venerado en grado sumo y lo ha puesto (como Cristo evidentemente lo quiso) en primer lugar. Lo último que encomendó a san Pedro fue «Alimenta a mis ovejas», y como Sus palabras deben siempre entenderse literalmente, supongo que se refieren en primer término al Pan de la Vida. Fue en contra de esto que se lanzó la revolución del Oeste de Europa (o Reforma) -«la blasfema fábula de la Misa»- y la oposición entre las obras y la fe, un mero falso indicio. Supongo que la más grande reforma de nuestro tiempo fue la llevada a cabo por san Pío X:[5] sobrepasó cualquier cosa, por necesaria que fuese, que el Concilio[6] lograse. Me pregunto en qué estado se encontraría la Iglesia si no hubiera sido por ella.


¡Vaya disquisición tan alarmante y digresiva! ¡No pretende ser un sermón! No me cabe duda de que tú sabes todo eso y aún más. Soy un hombre ignorante, pero también solitario. Y aprovecho la oportunidad de hablar, que, estoy seguro, no aprovecharía nunca de manera oral. Pero, por supuesto, vivo preocupado por mis hijos: que en este mundo duro, cruel y burlón en el que sobrevivo, deben sufrir más ataques que los que yo he sufrido. Pero soy uno que ha salido de Egipto y ruego a Dios para que ninguno de los de mi simiente tenga nunca que volver allí. He sido testigo (comprendiendo a medias) de los heroicos sufrimientos y la muerte temprana en la extrema pobreza de mi madre, que fue la que me introdujo en la Iglesia; y recibí la asombrosa caridad de Francis Morgan.[7] Pero me enamoré del Santísimo Sacramento desde un principio, y por la misericordia de Dios no he vuelto nunca a caer: pero, ¡ay!, no he vivido a su altura. Os he criado a todos mal y os he hablado muy poco. Por maldad y por pereza casi he dejado de practicar mi religión, especialmente en Leeds, y en 22 Northmoor Road.[8] No es para mí el Lebrel del Cielo, sino la incesante llamada silenciosa del Tabernáculo, y la sensación de un hambre mortal. Lamento esos días con amargura (y sufro por ellos con toda la paciencia que se me concede); sobre todo porque fracasé como padre. Ahora rezo por vosotros todos, sin descanso, para que el Curador [Healer] (el Hælend como el Salvador era por lo general llamado en inglés antiguo) corrija mis defectos y ninguno de vosotros deje nunca de exclamar:Benedictas qui venit in nomine Domini.[9]


Por el momento, he superado mis dolencias y me siento tan bien como mis viejos huesos me lo permiten. Me estoy poniendo casi tan inflexible como un Ent. Llevo siempre mi catarro conmigo (y siempre lo llevaré); remonta a una nariz rota (y descuidada) durante un partido de rugby jugado en la escuela. El excelente doctor Tolhurst[10] insiste en que no tome drogas ni calmantes, salvo los específicamente prescritos por un médico, en particular cuando una infección especial se localiza en una zona débil susceptible de ataque...


Me interesa lo que dices de M[ichael] G[eorge][11] y el «anglosajón». Espero nuevas noticias. No entiendo (por supuesto) por qué el anglosajón haya de parecer difícil: no para la gente capaz de aprender otras lenguas (aparte de la propia). Por cierto, no es más difícil que el alemán y mucho más simple que el francés moderno, por ejemplo. ¡Y en cuanto al latín y al griego! De cualquier modo, recuerdo que el viejo Oliver Elton (otrora famoso profesor de Literatura Inglesa, pero también «lingüista» y traductor del ruso) me escribió después de una transmisión radiofónica que hice en la década del 30,[12] diciéndome que yo parecía entender la lengua, que a él le parecía más difícil que el ruso. Me es totalmente incomprensible; pero, por cierto, parece que el «A-S» es una especie de «criterio de prueba» para distinguir a los verdaderos lingüistas (los estudiantes y amantes de la Lengua) de los utilitarios. Espero que M.G. pertenezca a la primera de las categorías. Pero tiene otros talentos en medida suficiente.


No me hables del «Impuesto sobre la Renta» o me echaré a hervir. Retuvieron todas mis ganancias literarias hasta que me retiré. Y ahora, aun con la concesión (que, estoy seguro, el señor Callaghan[13] revocaría pronto) de que la Renta no pague impuestos adicionales (dentro de los límites de mis ganancias), el próximo mes de enero se me impondrá una multa de una suma tal, que mutilará mi deseo de distribuir cierto dinero con alguna largueza entre vosotros. Sin embargo, algo haré...


¡Es una lástima no haber solucionado la cuestión y dar con mi veta aurífera antes del 39![14] Pero mejor tarde que nunca ....



NOTAS:

[1] O aun la legítima necesidad de dinero.

[2] Cuando menos una vez fueron por cierto necesarios. Y si nos apenan y a veces nos escandalizan los que están cerca de nosotros, creo que debemos recordar la enorme deuda que tenemos contraída con los benedictinos y también recordar que (como la Iglesia) siempre han estado en situación de sucumbir ante Mammón y el mundo sin quedar nunca finalmente abrumados. El fuego interior no fue nunca extinguido.

[3] Para los que son capaces de quitar viejos corchos, el polvo y las telarañas no son siempre signos de un contenido indemne.

