
Me he acordado de este artículo desternillante de Leonardo Castellani mientras seguía el tratamiento informativo que se ha hecho de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Sydney. El Papa Benedicto XVI ha dicho allí muchas cosas hermosas, incisivas o clarividentes; pero a la prensa sólo le interesa resaltar que ha vuelto a mostrar su vergüenza por los abusos perpetrados por ciertos curas pederastas. O, dicho más exactamente, a la prensa le importa un bledo que Benedicto XVI haya mostrado su pesar por estas conductas abominables, o que haya declarado que el sufrimiento de las víctimas es el suyo propio (pues, en el fondo, a la prensa le importan un bledo tales víctimas). A la prensa le interesa únicamente resaltar que los curas son pederastas; ni siquiera que haya unos pocos curas pederastas que denigran su ministerio, entre tantos miles de curas que cada día lo dignifican y exaltan, sino que los curas son pederastas por naturaleza. Pues, cuando se trata de envilecer a la Iglesia, una golondrina sí hace verano; y de nada sirve que por cada cura pederasta haya mil curas que alivian la miseria de millones de niños, que alumbran el porvenir de millones de niños, que desveladamente trabajan por salvar su infancia desvalida. Todos estos curas nada importan; o importan tanto que se oculta su mera existencia. Pues, si se divulgara, se correría el riesgo de que la gente bienintencionada pensase que tal vez los pocos curas pederastas que desgraciadamente existen entre tantísimos curas admirables son una ilustración de aquella parábola del trigo y la cizaña que nos contó Cristo.
Y de nada sirve que el Papa exprese su pesar ante conductas tan abominables como aisladas y exija que la justicia humana las castigue; de nada sirve que haya mostrado su disposición a limpiar la suciedad que se refugia en el seno de la Iglesia con soluciones dolorosísimas ante las que no le ha temblado jamás el pulso; de nada sirve que haya extremado su celo y reclamado a los obispos que extremen el suyo, vigilando la conducta de sus sacerdotes y seminaristas. A la prensa sólo le interesa propalar que los curas son un hatajo de pederastas; y mañana dirá, si es necesario, que se comen crudos a los niños. Saben que cuentan con una clientela crédula que, por cerrazón de inteligencia o suciedad de corazón, está dispuesta a tragarse sus trolas. Quizá haya llegado el momento de volver a la disciplina del arcano, como pedía Castellani.
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