[4] No es que uno deba olvidar las sabias palabras de Charles Williams de que es nuestro deber cuidar del altar acreditado y establecido, aunque el Espíritu Santo puede enviar su fuego a otro sitio. Dios no puede ser limitado (ni siquiera por sus propios cimientos) de los cuales san Pablo es el ejemplo primero y fundamental- y puede utilizar cualquier canal para Su gracia. Aun amar a Nuestro Señor y ciertamente llamarlo Señor y Dios es una gracia y puede precipitarla aun en mayor abundancia. No obstante, hablando institucionalmente y no de almas individuales, el canal debe volver finalmente al curso ordenado, no manar por las arenas y perderse. Además del Sol, puede haber la luz de la Luna (aun lo bastante abundante como para leer); pero si se quitara el Sol, no se vería la Luna. ¿Qué sería hoy del cristianismo si la Iglesia Romana de hecho hubiera sido destruida?

[5] Posible referencia a la recomendación de Pío X de la comunión diaria y la comunión de los niños.

[6] El Segundo Concilio Vaticano (1962-1966).

[7] El tutor de Tolkien, fray Francis Morgan.

[8] Hogar de Tolkíen desde 1926 a 1930.

[9] Latín: «Bendito sea el que viene en nombre del Señor». (Del servicio de Comunión.)

[10] El médico clínico que atendía a Tolkien durante sus visitas a Bournemouth (que más tarde sería su residencia).

[11] El nieto de Tolkien, hijo de Michael, que estudiaba entonces Inglés en la Universidad de St. Andrews.

[12] Véase nota 5 de N° 19, que da detalles sobre esta emisión.

[13] James Callaghan, ministro fantasma de Hacienda del Partido Laborista, en la oposición por entonces. El Partido Laborista obtuvo el poder en 1964.

[14] Es decir, antes de 1931, lo que implica que El Hobbit fue escrito ese año. (Pero véase Una biografía, pág. 197.)

Fuente: "JRR Tolkien: Cartas". Carta 250 a su hijo Michael Tolkien. Trabajo realizado por H. Carpenter y C. Tolkien.

miércoles, 19 de octubre de 2011

FABULA "APRIETA": Por Leonardo Castellani.

Se agarraron al fin en una mañana tostada por un sol de enero, se agarraron como todo el mundo en el ribazo sabía que se te­nían que agarrar, hasta el infelicísimo, el distraidísmo Tatú.

-¿Sabe que su amiga, compadre Apereá, la-que-refala-sin-ruido, está buscando y me parece que va a encontrar?

-¡Por amor de Dios, hable bajo! -dijo el Cobaya, que tiembla de oír solamente el nombre de la venenosa.

-Yo no le tengo miedo, aunque tampoco la trato -dijo el Cascarudo-; pero me parece que la Iguana Verde le va a dar el vuelto.

-¡Ojalá Dios quiera! -silbó arriba el Cachilo-, ¡ojalá la mate! La Igua­na es mi amiga... No puede subir a los árboles. Pero temo que no la pueda.

-¡Amalaya se coman las dos! -dijo el pobre Cobaya palpitante.

-Amén, compadre. Pelearse se tienen que pelear, porque el ribazo es chico para dos matreros de esa ralea que comen los dos lo mismo y no poco cada día -dijo Tatú Mulita.

-¡Cristo, allá están! -gritó el Conejito de Indias, hundiéndose como un rayo en su cueva, porque se oyó a lo lejos el matraqueo siniestro y furioso del crótalo de la víbora.

Se habían agarrado. Sobre la curva sinuosa y parda de un caminito de perdiz venía el Lagarto corriendo un ratón; estaba la Cascabel ace­chando una rana, y se toparon. Ninguno de los dos iba a torcer, ningu­no de los dos iba a retroceder. ¿Podían retroceder? La Cascabel esta­ba enroscada en una negra bola repugnante, resorte tensionado y po­tentísimo que arrojaría su cabeza chata como un lanzazo sobre su ene­migo, así éste moviese no más un ojo; la Iguana, aplastado el cuerpo contra el polvo y estremecida en convulsiones de ira, saltaría fulmi­nante sobre su nuca, al primer descuido de la guardia. Parecía que ninguno de los dos se movía; y sin embargo la Víbora se contraía y re­plegaba todavía más, hinchándose su cuerpo negruzco como un bra­zo que hace fuerza; y la boca abierta y feroz del Lagarto se iba aproxi­mando imperceptible, línea por línea, punto por punto, con precau­ción infinita, jadeante, crispada...

¿Cuál de los dos ha saltado? Tan fulmíneo ha sido el golpe que el ojo más sutil no hubiera podido distinguirlo. Ha sido un mescolarse instantáneo de miembros, escamas, anillos, colas que golpean furiosas, patas verdes que arañan, vientres blancos, lazos mortíferos que se anudan, cuellos que forcejean, un solo monstruo disforme y proteico que agoniza frenético revolcándose en el polvo...

De manera que yo, que en ese momento caí al ribazo, rifle al hom­bro y descuidado, no supe a lo primero qué cosa era aquella horrible que forcejeaba en la arena: si un grifo asqueroso, mitad saurio y mitad víbora, o bien una serpiente con patas y dos colas...

Ajajá... El Lagarto es el que ha mordido. Ahora veo su cabeza entre los anillos mortíferos. El Lagarto ha agarrado a la Víbora y la sacude convulsivamente para quebrarle el espinazo...

¡Horror! El golpe del Lagarto no ha sido certero. El cogote agilísimo se ha zafado y en vez de aferrar las vértebras cervicales, los dientes sólo han cazado la espalda; y la boca letal de la Venenosa se vuelve fa­tídicamente, haciendo un arco muy cerrado, hacia la garganta blanca y blanda de la Mordedora, a la altura del hombro, y las dos mandíbu­las se abren espantosamente, en un ángulo tan abierto como un pul­gar y el índice de un hombre, para dar el mordisco último.

El momento es supremo. La Iguana aprieta con todas sus fuerzas cerrando los ojos. Tan furiosa está que uno puede salir de detrás del árbol, todo espantado y sin resuello, y aproximarse al montón cautelo­samente para ver si el mordisco agarra.
Clack. Se cerró como un resorte el estuche de la muerte, y las dos espinas de marfil en cuya punta centellea una gotita de veneno pasaron como saetas a un milímetro del cuello de la Iguana. La Iguana aprieta.

Clack, clack, clack. Los mordiscos se multiplican isócronos, metó­dicos e infructuosos, mientras la Venenosa se crispa para deslizar su espalda un milímetro no más, el milímetro que falta, de la tenaza de la otra. Pero la Iguana aprieta más, con los maxilares que crujen como si se quebraran. Las dos comprenden con toda claridad la situación. Un milímetro más o menos es la muerte para la una o la otra.

Apretar. Zafarse. Con todas las fuerzas de la desesperación, aunque crujan los huesos y se corten como piolines los tendones. Aprieta. Tira.

¡Ay! iAy! Los anillos de la Cascabel han hecho presa en el torso -el cuello está defendido por las patas delanteras- y aprietan ahogando, mientras la cabeza siempre tira y las mandíbulas venenosas suben y bajan automáticamente. La Iguana abandona toda defensa y se deja estrujar y ahogar, salvo el apretar con su boca que sangra y babea. To­dos los pájaros han cesado de piar y los bichos de correr, al estribor del crótalo que suena agitándose convulso, como una canción macabra. Hay un silencio fúnebre en el sauzal del ribazo...

¡Adiós! La Iguana se ha tumbado de lado. La creyera muerta en el abrazo terrible a no ser por su boca que no cede. Toda su vida se ha reconcentrado en sus mandíbulas. Y en las dos manos que protegen el cogote del lazo corredizo. Y aprieta.

¿Qué pasa? La Víbora ha soltado a su enemigo, que ni resuella por no soltarla: su cuerpo negruzco se desparrama por la arena como un látigo a quien la desesperación del último esfuerzo sacude. ¿Qué intenta? La Iguana gime de dolor, con gemidos de niño, porque las mandíbulas y el cuerpo le deben doler horriblemente; pero aprieta.

Aja, la Víbora buscaba un apoyo; y ahora, anudando la cola a un raigón, prueba otra táctica, la última, y hecha un puente en el aire, desesperadamente tira.

La Iguana sin soltar es arrastrada por el ímpetu, con las cuatro patas hundidas como puntales en la arena, en línea recta primero, después a un lado, después a otro. El cuerpo de la Víbora se anuda y pa­rece que se va a romper. Y los dientes venenosos se alzan de nuevo, y caen de nuevo, y la piel del cuello es atrapada y yo no puedo contener un grito.

Y los dientes se alzan de nuevo y entonces veo que me he engañado: los colmillos sólo han arañado la piel. Y entonces -todo esto en un segundo-, la Víbora se sacude con una especie de grito de rabia, muerde otra vez, cruje... y se dobla como un junco, por el punto en que la Iguana la aferra. El espinazo ha cedido. Peractum est.

El cuerpo ondula todavía con las convulsiones de la muerte y el estuche ponzoñoso muerde el aire. Pero la Iguana sabe que la Víbora no puede ya hacer fuerza, que está perdida. Y espera pacientemente sin soltar, diez minutos, quince, veinte, que los movimientos languidezcan y la chispa de los ojos maléficos se apague. Y después suelta y salta a un lado. Y entonces me ve a mí.

Yo creí que era insolencia mirarme a mí fijamente y no huir, insolencia de vencedor; y estuve por darle un tiro. Pero era cansancio, la pobre, con la boca abierta, sin poder cerrarla y las patas tiradas por el suelo, como si todos sus huesos estuviesen desencajados. Dio tres o cuatro pasos borrachos hacia el agua y se tumbó de nuevo. Entonces bajé el rifle no queriendo gratificar con un tiro -lo que hubiera sido, al fin y al cabo, una gratitud de hombre- a quien me había hecho el servicio de suprimirme ese tremendo habitante ignorado del ribazo, donde yo iba todos los días a tumbarme en la gramilla con un libro. Y dije mirando a la Iguana, agonizante de cansancio:

-¡Oh, Iguana! Hay momentos en la vida en que Dios quiere que uno agarre con los dientes y apriete hasta romperse la mandíbula, pena de la vida. Dios mío, yo te ruego que si es posible no me pongas en esos trances y me des enemigos pequeños. Pero si no es posible, yo te ruego que me des gracia para apretar y no soltar, para apretar hasta la muerte.

Leonardo Castellani, “Camperas”, Ed. Vértice, Buenos Aires 2003, pp. 61-65.

¿DÓNDE ESTÁS, HOMÍNIDO DE MI VIDA, QUE NO TE PUEDO ENCONTRAR?: Por el Dr. Raúl O. Leguizamón.

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La Antropología, aunque usted no lo crea lector, es el estudio del hombre. Valga la aclaración ya que, si uno hojea cualquier libro de Antropología física (origen del hombre), todo lo que va a encontrar son ilustraciones de monos. Monos comiendo, monos durmiendo, monos amamantando, monos..., etcétera.

Y esto es así porque desde que apareció la hipótesis darwinista, que habría transformado al mundo científico en la ciudadela de la estupidez y la ceguera –si hemos de tomar en serio lo que decía Bernard Shaw– la Antropología dejó de ser la ciencia del estudio del hombre para convertirse en la pseudociencia del estudio del origen del hombre a partir de los antropoides, esto es, de los grandes monos (chimpancé, gorila, orangután), que serían, de acuerdo a la hipótesis darwinista, nuestros parientes más próximos. Nuestros parientes y nuestros antepasados.

¿Nuestros antepasados? Sí, señor.

Pero, acaso, ¿no es que descendemos de un “antecesor común” que habría dado origen a los monos y al hombre? Efectivamente. Pero este sedicente “antecesor común” –de acuerdo a la hipótesis darwinista– no es ni puede ser otra cosa que un mono. No necesariamente idéntico a los monos actuales, pero mono al fin.

«El antecesor común sería llamado ciertamente mono por cualquiera que lo viese», afirmaba el ilustre paleontólogo de la Universidad de Harvard, George G. Simpson. «Los antepasados del hombre eran monos»…«Es pusilánime, si no deshonesto, decir otra cosa», agregaba Simpson. [1]

Es deshonesto, agrego yo.

El que habla del supuesto “antecesor común” como de algo que no fuera un mono, o no sabe lo que dice o no dice lo que sabe.

Ahora bien, un mono parece que no puede transformarse directamente en un hombre. Usted toma un mono, por ej., lo baña, lo afeita, lo viste a la moda, le enseña todos los vicios, lo envía a la Sorbona, pero no hay caso. El mono de usted –con admirable sentido de la prudencia– no quiere saber nada de hacerse hombre. Para que esto ocurra, el mono debe ser transformado, por el medio ambiente, en “homínido”. Esto es, un ser intermedio entre el mono y el hombre, que ya no existe, según dicen, pero que en un tiempo, allá hace muchos años, parece que sí.

El susodicho “homínido”, luego de engendrar al hombre, habría desaparecido, y nadie tiene la más remota idea de porqué. Pero mucho me temo que lo habrá hecho para no cargar con la tremenda responsabilidad de haber engendrado algo tan peligroso e inadaptado como lo que le endilgan haber engendrado. La oveja negra de la familia, verdaderamente. Sólo sabemos de su existencia a través de sus restos fósiles.

¿Quiere decir entonces que se han encontrado verdaderos fósiles de homínidos?

¿Que si se han encontrado fósiles de homínidos? ¡Miles, lector! Todos los mese se encuentra uno.

Quizá esta afirmación resulte un tanto sorprendente, ya que lo que habitualmente se lee o escucha en este tema es que los fósiles de homínidos constituyen un material “sumamente escaso”, que “apenas cubrirían una mesa de billar”, que “cabría todo dentro de un cofre”, y que patatín y que patatán.

Lo que sucede es que en este tema también existe doble discurso, propiedad, ¡helas!, no exclusiva de políticos.

Cuando algunos antropólogos hablan de que los fósiles de homínidos serían sumamente escasos, lo que en realidad quieren decir es que son sumamente escasos los fósiles de homínidos que encajan en la hipótesis darwinista.

Pero que los restos fósiles de “homínidos” sean, en sí mismos, “sumamente escasos”, es totalmente falso. Se calcula en aproximadamente 6.000 (!) la cantidad de “homínidos” descubiertos a la fecha. [2]

Lo que sucede es que luego de una rigurosa selección, y no precisamente “natural”, algunos de estos restos –previo intenso “maquillaje” y adecuada manipulación de los datos cronológicos– pueden ser encajados en el esquema evolucionista. Y éstos son los que se publicitan. Con bombos y platillos. Los otros, los que no encajan, son sepultados en una impenetrable tumba de silencio.

En otras palabras: muchos son los hallados y pocos los escogidos...

Es cierto que después de un análisis más o menos riguroso de cualquiera de estos homínidos “respetables”, se comprueba, indefectiblemente, que en realidad se trataba o de un mono (la inmensa mayoría) o de un hombre, o de un “blooper” o de un fraude.

Claro que a veces pasan décadas antes de que esto suceda (100 años en el caso del Hombre de Neandertal; 40 en el fraude de Piltdown), y mientras tanto su descubridor ha adquirido fama, posición académica, fondos de laNational Geographic, etc. Su futuro está asegurado, y el origen simiesco del hombre, “demostrado”.

Además, los resultados del estudio sistemático de los supuestos homínidos –a cargo de antropólogos serios– no son generalmente publicitados; aparecen varios años después del hallazgo (y ya nadie se acuerda), y, de todas maneras, seguramente en el ínterin ya habrá sido encontrado otro homínido, también “respetable”, para distraer la atención de la gente y seguir aportando elementos apologéticos en defensa de la fe darwinista.

Dije arriba que un homínido era un ser “intermedio” entre el mono y el hombre. Me rectifico.
Al menos desde el punto de vista del “marketing”, un “homínido” es cualquier cosa que un antropólogo audaz bautice como tal. Tanto da que sea un Homo Sapiens (como el H. de Neandertal), un mono (como el Ramapiteco o Lucy), el cráneo de un borrico (el “Hombre de Orce”) [3], el fémur de un cocodrilo [4] o la costilla de un delfín [5].

Quizá uno de los ejemplos más rotundos de los estragos que suele ocasionar la hipótesis darwinista en el cerebro de los Homo Sapiens, sea el famoso «Hombre de Nebraska», creado en 1922 en base a una muela (!). En base a esta “evidencia”, que algunos escépticos -que nunca faltan- consideraron un tanto escasa, se creó este tipo “humano” (hábitos laborales, matrimoniales e indumentaria incluidos) para descubrirse luego –cinco años más tarde– que el molar en cuestión no pertenecía a un hombre ni tampoco a un mono, sino a un pecarí extinguido. [6]

No se asombre demasiado, lector. En los 40 años que transcurrieron antes que se demostrara el carácter fraudulento del «Hombre de Piltdown», se dice que se escribieron unas 500 sesudas tesis doctorales sobre este “homínido”.

Y estas cosas suceden porque el estudio de los supuestos antepasados fósiles del hombre no es ciencia. Es sólo la búsqueda ferviente de “pruebas” para demostrar la hipótesis –previamente aceptada– del origen simiesco del hombre. Esto es, primero se acepta –por razones filosóficas– la hipótesis, y luego se buscan los fósiles necesarios para “demostrarla”.
Y ya sabemos que el que busca, encuentra. O inventa.

Por cierto que todo esto es sumamente divertido, y ocasión por demás propicia para ocupar las horas de ocio… y también para olvidar las penas de este valle de lágrimas.

A condición, insisto, de no confundirlo con ciencia.

Porque esto no es ciencia. Es chapuza.

Notas:
[1] George Gaylord Simpson, «The World into which Darwin led us», Science, Vol, 131, 1 de abril de 1969,
p. 969
[2] Catalogue of Fossil Hominids. K. Oakley, B. Campbell and T. Molleson, published by the British
Museum. 1976.
[4] I. Anderson, «Humanoid Collarbone Exposed as Dolphin’s Rib», New Scientist, April 28, 1983, p. 199.
[5] Ibíd.
[6] William Gregory, «Hesperopithecus Apparently Not an Ape nor a Man», Science, Vol. 66, Nº 1720
(diciembre 16, 1927), p. 579, citado por B. Davidheiser, Evolution and Christian Faith, Baker Book
House, Michigan, 1969), p. 348.

jueves, 13 de octubre de 2011

¡CINCO MIL ENTRADAS!...


... A LOS TRES O CUATRO LECTORES QUE AÚN ME SOPORTAN... ¡CINCO MIL GRACIAS!

LA EVOLUCIÓN, UNA SUPERSTICIÓN QUE SE DERRUMBA: Por el Doctor Raúl O. Leguizamón.


«Creo que algún día el mito darwinista será considerado como el más grande engaño en la historia de la ciencia». Soren Lovtrup.

Como todo el mundo sabe, la hipótesis evolucionista-darwinista postula que todos los seres vivos, vegetales y animales –incluido el hombre– se habrían originado a partir de una, o unas pocas, formas vivientes originales, por transformaciones sucesivas –lentas y graduales– en el curso de millones de años, gracias a modificaciones producidas al azar en la información genética (mutaciones), sumadas a la acción de la selección natural. Desde la bacteria al hombre, digamos, sin solución de continuidad.

Ahora bien, si esto fuera cierto, como nos enseñan desde la cuna hasta la tumba, la primera predicción que uno haría a partir de esta hipótesis es que deberían existir innumerables formas de transición entre todos los seres vivientes. Una suerte de abanico sin fisuras que conectara todas las especies vegetales y animales. De hecho, no habría especies.

Toda la taxonomía, es decir, las clasificaciones de los seres vivos (tipo, clase, orden, etc.) que realizan los naturalistas se basa, precisamente, en que hay especies y hay espacios. Es decir, que existen seres que podemos agrupar según ciertas semejanzas morfológicas o moleculares, y brechas o espacios vacíos que permiten dicha agrupación. En otras palabras, que no existen los seres intermedios que llenarían dichos espacios.

Naturalmente, dicen los científicos darwinistas. Lo que sucede es que esos seres intermedios eran “poco aptos” para la lucha por la existencia y no sobrevivieron.

Pero, ¿quiere decir entonces que alguna vez existieron?

¡Por supuesto! Toda la hipótesis darwinista depende de eso. Y ahí están los restos fósiles que demuestran su existencia en el remoto pasado.

Cabe señalar que en este asunto de los fósiles, los darwinistas han resultado ser mucho más darwinistas que el propio Darwin, porque si éste dedicó todo un capítulo de El Origen de las Especies al tema de los fósiles, no fue ciertamente porque estos demostraban la existencia de seres intermedios en el pasado sino justamente porque no los demostraban.

En otras palabras, no escapó al agudo ojo de Darwin que el registro fósil estaba en franca contradicción con su hipótesis. Pero zafó, diciendo que ello era debido a la imperfección del registro fósil. Para luego agregar que estos fósiles intermedios serían ciertamente encontrados en el futuro.

Pues bien, han pasado más de 150 años desde aquella predicción y millones de fósiles abarrotan los museos de ciencias naturales de todo el mundo. Millones de fósiles representativos de aproximadamente 250.000 especies han sido minuciosamente estudiados y clasificados en sus respectivos grupos taxonómicos, y, sin embargo, el testimonio unánime de la Paleontología es que los fósiles intermedios –postulados por la hipótesis evolucionista– son tan conspicuos por su ausencia hoy como lo eran en la época de Darwin.

Permítaseme insistir en este punto, pues la propaganda evolucionista ha sido y es tan abrumadora, que ha creado una verdadera “realidad virtual”, hasta el punto que la inmensa mayoría de las personas no especializadas y muchas de las especializadas, asocian inconscientemente fósiles con evolución, en el sentido de pensar que los fósiles constituyen uno de los fundamentos más sólidos de esta teoría, cuando es exactamente lo contrario. El registro fósil no sólo no demuestra la teoría evolucionista, sino que constituye su más categórica refutación.

George Gaylord Simpson, uno de los grandes líderes del evolucionismo en el siglo XX, decía:

«Sigue siendo cierto, como todo paleontólogo sabe, que la mayoría de las nuevas especies, géneros y familias, y prácticamente todas las categorías por encima del nivel de las familias, aparecen en el registro fósil súbitamente y no se derivan de otras, por secuencias de transición graduales y continuas»[1]

David Kitts, paleontólogo de la Universidad de Oklahoma y discípulo de Simpson, expresa que:

«A pesar de la brillante promesa de que la paleontología proporciona el medio de ‘ver’ la evolución, ha presentado algunas desagradables dificultades para los evolucionistas, la más notoria de las cuales es la presencia de ‘brechas’ en el registro fósil. La evolución requiere formas intermedias, y la paleontología no las proporciona».[2]

Steven Stanley, paleontólogo de la John Hopkins, dice que:

«El registro fósil conocido no puede documentar un solo ejemplo de evolución filética que verifique una sola transición morfológica importante»[3]

¡Un solo ejemplo! Debería haber millones.

Tom Kemp, que es el Curador del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad de Oxford, expresa que:

«Como es ahora bien conocido, la mayoría de las especies fósiles aparecen instantáneamente en el registro fósil, persisten por millones de años virtualmente inalteradas, y desaparecen abruptamente»[4]

David Raup, que es el Jefe del Departamento de Paleontología del Museo Field de Historia Natural de Chicago donde se alberga la colección de fósiles más grande del mundo, por su parte, en un memorable artículo escrito en 1979 en el boletín del museo, titulado “Conflicts Between Darwin and Paleontology”, luego de expresar que la gente está en un error cuando cree que los fósiles constituyen un argumento en favor del evolucionismo, y luego de insistir en la definitiva ausencia de fósiles intermedios, dice que “irónicamente hoy tenemos menos ejemplos de formas de transición que en la época de Darwin”.[5]

La ironía de Raup se refiere, entre otros, al caso del famoso Archeoptéryx, mostrado durante varios años como un ser de transición entre los reptiles y las aves, y aceptado hoy como verdadera ave, y también a la no menos famosa –y fantasiosa– serie de la “evolución del caballo”, que ya ni los mismos evolucionistas se atreven a mencionar.

Como vemos, no sólo está sólidamente documentada la aparición y desaparición abrupta de las especies fósiles,sin formas de transición que los conecten, como así también la inexistencia de estructuras “nacientes” (esbozos de órganos), que debieran necesariamente existir, sino que además el registro fósil nos demuestra categóricamente la“estasis” de las especies, es decir, la completa ausencia de cambios significativos en los fósiles durante millones y millones de años.

Vale decir que no sólo la presencia de organismos intermedios está refutada sino que la ausencia de cambios está demostrada.

En vista de esta realidad –no cuestionada por ningún paleontólogo– es sencillamente increíble que todavía se nos diga que los fósiles constituyen una evidencia en favor de la evolución.

Pero veamos lo que sostiene nada menos Niles Eldredge, paleontólogo del Museo Americano de Historia Natural de New York, que es más increíble todavía. Dice Eldredge:

«Nosotros, los paleontólogos, hemos dicho que la historia de la vida (evidenciada por los fósiles) respalda (el argumento del cambio adaptativo gradual) sabiendo todo el tiempo que no era así».[6]

¡“Sabiendo todo el tiempo que no era así”! ¿Cómo se explica esto?

Eldredge refiere que ello se debe, en primer lugar, al hecho de que en este tema se haya buscado siempre“evidencia positiva” (formas de transición), y que la estasis (ausencia de cambios) haya sido considerada no comoevidencia negativa sino como ausencia de evidencia –es decir, como un fracaso para encontrarla– y también, definitivamente, al problema que representa la obtención de un doctorado en paleontología, debido a la coacción de la comunidad académica en favor del evolucionismo.

Muchos darwinistas, con una fe que no conoce de flaquezas, insisten en que Darwin proveerá, y que los fósiles intermedios algún bendito día aparecerán. Todo es cuestión de seguir cavando...

Otros, ante la inminencia del naufragio, han optado por abandonar el barco que se hunde y no hablan más de los fósiles. Algunos, como Mark Ridley –profesor de Zoología en Oxford– llegan incluso a decir que «ningún verdadero evolucionista se vale del registro fósil como evidencia a favor de la teoría de la evolución» (¡!) [7]

Y otros, finalmente, como Stephen Jay Gould, Niles Eldredge y Steven Stanley, ante la obvia y categórica ausencia de fósiles intermedios (no sólo no hallados sino, además, imposibles de concebir), han optado por reformular la hipótesis darwinista del cambio gradual por la hipótesis del cambio brusco o saltatorio, que llaman «teoría del equilibrio puntuado».

En realidad, dicen estos autores, no es que los fósiles intermedios no hayan sido encontrados sino que ¡jamás existieron! Vale decir, que las especies se habrían transformado bruscamente en otras, sin series graduales de transición.[8]

Lo cual demuestra una vez más el carácter esencialmente dialéctico y no empírico de la hipótesis evolucionista.

Ya que si uno le pregunta a cualquier darwinista de estricta observancia, porqué no vemos las especies transformarse, nos responderá que ello se debe a que dicha transformación es un fenómeno muy lento. Pero ahora, los propugnadores del equilibrio puntuado (sin dejar de asumirse como fieles darwinistas) nos dicen que los fósiles intermedios no existieron, justamente porque dicha transformación fue un fenómeno muy rápido. (¡!)

Es decir, que no importa cuál sea la evidencia (empírica), la hipótesis darwinista siempre tiene alguna explicación (dialéctica).

Y ésta es precisamente la mejor demostración de que no se trata de una teoría científica. “Explica” cualquier cosa, como diría Popper.

No por nada, el Dr. Cyril Darlington –profesor hasta su muerte en Oxford y un conocido experto en el tema– ha dicho que: «El darwinismo comenzó como una teoría que podía explicar la evolución por medio de la selección natural, y terminó como una teoría que puede explicar la evolución como a uno mejor le guste».[9]

Es cierto que los autores arriba citados (Gould, Eldredge) son considerados un tanto “heréticos” por los darwinistas clásicos (y lo son, efectivamente, por cuanto Darwin consideraba el gradualismo como algo absolutamente esencial para su teoría). Pero, ¿y qué proponen estos últimos para explicar la ausencia de fósiles intermedios? ¿Seguir cavando, acaso? ¿O seguir afirmando lo que saben que no es cierto?

Vale la pena destacar que Gould y compañía han propuesto la teoría del equilibrio puntuado forzados por la necesidad de tener que explicar de alguna forma la ausencia de fósiles intermedios, ya que, de haberse encontradodichos fósiles, jamás se hubiera propuesto esta hipótesis.

De manera que, para estos autores, la evidencia para su hipótesis sería una ausencia de evidencia (¡!)

Evidencia es lo que se ve. Pero en este caso es, justamente, lo que no se ve.

Mucho me temo que si seguimos a este paso vamos a terminar todos en un manicomio.

Y esto sucede porque la génesis del darwinismo no radica primariamente en la Biología sino en la Sociología. No es una teoría empírica sino dialéctica. No se basa en la experimentación sino en la especulación.

No es una inducción nacida de la observación sino una deducción basada en una cosmovisión.

Es la visión malthusiana extendida a toda la naturaleza. O, para decirlo con mayor exactitud, es la proyección sobre esta última del “sistema manchesteriano”, producto de la cosmovisión liberal del “laissez-faire”, esto es, del capitalismo competitivo y salvaje. Como lo han señalado ya Spengler, Nietzsche, Gould, Eldredge, S. Barnett, Von Bertalanffy, John M. Smith, Marx, Engels, Bernard Shaw, Arthur Koestler, Loren Eiseley, Fred Hoyle , C. C. Gillespie, y tantísimos otros.

Una visión utilitarista, mezquina, materialista y gris de la naturaleza, cuando en ella predomina justamente lo contrario: la prodigalidad –llevada hasta el despilfarro– la cooperación, la abundancia, la armonía, la belleza.

Visión que ha retardado el progreso de la Biología, al igual que ha producido una declinación de la integridad científica –reemplazando el rigor de la especulación científica por la divagación irresponsable, cuando no por el fraude liso y llano. Y, lo que es más grave aún, que ha hecho perder el sentido del asombro ante las maravillas de la naturaleza, y el sentido de la reverencia ante el misterio.

Visión estéril y esterilizante que ha degradado –intelectual, moral y estéticamente- al hombre, y que ya va siendo hora de que sea arrojada al cajón de los desperdicios históricos, para que las nuevas generaciones puedan crecer libres del prejuicio darwinista y recuperar el sentido de la verdadera Ciencia –como conocimiento por sus causas– frente a la pseudociencia darwinista, que pretende que todo diseño, toda armonía, toda perfección, toda belleza, es un producto ciego del azar y de la lucha despiadada por la satisfacción de nuestros instintos por el sexo y la pitanza.

Notas: 
[1] G. G. Simpson, The Major Features of Evolution, Columbia U. Press, 1953, p. 360
[2] David Kitts, «Paleontology and Evolutionary Theory», Evolution, 28: 467, 1974.
[3] Steven Stanley, Macroevolution: Pattern and Process, Freeman and Co. San Francisco, 1979.
[4] Tom Kemp, New Scientist, Vol. 108, Diciembre 5, 1985, p. 67.
[5] David Raup, Bulletin, 50 (1): 25, 1979.
[6] Niles Eldredge, Time Frames, Heineman, 1986, p. 144.
[7] Mark Ridley, New Scientist, Vol. 90 (Junio 25, 1981), p. 831.
[8] S. J. Gould y Niles Elredge, Paleobiology, Junio-Julio, 1977.
[9] C. D. Darlington, The Origin of Darwinism, Scie. Am. Mayo de 1959, 200:5, p. 60.

EL HOLOCUENTO, UNA RAYA MÁS AL TIGRE: Apuntes en el Cuaderno de Bitácora.

Al acabar la guerra, 4,3 millones de judíos cumplimentaron los requerimientos del gobierno alemán como “víctimas del holocausto” para recibir la consabida subvención. Es decir, que prácticamente todos los judíos sobrevivieron.

La lista de los supuestos 6 millones fue confeccionada por el ejecutivo de la organización para el Recuerdo del Holocausto, Yad Vashem, y se confeccionó mediante la inscripción de cualquiera que lo quisiera, sin investigación alguna (sabiendo que iban a recibir una pensión de por vida gracias a ello: ¿quién no se hubiera apuntado?). A día de hoy, la única organización independiente que realizó un cómputo de los judíos muertos en los campos de concentración nazis fue la Cruz Roja y su cifra fue de 300.000 personas.

Según la Cruz Roja, el número de judíos muertos fue de 282.077, a lo que se añade otra cifra que no entiendo para alcanzar los 373.468, en este estudio del 31 de diciembre de 1983 y que actualiza el realizado el año anterior. En definitiva, y resumiendo, la cifra de 6 millones fue contabilizada (y creada) por los fundadores del estado de Israel que, con el dinero de la indemnización por parte de Alemania, querían poder comprar las armas para matar a los palestinos (como así ha sido). No tiene, por tanto, ninguna fiabilidad.

PD: Es preciso recordar que la Cruz Roja es la única entidad INDEPENDIENTE que ha realizado un recuento de los muertos judíos durante la Segunda Guerra Mundial.

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miércoles, 12 de octubre de 2011

12 DE OCTUBRE. DESCUBRIENDO UNA IDENTIDAD, LA HISPANIDAD: Por Sergio Rojas Estrada.

“Y España con el descubrimiento del Nuevo Mundo, abrió el primer ciclo universal de la historia.”[1]

Rememorar esta fecha puede parecer un acto repetitivo y monótono de efeméride. Sin embargo si atendemos al significado profundo e histórico que guarda tal acontecimiento no será un solo rememorar el pasado sino descubrir un sentido intrínseco de éste, encontrar razones: porqués, causas y efectos de los hechos acontecidos. Entrever por medio de la historia el engranaje de acontecimientos (no fortuitos) nos permite aprender del pasado con miras a no cometer los mismos errores de antaño y tratar de recapitular los episodios benignos para lograr una mayor plenitud en la humanidad. Y tal parece que este magno acontecimiento nos puede dar muchas luces (aunque también algunas sombras) respecto a una época en la historia que nos habla de una confluencia de elementos que coadyuvaron a una época de fulgor renacentista (aunque ahora mucho se nos quiera quitar la atención de este lúcido momento o quizá peor aún: que reneguemos de “el descubrimiento” guardando aversión hacia éste episodio de nuestra historia universal). Pero la historia pulcra y el historiador objetivo impiden que caigamos en tantas mentiras repetidas que terminan por convertirse en verdades.

Sólo haré alusión a algunos elementos significativos sobre el Descubrimiento de América pues en pocas líneas es difícil tratar de escudriñar, reflexionar, y poner sobre la mesa este notable episodio.

El Descubrimiento de América se halla entre dos momentos pujantes en la historia de España: le antecedió el término de la Reconquista (religiosa y territorial) Española consumada por los Reyes católicos (un 2 de enero de 1492) tras 8 siglos de dominio musulmán; y le sucede la Conquista de América (un 13 de agosto de 1521) con Don Hernando Cortés (el gran capitán reconocido por la historia universal) enmarcados en el contexto de los pueblos precolombinos existentes en el continente Americano de los cuales algunos sobresalían por su cultura como los mayas, otros por su poderío imperial (los Aztecas); sin embargo nuestros pueblos indígenas no tenían una identidad definida y mucho menos una cohesión cultural, lingüística, racial, religiosa, y en este sentido como nación; situación que distaba de lo que ocurría del otro lado del mar con aquel pueblo ibérico (el Español) en formación.

Hablar del Descubrimiento es hablar de Cristóforo (el que lleva a Cristo) Columbus ó Cristóbal Colón (arquetipo del hombre idealista, soñador, aventurero, héroe) el hombre que de una condición humilde (sin estudios, fortuna, alcurnia) se elevó a las alturas sostenido por una “verdad premonitoria” (de la que ya habían sostenido algunos filósofos, escritores, teólogos, navegantes) que había intuido, y la cual fue sostenida por su audacia y afán perseverante que traía ya desde sus años mozos. En Colón y su obra va personificada toda España, pues aunque fue la obra de un hombre, todo un contexto nos indica el sello de identidad de España en esta obra. Y si tal hazaña era posible que fuese realizada por algún otro pueblo, tal parece que por las condiciones históricas de estos no la hubiesen llevado a cabo como la realizó el pueblo Español, quien providencialmente tuvo la fortuna y responsabilidad de realizar esta gesta, pues España como señalábamos líneas antes, recientemente había padecido un largo periodo en el que había forjado su alma hispano-católica mediante la lucha aparejada de privaciones, austeridad, sufrimiento y amalgamamiento con otros pueblos como los árabes; además de que encarnaba en sí la tradición cultural y raigambre greco-romana y es el pueblo donde se acrisolan las gamas de razas de Europa de tal manera que por este descubrimiento “Nacimos a la civilización de Occidente justo en el mejor momento. Era de nuevo una especie de “plenitud de los tiempos” o de la historia”[2].

Todo lo anterior había contribuido a forjar una España recia y fortalecida para emprender nuevas empresas, y más aún para repuntar más adelante como una gran potencia, como un Imperio, el Imperio más grande que ha habido en la historia de la humanidad con un matiz muy particular de renacimiento humanista cristiano. Y la historia ha confirmado su legado, pues veremos que efectivamente después del Descubrimiento, España tiene su apogeo con su Siglo de Oro logrando una auténtica reforma y síntesis místico-religiosa; creando obras literarias de gran renombre: El Quijote de la Mancha entre otras; estableciendo las bases del Derecho internacional; brillando por sus notables avances en la técnica y la ciencia encausadas en la obra de descubrir y desarrollar la América, estableciendo rutas de navegación y con todo esto aportando las simientes de la era moderna, no en contraposición al humanismo medieval sino más bien como una continuidad transitoria natural.[3]

Y si los últimos años se ha puesto de moda hablar de “globalización”, podemos decir que después de la extensión del cristianismo por el orbe, este es un segundo momento significativo que podemos hablar de una globalización, un momento en el que se logra una cierta unificación física del mundo, en el que se forja una historia universal por la Hispanidad.

Si las anteriores reflexiones históricas tienden a ahondar un poco más desde el horizonte europeo es porque considero que es la parte de nuestra historia que más ignoramos y echamos de menos, y además porque presumo que tenemos mayor conocimiento de la historia de nuestros pueblos precolombinos; y sin los elementos anteriormente acotados pudiese quedar incompleto este “rompecabezas” de nuestra historia o sería más difícil sino imposible de armar.

Notas:

[1]Vasconcelos, José. Breve Historia de México, Compañía Editorial Continental, S.A., 1ª Edic., 17ª Reimpr., México, D.F., 1974.

[2] Jiménez Bonhomme, Manuel. Las Cuatro Carabelas de Colón. Edit. Jus, S.A.de C.V., 1ª Edic., México, D.F.,1991, pág.38.

[3] Cfr. Caturelli, Alberto. EL NUEVO MUNDO, Editores Asociados Mexicanos, S.A.de C.V., México, D.F., 1991. Y Vasconcelos , José Ignacio. OCCIDENTE AMERICANO, México, D.F., 1976, Pág.288-289